Primer día (1): «Conviene que hoy me quede yo en tu casa»

Oír la llamada

Jesús llora por Haití.

Jesús llora por Santo domingo

Jesús llora por nuestro  mundo.

Hay tantas desigualdades, tanta violencia, tanto odio…

            Jesús vino a traernos la paz, a hacer de la humanidad un solo cuerpo en el que cada persona encuentre su sitio. Y nosotros hemos hecho de nuestra tierra algo muy distinto : un lugar de rivalidades, de guerras entre naciones, entre razas, religiones, clases sociales…

            Sí ; nuestra tierra es un lugar violento donde todo el mundo se arma para defenderse, para defender a su familia, su clase, su religión, su nación… para defender de sí mismo.

            El armamento nuclear, los carros de combate, las ametralladoras son los signos visibles de este armamento personal invisible que todos poseemos y que ponemos de inmediato en acción cuando nos creemos o nos sentimos amenazados.

            Tenemos tanto miedo de que nos rebajen, de que nos desprecien, de que no nos den lo debido…

            Es la misma violencia, el mismo odio, que nos describe el Génesis cuando Dios llama a Noé.

" Viendo Yahvé que la maldad del hombre cundía en la tierra y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo, le pesó a Yahvé haber hecho al hombre en la tierra y se indignó en su corazón "  ( Gn. 6, 5 )

            Lloró, como Jesús lloró por Jerusalén.

            Y un poco más adelante leemos : "la tierra estaba corrompida en la presencia de Dios : La tierra se llenó de violencias. Dios miró la tierra y vio que estaba viciada, porque toda carne tenía una conducta viciosa sobre la tierra"  (Gn 6, 11)

            Es la misma violencia que atraviesa la historia, el mismo proceso de odio que se repite siglo tras siglo, alimentado por nuestro miedo y nuestra vulnerabilidad.

            Porque, si somos violentos, es porque antes somos vulnerables. La violencia es la respuesta de nuestro corazón herido a la incomprensión, el rechazo y al falta de amor.

            Cuando somos mal amados o rechazados, la herida se abre, nos duele, y entonces desplegamos todo nuestro sistema defensivo.

            Recuerdo una visita a una cárcel de alta seguridad en Kingston, Canadá, donde hablé a los presos, de los hombres y mujeres de mi comunidad; les hablé de sus sufrimientos, de su vulnerabilidad, de sus depresiones, fracasos, de sus gestos de auto-mutilación, de su infancia rota y de los dolores que la marcaron…

            Cuando voy a una cárcel, suelo hablarles de los hombres y mujeres de mi comunidad, porque sé que hablando de ellos, hablo también de quienes están ante mí, porque ésa es también su historia, historia de rechazo, inseguridad, fracaso, y duelo.

            Al final de la charla, un hombre se levantó y se puso a gritar:

" Tú has tenido una vida fácil, no entiendes lo que nosotros vivimos. Yo, a los cuatro años vi como violaban a mi madre ante mis ojos, a los siete años, mi padre me vendió a unos homosexuales, y a los trece unos hombres de azul vinieron a buscarme… Y si alguien viene de nuevo a esta cárcel a hablarnos de amor, le romperé la cabeza a patadas".

            Le escuché sin saber que decir. Me sentía entre la espada y la pared, y oré.

            Después le dije : "es verdad que mi vida ha sido fácil; es verdad que no conozco vuestra vida, pero lo que sí sé es que todo lo que acabas de decir es muy importante, porque, fuera, solemos juzgaros sin conocer vuestros sufrimientos, vuestra historia, vuestra infancia.

            ¿ Me autorizas a  contar fuera lo que me has dicho ?"

            El respondió que sí.

            Entonces añadí : "vosotros tenéis cosas que decirnos; pero algún día saldréis de aquí y quizá necesitéis oír ciertas cosas".

            Luego pregunté a aquel hombre si yo podría volver a aquella cárcel a verle de nuevo cuando pasase por la zona; él me respondió que sí.

            Después de las preguntas que marcaban el final de la charla, fui hacia él, le estreché la mano y le pregunté su nombre y de donde era. De repente, me vino la inspiración de preguntarle si estaba casado y, al contestarme que sí, le dije : "háblame de tu mujer ".

            Entonces aquel hombre tan violento y que tenía tanto odio dentro, se echó a llorar. A través de sus lágrimas, me habló de su mujer: estaba en una silla de ruedas, vivía en Montreal y no la había visto hacía dos años.

            Me encontraba ante un niño que lloraba, sediento de ternura, un hombre de una inmensa vulnerabilidad.

            Al hablar yo de amor, de comunión, de ternura; de todo aquello que él había sido privado, había reabierto todas sus heridas y le había resultado insoportable.

            Él fue quien me enseñó que la fuente de lágrimas y de la violencia no siempre es el orgullo o la avidez de poseer o el miedo a la miseria,,,, sino algo más profundo: una manera de defenderse de lo intolerable, de protegerse de la propia vulnerabilidad, del miedo a sufrir.

            Y Dios lo sabe.

            Así pues, en nuestra tierra, machacada por la violencia, Dios llama a hombres y mujeres a crear nuevos lugares en los que no haya necesidad de defenderse, lugares de paz, de amor, de comunión, donde cada persona pueda ser acogida en su debilidad, su fragilidad y su vulnerabilidad.

            Lo que la Iglesia debería ser en todas partes.

            Pero la Iglesia está constituida por hombres y mujeres y en ella puede leerse también una historia de poder y violencia.

            Debe esforzarse sin cesar por volver a lo esencial, al  corazón de lo que es, y no dejarse corromper.

            Jesús pidió a sus discípulos que se lavasen los pies los unos a los otros.

            En la primera sesión del Concilio Vaticano II, los cardenales llegaron con colas de cuatro metros sostenidas por monaguillos, porque los cardenales son los príncipes de la Iglesia… Luego, prevaleció la sencillez.

            Durante mucho tiempo, algunos teólogos se preguntaron si los esclavos tenían alma, muy pocos de ellos hablaron en contra de la esclavitud.

            Como nos indica la carta de Santiago, apenas unos años después de la muerte de Jesús, las cosas comenzaron a torcerse en las comunidades cristianas.

            Se puso a la gente bien vestida en los primeros lugares de las asambleas, y a los pobres andrajosos al fondo, para que no molestaran ( St. 2, 4-9 ).

            Santiago se sintió herido e incluso indignado: Jesús murió por poner a los pobres en el corazón de la comunidad, y la comunidad va excluyéndolos progresivamente.

            Pero Dios llama sin cesar, en cada nueva violencia hay una llamada siempre nueva y, sin embargo, siempre la misma.

            Antes del diluvio, así se calificaba a Noé : "Varón mas justo y cabal de su tiempo, que andaba con Dios" ( Gn 6,9 ).

            Debemos tomar conciencia tanto de la violencia de nuestro mundo como de la de nuestro corazón, pero también debemos escuchar la llamada incesante de Dios.

            En muchos países ha sido instituido el domingo de las vocaciones. En este día se pide a los cristianos que oren por las vocaciones sacerdotales, de religiosos y religiosas. Y es importante, pero : ¿ no tienen vocación otros también ?, ¿ no son también llamados ?, ¿ no tiene cada cual su camino ?

            ¿No es el matrimonio una vocación ?

            Sí ; y es una vocación tan difícil que se precisa toda la fuerza de Dios y su llamada para vivirla.

            Por eso hay un sacramento del cuerpo que es muy misterioso, porque es como la unión de Dios y la Iglesia ( Ef 5, 32 )

            ¿ No tienen vocación los discapacitados ?

            Sí ; y san Pablo nos lo recuerda enérgicamente cuando nos dice : "Ha escogido Dios mas bien a los locos del mundo para confundir a los sabios.

            Y ha escogido Dios a los débiles del mundo para confundir a los fuertes.

            Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios " 1 Co 1, 27-28.

            Es verdaderamente importante que haya un domingo en el que Iglesia entera ore por la vocación de los sacerdotes y religiosos, pero es peligroso identificar las vocaciones solo con el sacerdocio y la vida religiosa.

            No están por un lado los que tienen vocación, y por otro los demás dejados de lado.

            Dios llama sin cesar a cada persona, por su camino propio, con su don único, a construir, como Noé, un arca, una comunidad de amor, a oponer la paz a la guerra, el amor al odio, la unión a la división, la acogida a la exclusión.

            Pidamos a Jesús que nos ayude a oír su llamada en nosotros.

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