Papa Francisco en la Audiencia General: «¡Qué importante es que se revalorice el matrimonio y la familia!»

* «Dios deposita en el hombre y en la mujer una confianza plena, pero el maligno pone en su corazón la sombra de la sospecha y la desconfianza, llevándoles a la desobediencia a Dios y a destruir la armonía entre ellos. Su relación empieza a verse asediada por mil formas de seducción engañosa, de humillación e incluso de violencia»

22 de abril de 2015.- (13 TV / Radio Vaticano Camino Católico) Que el ejemplo de Dios misericordioso, que  nunca abandona a la pareja pecadora, avive en los creyentes la protección de la alianza de vida y de amor, alentó el Papa Francisco. Y deseó que «imitando a nuestra madre la Virgen María, aprendamos a obedecer a Dios y a fortalecer, entre los hombres y mujeres de hoy, la armonía primera con la que fueron creados y queridos por Dios».

También el miércoles que precede el IV Domingo de Pascua, del Buen Pastor, miles de peregrinos de tantas partes del mundo acudieron a  la plaza de San Pedro para participar en la audiencia general. Lo recibieron con gran alegría y entusiasmo, para luego escuchar con atención sus palabras, rezar con él y recibir su bendición.

Prosiguiendo sus catequesis sobre la familia, el Obispo de Roma recordó «la ternura y amor paternal de Dios», «que deposita en el hombre y la mujer una confianza plena, pero el maligno pone en su corazón la sombra de la sospecha y la desconfianza, llevándoles a la desobediencia a Dios y a destruir la armonía entre ellos», con «mil formas de seducción engañosa, de humillación e incluso de violencia», aumentando la desconfianza y la dificultad de una alianza plena entre el hombre y la mujer, así como la comunión y el respeto de las diferencias. Hasta llegar a desvalorizar socialmente la alianza estable y generadora entre ambos, lo que constituye una gran pérdida para todos.

¡Qué importante es que se revalorice el matrimonio y la familia! Con el relato del segundo capítulo del Génesis, el Papa Bergoglio señaló que el hombre aparece «por un momento sin la mujer, libre y señor, pero solo». Realidad que Dios mismo reconoce que «no es buena, que es una falta de plenitud y de comunión, y por tanto decide crear a la mujer». En el vídeo se visualiza y escucha la meditación completa del Papa traducida al español y la síntesis que ha hecho en nuestro idioma.El texto completo de la catequesises el siguiente:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la catequesis anterior sobre la familia, me detuve sobre el primer relato de la creación del ser humano, en el primer capítulo del Génesis, en donde está escrito: “Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer” (1,27).

Hoy quisiera completar la reflexión con el segundo relato, que encontramos en el segundo capítulo. Aquí leemos que el Señor, después de haber creado el cielo y la tierra “Entonces el Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente” (2,7). Es el culmen de la creación. Pero falta algo. Luego Dios pone al hombre en un bellísimo jardín, “para que lo cultivara y lo cuidara” (cfr. 2, 15).

El Espíritu Santo, que ha inspirado toda la Biblia, sugiere por un momento la imagen del hombre solo – le falta algo – sin mujer. Y sugiere el pensamiento de Dios, casi el sentimiento de Dios que lo mira, que observa a Adán solo en el jardín: es libre, es señor, pero está solo. Y Dios ve que esto “no está bien”: es como una falta de comunión, le falta una comunión, una falta de plenitud. “No está bien” – dice Dios – y agrega: “Voy a hacerle una ayuda adecuada” (2,18).

Entonces Dios presenta al hombre todos los animales; el hombre da a cada uno de ellos su nombre – y ésta es otra imagen de la señoría del hombre sobre la creación – pero no encuentra en ningún animal el otro similar a sí mismo.  El hombre continúa solo. Cuando finalmente Dios presenta la mujer, el hombre reconoce exultante que aquella creatura, y sólo aquella, es parte de él: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!” (2, 23). Finalmente, hay una reflejo, una reciprocidad. Y cuando una persona – es un ejemplo para entender bien esto –  quiere dar la mano a otra, debe tener otro adelante: si uno da la mano y no tiene nada, la mano está allí, le falta la reciprocidad. Así era el hombre, le faltaba algo para llegar a su plenitud, le faltaba reciprocidad. La mujer no es una “replica” del hombre; viene directamente del gesto creador de Dios. La imagen de la “costilla” no expresa de ninguna  manera inferioridad o subordinación sino, al contrario, que hombre y mujer son de la misma sustancia y son complementarios. También tienen esta reciprocidad. Y el hecho que – siempre en la parábola –  Dios plasme la mujer mientras el hombre duerme, subraya precisamente que ella no es de ninguna manera creatura del hombre, sino de Dios. Y también sugiere otra cosa: para encontrar a la mujer y podemos decir, para encontrar el amor en la mujer, pero para encontrar la mujer, el hombre primero debe soñarla, y luego la encuentra.

La confianza de Dios en el hombre y  en la mujer, a los cuales confía la tierra, es generosa, directa y plena. Pero es aquí que el maligno introduce en su mente la sospecha, la incredulidad, la desconfianza. Y finalmente, llega la desobediencia al mandamiento de los protegía. Caen en aquel delirio de omnipotencia que contamina todo y destruye la armonía. También nosotros lo sentimos dentro de nosotros, tantas veces, todos.

El pecado genera desconfianza y división entre el hombre y la mujer. Su relación será asechada por mil formas de prevaricación y de sometimiento, de seducción engañosa y de prepotencia humillante, hasta aquellas más dramáticas y violentas. La historia trae consigo las huellas. Pensemos, por ejemplo, en los excesos negativos de las culturas patriarcales. Pensemos en las múltiples formas de machismo donde la mujer era considerada de segunda clase. Pensemos a la instrumentalización y mercantilización del cuerpo femenino en la actual cultura mediática. Pero pensemos también en la reciente epidemia de desconfianza, de escepticismo e incluso de hostilidad que se difunde en nuestra cultura – en particular a partir de una comprensible desconfianza de las mujeres – con respecto a una alianza entre hombre y mujer que sea capaz, al mismo tiempo, de afinar la intimidad de la comunión y de custodiar la dignidad de la diferencia.

Si no encontramos un estremecimiento de simpatía por esta alianza, capaz de poner a las nuevas generaciones al amparo de la desconfianza y de la indiferencia, los hijos vendrán al mundo siempre más erradicados de ella, desde el seno materno. La devaluación social por la alianza estable y generativa del hombre y de la mujer es ciertamente una pérdida para todos. ¡Debemos revalorizar el matrimonio y la familia! Y la Biblia dice una cosa bella: el hombre encuentra la mujer, ellos se encuentran, y el hombre debe dejar algo para encontrarla plenamente. Y por esto, el hombre dejará a su padre y a su madre para ir con ella. ¡Es bello! Esto significa comenzar un camino. El hombre es todo para la mujer y la mujer es toda para el hombre.

Por lo tanto, la custodia de esta alianza del hombre y de la mujer, aun pecadores y heridos, confundidos y humillados, desalentados e inciertos, para nosotros creyentes es una vocación ardua y apasionante, en la condición actual. El mismo relato de la creación y del pecado, en su final, nos entrega un ícono bellísimo: “El Señor Dios hizo al hombre y a su mujer unas túnicas de pieles y los vistió” (Gen 3, 21). Es una imagen de ternura hacia aquella pareja pecadora que nos deja a boca abierta: la ternura de Dios por el hombre y por la mujer. Es una imagen de custodia paterna de la pareja humana. Dios mismo cuida y protege su obra maestra.

 (El Papa ha dicho en español:)

Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy hemos reflexionado sobre el segundo capítulo del Génesis, donde leemos que Dios creó al hombre como culmen de toda la creación. En este relato, el hombre aparece por un momento sin la mujer, libre y señor, pero está solo, se siente solo. Dios mismo reconoce que esta realidad no es buena, que es una falta de plenitud y de comunión, y por tanto decide crear a la mujer. El hombre la reconoce inmediatamente como alguien que le es recíproco y que lo complementa, no como un reflejo o una réplica de sí mismo.

Dios deposita en el hombre y en la mujer una confianza plena, pero el maligno pone en su corazón la sombra de la sospecha y la desconfianza, llevándoles a la desobediencia a Dios y a destruir la armonía entre ellos. Su relación empieza a verse asediada por mil formas de seducción engañosa, de humillación e incluso de violencia. Todo esto ha ido aumentando la desconfianza entre ellos y la dificultad de una alianza plena entre el hombre y la mujer, capaz de una relación íntima de comunión y de respeto de las diferencias. Al mismo tiempo, se ha ido desvalorizando socialmente la alianza estable y generadora entre ambos, lo que siempre constituye una gran pérdida para todos. ¡Qué importante es que se revalorice el matrimonio y la familia!

El ejemplo de Dios misericordioso, que nunca abandona a la pareja que pecó, sino que cuida de ellos con ternura y amor paternal, debe avivar en los creyentes la vocación y el compromiso de proteger y sostener esta alianza de vida y amor que Dios ha querido para el hombre y la mujer.

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Argentina y México, así como a los venidos de otros países latinoamericanos. Que imitando a nuestra madre la Virgen María, aprendamos a obedecer a Dios y a fortalecer, entre los hombres y mujeres de hoy, la armonía primera con la que fueron creados y queridos por Dios. Que Dios les bendiga.

Francisco

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