Raoul Sohouénou: «Nací en una familia polígama de cultura vudú en Benín, quería ser mecánico, empecé a santiguarme como mi abuelo y soy sacerdote que evangeliza en Italia»

* «Compartiría con los jóvenes la convicción que he adquirido con mi pequeña experiencia de vida cristiana, religiosa, misionera y sacerdotal, y lo expresaría con las palabras del Papa Francisco a los jóvenes del mundo en la Exhortación apostólica postsinodal Christus Vivit: ‘En el discernimiento de la vocación no hay que excluir la posibilidad de consagrarse a Dios en el sacerdocio, en la vida religiosa o en otras formas de consagración. ¿Por qué excluirlo? Ten la certeza de que si reconoces una llamada de Dios y la sigues, esto será lo que te llene’. A menudo pienso en tantos misioneros y misioneras que salieron de Europa hacia África y creo que los jóvenes europeos tienen que renovar el celo misionero. Quizá sea una forma de honrar a aquellos valientes misioneros del pasado»

Camino Católico.- Aunque en ciertos contextos cada vez es más difícil escuchar su voz, Dios sigue llamando y sembrando en el corazón humano la semilla de la vocación misionera. Después, espera con infinita paciencia la respuesta libre de cada persona. El P. Raoul Sohouénou Cakpo Edènan, un comboniano beninés, hizo crecer la semilla de la vocación, cómo él mismo cuenta a Mundo Negro, haciendo el sencillo signo de la señal de la cruz, que lo llevó a descubrir la llamada de Dios en su vida.

El P. Raoul vive desde hace tres años en Italia dedicado a la animación y promoción vocacional de los jóvenes. Al igual que yo, sigue creyendo en Europa, un continente que ha enviado a tantos misioneros y misioneras y que no puede sustraerse a la urgencia del anuncio de la Buena Nueva a todas las naciones. Jóvenes, ¡abrid vuestros oídos y vuestros corazones a la llamada de Dios!

– ¿Cómo descubrió su vocación misionera?

– Soy el sexto de 14 hermanos. Nací en una familia polígama de cultura vudú. Todavía hoy en mi país, Benín, hay muchas personas que practican las religiones tradicionales, incluso más que el cristianismo. Crecí junto a mis abuelos paternos. Un día, mi abuelo cayó enfermo y pensó que, tal vez, estaba a punto de morir, por lo que pidió ser bautizado. Yo tenía entonces seis años y no entendí nada cuando lo vi santiguarse por primera vez. Afortunadamente mi abuelo se restableció, pero siguió haciendo la señal de la cruz.

– ¿Usted qué pensaba?

– Yo estaba inmerso en la cultura vudú y creía que era un signo propio de ella. Como me gustaba, empecé a hacerlo yo también. Los fines de semana, mi padre solía venir a visitarnos. Cuando hablaba con mi abuelo, los escuché mencionar la posibilidad de que mis hermanos y yo comenzáramos a ir a «catecismo». Memoricé aquella palabra y corrí hasta donde estaba mi hermana mayor para que me explicara qué era eso del «catecismo». Recuerdo bien lo que me respondió: «Si vamos, nosotros también podremos hacer la señal de la cruz que hace el abuelo antes de comer». Al sábado siguiente, mis hermanos y yo empezamos a ir.

El P. Sohouénou de peregrinación con un grupo de jóvenes europeos

– ¿Tenía alguna idea acerca de a qué se iba a dedicar cuando fuera adulto?

– Cuando me preguntaban a qué quería dedicarme en la vida respondía que quería ser mecánico. Mi padre era agricultor y yo pensaba que así podría ayudarle a arreglar sus arados cuando se estropearan. Sin embargo, después de mi bautismo y de mi primera comunión, ante la misma pregunta, decía que quería ser sacerdote. Mi respuesta estaba condicionada por la impresión que me producía la vida del P. Bernard Kintchimon, vicario de mi parroquia.

– ¿Cómo se vivió en su familia su deseo de ser sacerdote? 

– Al principio, mi padre estaba contento, pero cuando llegó el momento de solicitar mi ingreso en el seminario menor diocesano, me encontré con una oposición radical por su parte que duró cinco largos años. Mi padre pensaba que podía estudiar otra carrera. Afortunadamente, con el tiempo y al ver mi determinación, acabó aceptándolo e incluso animándome en mi elección.

– ¿Por qué comboniano?

– En 2001 conocí a los misioneros combonianos en Cotonú, durante una misa de ordenación, y me sedujo el lema «África o muerte» de san Daniel Comboni. Había estudiado en la escuela la historia de la trata de esclavos y no comprendía cómo durante el siglo XIX un europeo pudiera amar tanto a los africanos. Me di cuenta entonces de que siguiendo el carisma comboniano podía llegar hasta Cristo. Después de un tiempo de discernimiento comencé el postulantado en Togo. Era mi primer contacto con otra cultura, aunque Togo y Benín son dos países vecinos. De todos modos, recibí mucha ayuda de mis formadores y compañeros para vencer las dificultades.

El padre Raoul Sohouénou, mccj es sacerdote desde octubre de 2014

El Señor siempre ha puesto en mi camino a formadores que saben caminar conmigo, a mi ritmo, aceptando mi lentitud y mis caídas. Además, me encanta la vida comunitaria y caminar junto a otros jóvenes llamados también por el amor de Cristo. También aprecié los estudios, que me permitieron profundizar mi fe, y todo el itinerario formativo con los combonianos, que ofrece un medio precioso de maduración humana, espiritual y misionera.

Estudié Teología en Nápoles y, justo después de mi ordenación, fui enviado como vicario parroquial a Cotonú, a la parroquia donde había conocido a los combonianos. Era como un guiño que el Señor me hacía para volver a la fuente de mi vocación. Estuve allí cinco bonitos años en los que viví todo con alegría: acompañar a los catequistas, a los jóvenes aspirantes, a los enfermos, a los ancianos… Además, también trabajé con la animación del grupo de la Infancia Misionera.

Estos tres últimos años de mi vida misionera los estoy viviendo en Italia, trabajando en la pastoral juvenil y vocacional. Algunos de los jóvenes a los que acompaño han tenido experiencias misioneras en África y han visto que en nuestro continente la Iglesia es más dinámica, más participativa y con más jóvenes en comparación con las Iglesias de Europa. Me dicen: «Sabemos que no es fácil ser misionero en Italia, pero te necesitamos. Aguanta y sigue adelante». Es cierto que cuesta contactar con jóvenes en una sociedad secularizada como la italiana, pero estoy contento.

– ¿Trabaja con algún grupo juvenil en concreto? 

– Sí, con Giovani Impegno Missionario (Compromiso Misionero Juvenil). Es un camino de formación y discernimiento para jóvenes de entre 18 y 35 años que se sienten atraídos por la misión ad gentes. Son jóvenes que desean profundizar su fe y vivirla de forma auténtica y concreta.

– ¿Ve los frutos de su trabajo?

Me gusta el espíritu de los jóvenes italianos en torno al voluntariado y me sorprende su sensibilidad hacia los temas relacionados con la justicia, la paz o la ecología. Sin embargo, tengo la impresión de que los resultados tardan en llegar. La causa, tal vez sea el olvido de la dimensión espiritual por parte de muchos sectores de la sociedad italiana. Además, el frenético ritmo de la vida de estos jóvenes les deja muy pocas oportunidad para las relaciones humanas.

El padre Raoul Sohouénou, mccj

– ¿Cree que merece la pena la vida misionera?

– Estoy comenzando mi decimocuarto año de vida religiosa, porque emití mis primeros votos en 2009, así que creo que es demasiado pronto para hacer una valoración. Sin embargo, no dudo en que si volviera atrás y tuviera que elegir, tendría muchas razones para seguir eligiendo ser sacerdote misionero comboniano.

– ¿Qué mensaje dejaría a los jóvenes europeos y españoles de hoy sobre la vocación misionera?

– Les diría que no se dejen confundir por lo que se dice sobre la Iglesia y la Misión, que lo descubran por ellos mismos y no solo de oídas. Parafraseando a Jesús, les diría «Venid y ved». Venid, poneos en marcha, no os quedéis mirando desde lejos. Ved, para que conozcáis de primera mano a Cristo, la Iglesia y la Misión. Es una experiencia que hay que vivir. Me gusta la imagen de familia que la Iglesia africana utiliza para referirse a sí misma. La familia es el lugar donde asumo mi parte de responsabilidad, no me alejo para criticar a mis padres o a mis hermanos, sino que participo en su vida. No huyo ni me cambio de nombre porque mi familia tenga defectos. Aunque tenga problemas, sigue siendo mi familia. Haría un gran servicio al mundo que los jóvenes europeos aprendieran a amar y a servir a la Iglesia.

– ¿Y sobre su experiencia personal?

– Compartiría con ellos la convicción que he adquirido con mi pequeña experiencia de vida cristiana, religiosa, misionera y sacerdotal, y lo expresaría con las palabras del papa Francisco a los jóvenes del mundo en la Exhortación apostólica postsinodal Christus Vivit: «En el discernimiento de la vocación no hay que excluir la posibilidad de consagrarse a Dios en el sacerdocio, en la vida religiosa o en otras formas de consagración. ¿Por qué excluirlo? Ten la certeza de que si reconoces una llamada de Dios y la sigues, esto será lo que te llene».

A menudo pienso en tantos misioneros y misioneras que salieron de Europa hacia África y creo que los jóvenes europeos tienen que renovar el celo misionero. Quizá sea una forma de honrar a aquellos valientes misioneros del pasado.


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