Pedrito, hijo de Juan Pablo y Andrea, a los tres días de nacer «empezó a morir. Dios lo utilizó para que nos dejáramos guiar por Él día a día. Con una cirugía salió adelante»

* «Me quedé embarazada y fue tal la libertad que Dios nos regaló que no quisimos saber si era niño o niña. A la tercera noche los doctores nos comunicaron que estaban estabilizando al bebé. En ese momento, no sin dificultad, le pedimos a Dios que nos ayudara a aceptar y entender su voluntad. Fueron momentos muy difíciles pero pudimos vivirlos con la paz del Señor. La oración nos sostuvo, y leer la Palabra de Dios se volvió una herramienta preciosa»

Camino Católico.-  Pedro acaba de empezar el colegio. Algo más tarde de lo habitual y contra todo pronóstico. Pero sus padres, Juan Pablo y Andrea, son felices y lo tienen claro: es un auténtico milagro. El pequeño ha salido adelante pese a estar al borde de la muerte. Lo explican a Álvaro de Juana en Alfa y Omega.

Juan Pablo y Andrea, padres de Pedro, se emocionan al echar la vista atrás y repasar los acontecimientos que han vivido en los últimos años. En lugar de alejarlos de la fe, todo ello se la ha fortalecido aún más. Procedentes de Guatemala, llegaron a España en 2014 para que él estudiase el MIR. Entonces solo tenían un hijo de cuatro meses. Hoy ya tienen cuatro. «El primer año, la estancia en España fue preciosa: de estar nosotros solos, sin familia, pero apoyándonos el uno al otro. Fue intenso pero muy bonito», coinciden ambos.

Poco después de llegar y asentarse en León, escucharon las experiencias de fe de varias personas y conocieron a un sacerdote guatemalteco. «Nosotros estábamos buscando un grupo de familias para seguir creciendo en la fe». «Conociendo a familias numerosas, a otros matrimonios y a algunos sacerdotes –todos ellos abiertos a la voluntad de Dios– nos sentimos invitados a valorar la posición de Dios en nuestra vida», reconoce Andrea. «Eso nos hizo preguntarnos si realmente nuestra vida la llevaba Dios, o nuestro día a día al final estaba dominado por lo económico».

Después de tener a su segunda hija «y abrirnos a la vida», llegó Pedro. «Me quedé embarazada y fue tal la libertad que Dios nos regaló que no quisimos saber si era niño o niña». Fue niño. Pedro. A la tercera noche, después de haber nacido, «comenzó a morir, literalmente». «Los doctores nos comunicaron que estaban estabilizando al bebé». «En ese momento, no sin dificultad, le pedimos a Dios que nos ayudara a aceptar y entender su voluntad». Juan Pablo explica que «fueron momentos muy difíciles», pero «pudimos vivirlos con la paz del Señor». Una paz que no era sinónimo de tranquilidad, sino de «descansar en la voluntad de Dios». «Nos sentíamos impotentes, pero el Señor nos permitió no caer en la desesperación».

Así lo vivieron día tras día, con la incertidumbre de si su hijo saldría finalmente adelante, y tomando decisiones fundamentales para el pequeño y el resto de la familia. «La oración nos sostuvo, y leer la Palabra de Dios se volvió una herramienta preciosa». «El Señor utilizó a Pedro para que fuese la piedra angular de nuestra Iglesia doméstica» y «dejarnos guiar por Dios se volvió nuestro día a día».

Juan Pablo y Andrea con sus cuatro hijos. Foto cedida por la familia

Pedro fue trasladado de hospital en tres ocasiones distintas, alguna de ellas con serio peligro de muerte. Finalmente, decidieron quedarse en el Hospital La Paz de Madrid, lo que «significaba renunciar a toda nuestra vida en León: la casa, las amistades, el trabajo, el colegio…».

Uno de los momentos de inflexión fue cuando los médicos les pidieron decidir sobre una nueva cirugía, que se sumaría a las muchas a las que ya había hecho frente el pequeño. «Fue un sufrimiento tremendo», coinciden ambos. «En la capilla del hospital hablamos con Dios, y nos permitió discernir que, si había una puerta más que abrir ante la vida de Pedro, teníamos que ir a por ella». «Gracias a esa cirugía Pedro consiguió salir adelante. Dos semanas después estaba fuera de la UCI, algo que no había logrado en cinco meses». Pasó a una planta del hospital donde vivió un año y ocho meses antes de que le dieran el alta y, por fin, pudiera volver a casa.

Los ángeles de Pedrito

La historia de esta familia está marcada por pequeños y grandes milagros. Porque, en medio del sufrimiento por la enfermedad del pequeño, encontraron realmente una Iglesia de puertas abiertas. «Cuando nació, era tanta la gente que se interesaba por su estado y por toda la familia, que creamos un grupo de difusión de WhatsApp con el nombre Ángeles de Pedrito. Cada vez se interesaba más gente y se crearon varias cadenas de oración. Nuestra historia llegó hasta una familia de Madrid. Al leer que dejábamos León para ir a Madrid con el niño contactaron con nosotros para decirnos que tenían una casa y una misión: acoger a una familia que tuviese algún hijo enfermo». «Literalmente era nuestra situación. ¡Nos abrían las puertas de su casa!». «Les dijimos que no sabíamos el tiempo que se prolongaría esto, pero nos respondieron que el tiempo no era un impedimento», aseguran agradecidos. Con ellos permanecieron casi dos años y medio, y «aunque nosotros ahora tenemos ya nuestra casa, seguimos siendo una familia». «Fue impresionante, realmente abrazaron nuestra situación, nuestra familia y a nuestros hijos», concluye Andrea.

Álvaro de Juana


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