Para compartir la herencia de Todos los Santos hay que morir a nuestro egoísmo / Por P. José María Prats

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1 de noviembre de 2010.- Todos los años, con motivo de la fiesta de Todos los Santos, organizamos en la parroquia una experiencia muy bonita con los padres de los niños de primer año de catequesis. Además de preparar la habitual castañada, proponemos y discutimos un tema de actualidad que ponemos en relación con esta fiesta.

sacramento_del_matrimonio.jpgEste año era evidente que teníamos que hacernos eco de la visita del Santo Padre que, como apuntábamos hace un momento, viene a hablarnos de la familia y del respeto por la vida de todo ser humano desde el momento de su concepción hasta su final. Algunas madres también manifestaban su preocupación por el maltrato de los niños, que tiene consecuencias devastadoras para su desarrollo.

Y hablando de estos temas, yo les decía que la postura de la Iglesia que el Santo Padre nos viene a recordar ha sido la misma a lo largo de sus 2000 años de historia. Podríamos sintetizar esta postura en dos principios básicos:

1)    El matrimonio es una institución sagrada e indisoluble porque participa de la alianza eterna e incondicional entre Jesucristo y su Iglesia. Es típico de los enamorados preguntarse una y otra vez: «¿me amarás siempre?». Y es que ellos tienen la profunda intuición de que el verdadero amor es para toda la vida.

2)    La dignidad del ser humano no procede de su mayor o menor grado de desarrollo o de sus capacidades físicas o psíquicas sino del hecho de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. Por ello el ser humano es un fin en sí mismo que no puede subordinarse a ningún otro fin por muy razonable y deseable que parezca. Y de ahí se sigue el rechazo absoluto al aborto, a la eutanasia y al maltrato físico o psíquico.

En la discusión de todo esto veíamos las enormes dificultades que conlleva en muchas circunstancias la fidelidad a estos principios.
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– Unos decían que la lucha de roles que hoy se establece con frecuencia en el matrimonio hace muy difícil su estabilidad.

– Otros opinaban que es muy duro proseguir con un embarazo que ha sido fruto de una violación o que se ha producido en unas condiciones personales o económicas muy adversas.

– El informe de un psicólogo que trajo una de las madres ponía de manifiesto la dificultad que representa para muchos padres no proyectar sobre sus hijos en forma de maltrato físico o psíquico las frustraciones que sufren en el plano económico, laboral o personal.

De hecho, este tipo de situaciones que entran en conflicto con la doctrina de la Iglesia son cada vez más frecuentes y han llevado a muchos a opinar que la Iglesia se ha quedado anclada en el pasado y es incapaz de comprender al hombre contemporáneo con sus problemas.

En mi opinión el problema no es que la Iglesia no comprenda al hombre de hoy; el problema es que los cristianos no hemos comprendido en profundidad el mensaje de Jesucristo. La esencia del cristianismo la tenéis delante vuestro: Cristo clavado en la cruz y resucitado al tercer día.

O tal vez lo veamos más claro en la primera lectura de hoy. En ella, San Juan nos describe la visión que tuvo de los bienaventurados que habían llegado ya al cielo. Eran una muchedumbre inmensa que vestían con vestiduras blancas y llevaban palmas en sus manos. Y cuando el evangelista le pregunta a un anciano de la visión quiénes son esos y de dónde han venido, éste le responde: «Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero», es decir, han compartido la muerte y la resurrección de Jesucristo.

Y es que el cristianismo nos dice, sobre todo, que la vida es un misterio de muerte y resurrección. Para alcanzar la gloria de los bienaventurados tenemos que compartir la cruz del Señor, tenemos que pasar por la gran tribulación, sobreponiéndonos a nuestro instinto de autoafirmación. Dice el Señor: «si alguno quiere ser discípulo mío, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga».

La gran tentación del cristiano es bajarse de la cruz. De hetodos_los_santos_2222.jpgcho, esta fue la gran tentación de Jesús. Dicen los evangelios que cuando estaba en la cruz, los que pasaban por allí le decían: «Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo bajando de la cruz». Jesús tuvo el valor de cumplir la voluntad del Padre hasta la muerte; y esta muerte se convirtió en resurrección, en vida, en gloria. El árbol de la cruz se convirtió en el árbol de la vida.

Ésta puede ser la historia del matrimonio que está pasando por dificultades, o la de la adolescente que ha quedado embarazada, o la del padre marginado socialmente. A ellos, la sociedad -como los que pasaban delante de la cruz del Señor- parece decirles a gritos: ¡bajaos de la cruz!, ¡divorciaos!, ¡abortad!, ¡descargad vuestra frustración sobre vuestros hijos!.

Si en verdad somos cristianos, si queremos compartir la herencia de Todos los Santos, tenemos que ser capaces de morir como el Maestro: morir a nuestro egoísmo, a nuestras pasiones, a nuestro afán de autoafirmación. Y morir porque sabemos que a esta muerte redentora está inseparablemente unida la resurrección y la vida: la paz, la concordia, el amor y la alegría dentro de nuestras familias.

Jesús lo dejó muy claro con estas palabras que son probablemente el mejor resumen de su evangelio: «El que intente guardar su vida para sí, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará».

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