Rafael Pérez Huete se alejó de Dios al morir su hermano, se convirtió en una experiencia mística y es sacerdote: «Si Dios ha dado la vida por mí, ¿por qué no darla yo por Él?’»

* «Yo tenía 17 años.  En mi bolsa de deporte, puse mi muda y me fui a unos ejercicios espirituales ignacianos con el jesuita Jesús Maestro. Él proclamó en esos ejercicios: ‘Mira cómo te mira Cristo desde la Cruz, Él ha dado por ti su vida. ¿Qué has hecho tú por Él?” Esto me hizo pensar que quizá Él quería abrirme ahora una puerta. Yo sentía el impulso de  acercarme a esa llamada pero ¿y si era todo solo una sugestión mía? ¿De verdad un personaje muerto hace 2000 años me llamaba? Yo tenía algo de miedo, algo de escepticismo. ‘Mira cómo te mira Cristo, Él ha dado su vida por ti…’  Sentí otra vez esa frase y un océano infinito que resonó en mí. Era como la mirada de Dios. Sin palabras Él me mostraba que estaba vivo, que me amaba, que me había traído allí. Ni siquiera recuerdo en qué sala sucedió esto. Yo estaba en silencio, meditando, no sé dónde. Aquello era como una Presencia inmensa que me envolvía. No había límite en esa Presencia. Yo me sentí como privilegiado por ese amor inesperado… e indigno de ese amor desbordante. Sentía una gratitud infinita. Esa experiencia me cambió todo. Me pude apoyar espiritualmente en un amigo que era seminarista. Vi en él a un hermano mayor, como el que había perdido»

Vídeo del testimonio del P. Rafael Pérez Huete de junio de 2022

Camino Católico.- Rafael Pérez Huete es párroco en los Santos Inocentes de Madrid, en el barrio de Legazpi. Antes, de 1998 a 2004, fue misionero en una zona muy pobre de Argentina donde unos criminales le pusieron una pistola en la cabeza y casi lo secuestran. De joven, llegó a la fe después de un proceso personal difícil, de enfado y alejamiento, y una llamada asombrosa por parte de Dios. Ha contado su historia a Pablo J. Ginés de Religión en Libertad . Rafel se enfadó con Dios a los 14 años y cortó relaciones con Él.

Una familia cristiana en Valle Hebrón, Barcelona

“Nací en una familia cristiana, practicante, en el barrio de Valle Hebrón, en Barcelona, una zona obrera en los años 70, de clase media más bien humilde. Los niños jugábamos en las calles, en los campos de fútbol. La catequesis de niño me aburría bastante y la viví como un trámite. Una vez rezamos el rosario en familia. No era algo que hiciéramos con frecuencia, pero aquella vez sentí como una especie de escudo de bendición sobre nuestro hogar. Nuestra madre nos enseñó oraciones y yo rezaba con mi hermano, bendiciendo la mesa, por ejemplo. Y cada domingo íbamos a misa”, recuerda.

Escudo humano, amenazado -casi seguro- por ETA

El padre de Rafael era un funcionario del Estado de cierta relevancia. Eran los peores tiempos de la banda terrorista ETA. Rafael recuerda que cuando tenía 6 años fue usado como escudo humano para proteger a su familia…

“Mi madre, mi padre y yo salíamos de la mercería de mamá, que estaba a unos 200 metros de nuestra casa. Una vez fuera, vimos un hombre con gabardina y manos en los bolsillos. Se veía que estaba esperando que saliéramos. Mi madre se puso nerviosa y yo entendí que pasaba algo peligroso. Ella se puso detrás de mi padre, cubriéndole la espalda, y a mí me puso delante de él. Le protegíamos con nuestros cuerpos. Así caminamos rápido hacia nuestra casa. El tipo de la gabardina nos seguía. Y también un coche. El hombre que nos seguía hizo un gesto al coche, se subió a él y se marcharon. Años después, reflexionando, he pensado que Dios me ha preservado la vida en varias ocasiones y esa fue la primera. Eso te hace pensar que Dios espera algo de uno”.

Una terrible tragedia familiar: enfado con Dios

Cuando Rafael tenía 14 años, murió repentinamente su hermano de 17, al que estaba muy ligado. “Murió de un derrame cerebral. Llegué a casa y me lo encontré tirado en el comedor de casa. Salí corriendo a pedir ayuda. Me dirigí a Dios: “si estás ahí y me escuchas, y salvas a mi hermano, yo te entrego mi vida”. Fue como un impulso o recurso desesperado. Mi hermano era mi defensor, mi confidente… Yo llevaba un tiempo sin rezar, algo alejado de la fe, pero en esos días volví a orar”.

“En cuidados intensivos nos dijeron que el derrame era masivo, que una arteria se rompió. Al cabo de unos días, mi hermano murió. Fui testigo de la amargura de mi madre. Reflejaba mi propio dolor e impotencia. Le hablé a Dios con una queja agria: “Tú no me has dado lo que te pedía, así que ya no quiero tener nada que ver contigo”, le dije”.

Cobi, la mascota de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92

Objetivo 92: hacia los Juegos Olímpicos de Barcelona

A Rafael le daba la sensación de que tenía que hacer algo grande en la vida “por mi hermano y por mí”. Se acercaba las Olimpiadas de Barcelona. “Yo quería ser jugador olímpico: me apunté a la selección regional de baloncesto de Castilla la Mancha. En las competiciones cazatalentos de Objetivo 92 me seleccionaron para la regional de baloncesto. Eran unos entrenamientos tremendos, sin parar. Al cabo de un tiempo constaté que no podría llegar a ser de élite: el médico me avisó que mi corazón no podía rendir a un 100%. Podía jugar con amigos, pero no en la élite deportiva. Fue como una segunda ruptura. Se me cortaba un camino ilusionante en el deporte. Se me cayó mi castillo de naipes, el mundo que quería… No tenía nada a qué agarrarme”.

Pero precisamente fue ese cardiólogo quien le dijo, por su propia cuenta: “Si te consideras creyente, en la fe puedes encontrar ayuda”.

«Si hubiera hablado un cura, yo me habría enfadado con esas palabras. Pero como era médico, me impactó y me hizo pensar. Me dije: ‘voy a darle una oportunidad a Dios. Y quizá a mí mismo. ¿Por qué se me cierran estos caminos? ¿He de quedarme en la desesperanza o habrá nuevos caminos? ¿Opto por la falta de sentido, o salgo a buscar a ese Dios que cierra opciones?’”

Dar una oportunidad a Dios… en ejercicios ignacianos

Rafael Pérez Huete, párroco de los Santos Inocentes, en Madrid, ya de niño conoció de cerca la muerte y la lejanía de Dios… pero Él lo reservó y lo llamó a servirle

“Yo tenía 17 años.  En mi bolsa de deporte, puse mi muda y me fui a unos ejercicios espirituales ignacianos con el jesuita Jesús Maestro. Él proclamó en esos ejercicios: Mira cómo te mira Cristo desde la Cruz, Él ha dado por ti su vida. ¿Qué has hecho tú por Él?”

“Esto me hizo pensar que quizá Él quería abrirme ahora una puerta. Yo sentía el impulso de  acercarme a esa llamada pero ¿y si era todo solo una sugestión mía? ¿De verdad un personaje muerto hace 2000 años me llamaba? Yo tenía algo de miedo, algo de escepticismo”.

La experiencia mística: “una Presencia inmensa”

Rafael se confesó durante ese retiro. Siguió reflexionando sobre estas cosas durante ese tiempo de silencio. Y entonces, volviendo a considerar esa frase (‘mira cómo te mira Cristo, Él ha dado su vida por ti…’) se activó una experiencia trascendente que cambió su vida para siempre.

“Sentí otra vez esa frase y un océano infinito que resonó en mí. Era como la mirada de Dios. Sin palabras Él me mostraba que estaba vivo, que me amaba, que me había traído allí. Ni siquiera recuerdo en qué sala sucedió esto. Yo estaba en silencio, meditando, no sé donde. Aquello era como una Presencia inmensa que me envolvía. No había límite en esa Presencia. Yo me sentí como privilegiado por ese amor inesperado… e indigno de ese amor desbordante. Sentía una gratitud infinita”.

Hablar con otros, explorar la vocación

“Esa experiencia me cambió todo. Me pude apoyar espiritualmente en un amigo que era seminarista. Vi en él a un hermano mayor, como el que había perdido”.

Pero una cosa es saber sin duda que Dios te ama personalmente, y otra, muy distinta, es averiguar lo que pide que hagas con tu vida.

“Fue tres meses después, en un campamento de verano. Llegué a la certeza de que Dios me llamaba para el sacerdocio. En una misa de campaña al aire libre, con el sol poniéndose, en el momento de la paz, se iba la luz. A mí no me gustaba mucho acercarme a la gente. Cuando el sacerdote dijo ‘daos fraternalmente la paz’ yo no tenía a nadie cerca, así que miré en mi interior y le dije a Dios: ‘Señor, la paz sea contigo’. Y en ese momento volví a sentir esa inundación de amor. Y también sentí la convicción de que me respondía y que me llamaba pidiéndome un seguimiento”.

“Acabó la misa. Yo tenía un nudo en la garganta. Me metí en la tienda de campaña, la cerré y lloré. Un seminarista que compartía la tienda conmigo llegó y le pregunté: ‘¿cómo supiste que tenías vocación?’. Me dio unas pistas. Y pensé: ‘algo interior me dice que si Dios ha dado la vida por mí, ¿por qué no darla yo por Él?’ Y se me consolidó esa certeza”.

El padre Rafael en adoración en Montserrat, el 2 de marzo de 2019, en el Encuentro Europeo de LifeTeen

Del campo en Cuenca a las misiones en zonas pobres de Argentina

Rafael se ordenó en 1993, al año después de los Juegos Olímpicos. Tenía 26 años. Sus cinco primeros años fue párroco rural en Cañizares, en la alta serranía de Cuenca, “donde el Solán de Cabras”. Disfrutaba mucho con la naturaleza y sacaba a los chicos al campo con mochilas, en acampadas, excursiones de espeleología. Intentaban ver amanecer entre las montañas, hacer vivac bajo el cielo. Él buscaba acercar a los chicos a Dios en la maravilla de su Creación, en la naturaleza.

Después, de 1998 a 2004, fue misionero en Argentina. “Estuve seis años en el Gran Buenos Aires, en Lomas de Zamora, en Banfield Oeste, una zona con mucha pobreza y conflictos, drogas y prostitución.  Yo atendía una parroquia de 180.000 personas. Todas las situaciones allí eran de una intensidad brutal. Atendía 8 capillas y 4 colegios de doble turno de escolaridad. Los jueves confesaba desde las 9 de la mañana hasta las diez u once de la noche. No he conocido nunca algo así en España”.

Su padre le había dado una carta para abrir sólo en Argentina. En ella le decía que se sentía muy orgulloso y daba gracias a Dios. “Mis padres crecieron en su vida cristiana, entraron en la Legión de María, con misa diaria y apostolado intenso”.

“Me apuntaron con una nueve milímetros”

“Hubo varios momentos de pasar miedo en Lomas de Zamora”, recuerda el padre Rafael. “El peor fue cuando me intentaron secuestrar. Yo iba a atender un enfermo, dejé abierta la verja de la parroquia un minuto… y al subir al coche me apuntaron por la ventanilla con una 9 milímetros. Un disparo de aquello me mataba seguro. Salí del coche, levanté los brazos. Llevaba la Eucaristía en el pecho. Me registraron los bolsillos… Yo no podía dejar que se llevaran la Eucaristía… pero por fortuna no vieron mi cinta con el porta viático. Me quitaron todo lo de los bolsillos”.

“Me dijeron: ‘súbete al coche y vente con nosotros’. Les dije: ‘ya tenéis el coche arrancado, pero yo no me voy con vosotros’. Y aceptaron, se fueron con el coche, un Falcon muy pesado, de 2.000 kilos. Pero no sabían que tenía un sistema antirrobo, con un emisor de señal que se paraba a los 200 metros. Yo sabía que no llegarían lejos”.

Varios vecinos se sumaron al sacerdote y le propusieron recuperar el coche. Lo localizaron. “Fuimos un grupo de 9 o 10 y como los criminales eran solo 3 o 4 salieron huyendo. Un mecánico nos acompañaba y con él pudimos recolocar en el coche las piezas que ya estaban desmontando”.

Pusieron precio a la cabeza del cura español

Eso no gustó nada a la banda de criminales. Pusieron un precio a la cabeza del cura español. Cualquiera podía recibir una recompensa por matarlo. Y Rafael vivía pensando que cada día podía ser el último.

“Cada día, al salir a la calle, yo pensaba que quizá no volviera vivo. Pero, curiosamente, fueron días hermosos, porque cada mañana yo le hacía ofrenda de mi vida al Señor. ‘Por ti vivo y por ti muero’, le decía a Dios cada mañana”.

Pero al cabo de un mes pasó algo inesperado: el cabecilla de los criminales, el hombre que le había encañonado con la pistola, asaltó un taxi, y el taxista, que iba armado, le disparó y lo mató. El enemigo de Rafael había muerto. Lo más asombroso es que ¡la familia del criminal pidió al cura que acudiera a rezar un responso en su funeral!

“Fui al velatorio del criminal. Yo sabía que era peligroso: estaría lleno de gente armada que podía ponerse a disparar si se les cruzaba un cable. Allí recé un padrenuestro junto a los cómplices que me habían asaltado.  Ese día desapareció la amenaza sobre mí, porque son supersticiosos y se extendió la idea de que ‘al que se meta con el cura le irá todo mal’”.

De regreso al Madrid opulento de “la burbuja”

Rafael volvió a Madrid en el 2004. En Argentina acompañaba espiritualmente a cien jóvenes y dedicaba  la mayor parte del día a ese acompañamiento espiritual. En Madrid los jóvenes no tenían interés en Dios, ni tampoco los mayores. “Me encontré una sociedad de lujos y consumismo, en los años finales de la burbuja inmobiliaria, con un tren de vida exagerado. No conocía esa España y me sentía muy raro. Intentar ofrecer a Dios a estos madrileños era como tratar de vender carne en una aldea de veganos”.

“Se suponía que a estas alturas yo era ya un sacerdote experimentado, pero estaba muy descolocado. Ni la catequesis, ni los grupos de fe… nada parecía llegar a la gente. Eso me hizo sufrir y sentirme solo. Estuve como 11 años dándome contra la pared”, recuerda.

Parroquia de los Santos Inocentes en Madrid, que se está renovando con iniciativas de nueva evangelización como Cursos Alpha, LifeTeen y otras

Consejos para evangelizadores que llegan a España

Rafael tiene algunos consejos para misioneros o evangelizadores que en América hayan vivido en ambientes de fe viva y en España encuentran aridez y tibieza. “A quien esté en esa situación hoy le diría: conoce a tu gente de verdad, sus miedos y frustraciones y lo que buscan. Visita sus casas, si te abren la puerta de casa te abren su corazón. Puedes hacer una conversación con ellos, para entenderlos. Verás que mucha gente que parecía no buscar a Dios, en realidad sí lo busca, porque se hacen las grandes preguntas: por qué me pasan estas cosas, qué sentido tiene vivir, sufrir, el vacío existencial…”

En los últimos años, Rafael ha entendido que incluso en una sociedad más o menos rica como la madrileña la gente tiene muchas heridas y Cristo sigue curando, como el ungüento del Buen Samaritano. “El cristiano, el sacerdote, ha de acudir con sus ungüento a sanar. Rafael significa, precisamente, ‘medicina de Dios’. Descubrí que no podía reservar eso, que era para darlo…  Sí, Dios no es una aspirina; el Dios verdadero te sana y te salva, pero también te pide servir. Pero Él nos ha hecho con barro y no le molesta que le busques en la necesidad”.

También en los últimos años ha explorado diversas formas de renovar la vida parroquial y potenciar la evangelización. “Con LifeTeen para adolescentes y con Cursos Alpha, para adultos, adquirimos mucha esperanza. Nuestro primer Curso Alpha dejó mucha huella, un grupo de fe estable que continúa. En Lifeteen descubrimos que era posible transmitir la fe a adolescentes con alegría y celebración festiva, con su propia cultura, sin ser marcianos aterrizados en un ámbito ajeno. Llega a la psicología del joven. Sí, hay que tener disponibilidad para escuchar a los chicos, pero eso a mí eso siempre me gustó”.

Muchos años después de su experiencia con las multitudes en Argentina, ahora también en Madrid Rafael vuelve a ser “medicina de Dios” para el alma de jóvenes, adolescente   s y adultos.

Publicado originalmente en  Camino Católico en marzo de 2019 y actualizado  


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