¿Qué es el cielo? ¿El cielo está vacío? / Responde el P. Bruno Cazin, vicario general de la diócesis de Lille

Camino Católico.-  El cielo es el lugar que Dios habita, explica el P. Bruno Cazin, vicario general de la diócesis de Lille, doctor en medicina, autor de Dieu m’a donné rendez-vous à l’hôpital [Dios me ha dado cita en el hospital] (Bayard). Lo hace respondiendo a los preguntas de Sophie de Villeneuve en la emisión «Mille questions à la foi» en Radio Notre-Dame que transcribe La Croix.

P. Bruno Cazin, vicario general de la diócesis de Lille

En su libro, usted habla de una anciana que no quería morir porque estaba encariñada con la tierra y no sabía -decía- lo que había en el cielo.

– Esta anciana había estado en peligro de vida unos años antes; había sobrevivido, pero ahora se encontraba al fin de su vida y, efectivamente, me había dicho: «La tierra, la conozco, pero el cielo no lo conozco». Yo acababa de visitar a un enfermo musulmán de 33 años, que se ponía en las manos de Dios con una confianza extraordinaria; estaba casado y era padre de dos niños pequeños. Entonces me he preguntado si nosotros, los sacerdotes católicos, sabíamos anunciar bien la esperanza de lo que la Tradición llama cielo. Puede darse que hayamos reducido demasiado la esperanza a lo terreno cuando el marxismo nos ha acusado de ser el opio del pueblo, o cuando otros movimientos de los siglos XIX y XX nos han criticado… se ha querido defender la pertinencia de la fe cristiana para cambiar el mundo de hoy. Y es verdad que la fe cristiana es pertinente para cambiar el mundo. Se puede y se debe vivir la fe en la historia. Pero también es muy importante volvernos hacia el cielo.

– Pero ¿qué es el cielo?

– En primer lugar, es el lugar que Dios habita. Volverse hacia el cielo es volverse a la Trinidad, hacia el intercambio eterno de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El cielo es lo que no poseo, lo que no comprendo. Aceptar no comprenderlo todo, no dominarlo todo, esperar vivir en Dios y de Dios, eso es el cielo. Yo no sé lo que es el cielo, pero Dios lo sabe y allí nos espera.

– Pero se oye mucho decir que el Reino ya está ahí. Si el Reino ya está en la tierra, lo conozco…

– El Reino está y no está, al mismo tiempo. Es como una semilla que va a crecer. Tenemos un anticipo de ello: la buena convivencia, el respeto de los pequeños, la paz, son aperitivos del Reino, nos dan el gusto de él. Pero, y lo dicen los evangelios, si usted dice que el Reino está aquí o allí, por favor, ¡no corra! Todo intento de reducir la esperanza a la tierra, puede conducir a dramas; desgraciadamente, hay ejemplos de ello en la historia del siglo XX. Es muy importante guardar un equilibrio entre el aquí, el ya y el todavía no, tener los pies en la tierra y estar enraizados en la historia, estando sin embargo abiertos a otra cosa. Nuestra historia está relacionada con un proyecto que nos sobrepasa. Es muy importante que el creyente esté vuelto hacia el cielo, y que comprenda que no lo domina todo. Es muy liberador. Si podemos definir el cielo, nuestro horizonte está obstruido.

– Entonces, ¿es necesario, como Teresa de Lisieux, «aspirar al cielo»? ¿Incluso sin saber lo que allí hay?

– ¡Ya veremos! Cuando daba una conferencia para presentar mi libro, una señora se acercó a mí. Su madre, muy anciana y ya no autónoma, está en una residencia para mayores; está cansada; quisiera morir, pero tiene miedo. «¿Cómo puedo hablarle de la eternidad?», me pregunta esta señora. Yo he respondido que no podía decírselo, pues, excepto Cristo, nadie ha vuelto de la muerte. Pero le he sugerido que hable con su madre de lo que hoy puede darle un cierto gusto de la eternidad: un gesto gratuito, un ramo de flores… Del amor de Dios que nos da la vida gratuitamente, que da todo a su Hijo, y éste se lo devuelve… La liturgia cristiana es un anticipo de la eternidad. Nosotros celebramos la eucaristía en memoria de la muerte y la resurrección de Cristo, para compactar la comunidad cristiana, come un aperitivo del banquete celeste donde se reunirán todos los pueblos. El cielo también es creer que podré comunicar con un chino del III milenio antes de Jesucristo tan bien como con mi mejor amigo.

– Entonces, ¿el cielo no está vacío?

– No, está lleno por la comunión de los santos, por la que intercedemos por los que nos han dejado, y nos apoyamos en los que nos han precedido. Es lo que celebramos en la fiesta de Todos los Santos.

– ¿El cielo está habitado por los que nos han dejado, por los ángeles?

– Está habitado, yo lo creo así, por los que viven hoy de la vida de Dios. La palabra cielo puede incomodar, porque evoca un lugar, y desde que se han enviado hombres al espacio, se sabe muy bien que el cielo no es el cielo. Pero no hay otra palabra para designar lo que está más allá de la experiencia humana, lo que nos es dado y que no dominamos. Aspirar a lo que es dado, a la fuente, a Dios, eso es el cielo.

– Parece que en su libro lamenta que los sacerdotes no hablen más a menudo del «cielo» en su predicación.

– Es difícil, porque se ha echado mucho en cara a los sacerdotes de eximir a los cristianos de sus responsabilidades, de desviarles de su misión histórica haciéndoles volverse hacia el más allá. Y, sin embargo, es muy importante hablar de ello, y la gente nos lo dice. Cuando vivimos un duelo, se nos dice: «Usted tiene la fortuna de creer en el más allá, de creer en el cielo. Tiene la suerte de que su esperanza no se detenga en el momento presente». Yo creo que nuestro mundo sufre profundamente por no estar suficientemente abierto al cielo, a la transcendencia.

– ¿Cómo degustar el sabor del cielo en la vida cotidiana?

– Se puede orar, adorar, ponerse de rodillas para decir a Dios que es grande, que la vida viene de él, que se camina hacia él, y poner en esta perspectiva lo que se va a vivir hoy. Se pueden orar los salmos, que están muy enraizados en lo real de la experiencia humana, y constantemente vueltos hacia Dios. Y después, silencio.

P. Bruno Cazin, vicario general de la diócesis de Lille

– ¿Y cuándo se está enfermo?

– Los enfermos son pobres, y los pobres rezan más fácilmente que los ricos. Es verdad que algunos no llegan a eso, pero creo que un enfermo que está en la verdad respecto a lo que vive, se vuelve con más facilidad a la oración que alguien que está satisfecho. La enfermedad, como muchos otros acontecimientos, puede ser la ocasión de una experiencia espiritual fuerte. La enfermedad despoja, conduce a lo esencial, nos aleja de nuestros engaños, de las mentiras, de los artificios que nos dan la ilusión de que existimos por nosotros mismos. Por eso dispone a abrirse a la transcendencia.

– Y usted, viendo el título de su libro, ¿ha encontrado esta transcendencia en el hospital?

– Tengo una historia de creyente y de estudiante de teología, pero diría que he encontrado a Cristo en el hospital. Los enfermos me enseñan a Cristo, se me da en mi encuentro con ellos, como se da a mí en los sacramentos. No siempre es algo evidente, pero lo veo en los tiempos de retiro y de oración, cuando vuelvo a esos encuentros.

Fuente:La Croix
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