Paula Andrea García vivió un Pentecostés en la JMJ de Sydney, se hizo misionera laica a tiempo completo y ahora siente la llamada a formar una familia y evangelizar

“Dar sin esperar remuneración es uno de los dones más grandes que el Señor nos regala”

18 de septiembre de 2013.-(Vida Nueva / Camino Católico)  Cuando regresó de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Sydney, en el 2008, Paula Andrea García experimentó un nuevo Pentecostés en su vida. “Dentro de mí todo había cambiado y sentía que lo único que quería era servir, y que otros encontraran la plenitud y el sentido de la vida con una mirada de esperanza, fe y caridad”. Era el mes de agosto de ese año y aún resonaba el lema de aquella Jornada: “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre ustedes, y serán mis testigos” (Hch 1,8). A sus 29 años Paula, que vivía con su familia en el barrio El Polo en Bogotá, estaba buscando respuestas y sobre todo un sentido de plenitud que no había encontrado en lo que ella denomina “satisfacciones temporales”.

Esta búsqueda la llevó a descubrir su llamado misionero. “El cambio fue total, comencé una nueva vida y me ofrecí al Señor como misionera, casi consagrada, es decir, como laica comprometida de tiempo completo, viajando y misionando. Después fui voluntaria en la JMJ de Madrid 2011”. A su regreso a Colombia tomó un curso de Misión Continental en la Conferencia Episcopal y comenzó a trabajar con la Pastoral Juvenil (PJ) de la arquidiócesis de Bogotá, así como en otros proyectos relacionados con la evangelización a través de la cultura.

Considera que su servicio a la juventud ha sido “toda una experiencia de fe”. Con la apertura y el apoyo que en su momento le ofreció monseñor Roberto Ospina, colaboró en la reactivación de la PJ en la Zona Pastoral San Pedro. Allí trabajó hasta el pasado 31 de enero, cuando comenzó a preparar sus maletas para vincularse al equipo del voluntariado del Comité Organizador Local de la JMJ de Río.

Servicio y sacrificio

“El voluntario es sinónimo de servicio –dice– que requiere de sacrificios todo el tiempo. Un voluntario debe estar dispuesto a perderse los actos centrales, las catequesis, los shows… por estar en su puesto, frente a la responsabilidad que le encomiendan”. Sin embargo, también resalta que el voluntariado proporciona “la alegría de ayudar al hermano y a la Iglesia, pensando primero en los demás y dejándose a sí mismo en último lugar, como lo sugiere Jesús en el Evangelio”. Para Paula, “es una experiencia única” que le ha dejado muchos aprendizajes y valiosas amistades.

Desde febrero su voluntariado se centró en el Turismo Religioso en la JMJ de Río. Coordinó la organización de Itinerarios de fe (visita guiada en 34 iglesias), actividades de senderismo (caminatas con los Scouts) y una programación especial para acoger a los peregrinos que visitaron el Corcovado y Pão de Açúcar, dos de los grandes iconos de la cidade maravilhosa. Además, consagró muchas horas para que los peregrinos tuvieran a su disposición un libro de 168 páginas, en tres idiomas, con informaciones sobre los actos culturales del Festival de la Juventud.

¿Cómo era su día a día? “Me levantaba temprano y tomaba el desayuno con la familia que me alojaba. Tomaba el metro hacia la oficina en el centro de Río y comenzaba a trabajar. Leía y respondía mails, hacía llamadas, me relacionaba con los medios [de comunicación], atendía a reuniones, y dirigía a mi equipo de trabajo, entre otros. Generalmente mi jornada se extendía hasta las 9 o 10 de la noche, que era la hora en la que se cerraba la oficina. Cuando llegaba a casa comía algo antes de irme a acostar”. Todo sin recibir nada a cambio, ni salario ni remuneración alguna, “en total abandono a la Divina Providencia” y con unos pocos ahorros.

En sus tiempos de ocio intentaba cambiar de ambiente para que “no todo fuera JMJ”. Le gusta explorar, conocer lugares, degustar comidas y cervezas nuevas (de preferencia, oscuras), ir a la playa, al centro comercial, escuchar música, navegar en internet y, por supuesto, comunicarse con su familia y con sus amigos.

Ser voluntaria y permanecer al servicio de Dios, le ha permitido encontrar personas muy especiales. Entre ellas su novio, a quien conoció en la organización de un concierto en Bogotá y con quien comparte el sueño de constituir una familia. Por eso, después de la JMJ de Río vislumbra con ilusión su vocación a formar una familia, casarse y tener hijos. A este nuevo llamado se suma la posibilidad de avanzar en un proyecto de evangelización a través de la cultura, que viene gestando desde hace un tiempo. Está convencida de que“dar sin esperar remuneración es uno de los dones más grandes que el Señor nos regala”. Y lo comprobó el 26 de julio, cuando fue escogida, con otros jóvenes, para almorzar con el Papa Francisco. Allí fue la traductora de una inolvidable conversación. Puedes leer su testimonio personal de la comida con Papa Francisco en este enlace:

 Paula A. García cuenta su almuerzo con el Papa en JMJ de Rio: “Nos animó a orar siempre, dejando un tiempo para que el Señor hable y podamos escuchar qué nos pide”

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