Reinhard Fuchsluger abandonó la iglesia, pero trabajar con mendigos, una enfermedad y Juan Pablo II le llevaron a Dios y hoy es sacerdote

* «Era el Papa San Juan Pablo II. Y  él en ese momento no dice nada, sólo felicita la Navidad en cada idioma. Pero cuando él habló algo pasó en mí. Yo me decía: «¿Quién es este hombre que tiene tanta influencia sobre mí, que me revoluciona interiormente?»  En ese momento, Dios empieza a actuar, pasa toda una película por mi cabeza. En un instante yo veo y reconozco todos mis pecados. Reconozco que Dios existe. Por primera vez, tengo una certeza absoluta, y que es Jesucristo. Y que yo todo lo que había hecho era buscar amor, pero muy equivocadamente. Y que era Jesucristo ese amor que yo buscaba”

Camino Católico.-  Reinhard Fuchsluger nació en Austria, en el seno de una familia católica. Sus padres trataron de inculcar en sus hijos una fe sólida y fuertes virtudes humanas, un gran sentido de la responsabilidad y del trabajo. El ambiente del colegio y algunos malos amigos, comenzaron a ensuciar su alma: “Al principio uno lo rechaza, no le gusta… Pero las cosas van cayendo, el alma se ensucia poco a poco…”  En el vídeo superior se visualiza y escucha el programa “Cambio de Agujas” de H.M. televisión en el cual el P. Reinhard Fuchsluger cuenta su testimonio.

Al terminar la enseñanza secundaria, Reinhard Fuchsluger tomó la decisión de entrar en una Escuela de Hostelería, con la idea de llegar a hacer estudios superiores en ese campo y poder abrir una agencia de turismo, un hotel, un restaurante de alto… Tenía que hacer muchas prácticas. El ambiente de la hostelería le dañó profundamente:

 “Al principio tenía bastante relación con Dios, porque vivía con mis padrinos de confirmación, en un ambiente muy sano. Pero, a la vez, el ambiente del turismo se iba notando cada vez más. Me fui alejando cada vez más de casa y de la fe (…) Después, en el verano, desconecté por completo de la fe, de la oración… Y me metí en ese ámbito del turismo, de trabajo y, de alguna manera, también de fiesta. Al principio no tanto, pero luego cada vez más”. 

La mala influencia de algunos profesores y de los libros le empujan a un estilo de vida libertino y la adopción de una mentalidad marxista y atea

Reinhard se trasladó a vivir a un piso compartido, y con sus compañeros: “Aunque sacamos los estudios muy bien, cuando nos íbamos de fiesta la noche no terminaba”.

La conciencia trabajaba y, a veces, de regreso de una fiesta, entraba en una iglesia: “Sentía esa necesidad de ir a la iglesia, pero faltó alguien que me acogiese y que me ayudase a volver a ese lugar”. 

La mala influencia de algunos profesores y de los libros que le recomendaron leer completó – a nivel intelectual – la tarea de terminar de arruinar su fe, que el pecado estaba ya haciendo en su alma: “Más tarde, influenciado por los estudios y por los profesores que, en gran parte eran agnósticos o incluso ateos y el tema de Dios no salía y si salía era para burlarse, empecé a leer literatura mala, aconsejado por los mismos profesores”.

 Recuerda alguno de esos libros que le empujaron a un estilo de vida libertino y la adopción de una mentalidad marxista y, por lo tanto, atea: “Uno de los profesores me dio un libro sobre unos jóvenes hippies que iban al norte de España, a dar una vuelta durante un año, a lo loco. Allí metían de todo: sexo, drogas, alcohol… Y como yo siempre fui aventurero, ese mundo me atrajo mucho. Más tarde, los profesores nos hacían leer libros de carácter marxista. Eran sobre todo libros de historia, que nos explicaban la historia a su manera, desde una visión muy particular y con un espíritu revolucionario. Yo, desde entonces, empecé a entrar en una gran revolución, de rechazo de muchas cosas de la sociedad, de las ideas tradicionales…” 

En esa época, Reinhard se define como “la expresión radical del individualismo. Teníamos amigos, nuestros grupos… Pero los movimientos organizados era precisamente lo que rechazábamos y lo que yo personalmente rechacé. Me dejé crecer el pelo como expresión de ese rechazo, (…) también me puse pendiente. Tatuajes no porque no sabía por cual decidirme. La ropa y la música fue, después de la literatura, lo que más me cambió el alma. Después consumí realidades alternativas: música indígena de diferentes países… Una mezcla entre deseo y búsqueda de la verdad. Esto era muy presente en mi vida”.

Comenzó a trabajar fuera de Austria, en Bélgica. Cada vez iba menos por casa, hasta el punto de que sus padres no sabían ni dónde vivía: “Había desconectado completamente. Vivía en mi mundo y me despreocupé totalmente de mi familia y de cualquiera. Es una forma de egoísmo muy grande. Pero vemos que es lo más normal hoy día”.

Cansancio de trabajar en ese ambiente y servicio civil atendiendo personas de la calle

Cada vez más abajo en esa espiral de egoísmo, de pronto comenzó a experimentar un desencanto y desilusión profundos: 

“Hay un momento muy importante, y es cuando me cansé de estar en el trabajo. Y esto no porque no me gustara el trabajo, sino porque estaba en un ambiente de mucho dinero, donde la persona no tenía ningún valor. Eso yo no logré integrarlo con la formación que yo había recibido de joven. Descubrí que gran parte del mundo era un engaño, y que nos dedicábamos a engañar, a mentir para ganar dinero. Mi jefe tenía dos hijos pequeños y decía que prefería trabajar siete días a la semana que pasear un día en el parque con ellos. (…) Empecé a conocer realmente el ambiente y el mundo en el que yo vivía. Ahí sufrí una crisis muy grande y perdí el deseo de trabajar en ese ambiente”.

De regreso en Austria, empezó el servicio civil en vez del servicio militar. Entró en contacto con un ambiente muy distinto del que acaba de dejar atrás: “Estuve en una casa de acogida de una organización que se dedicaba a recuperar a gente de la calle: personas que acababan de salir de la cárcel, metidos en el alcohol, en el mundo de las drogas… Y yo me reía porque decía: Antes los produje y ahora los saco de su miseria…”

Fue un tiempo de descubrimientos importantes:

“En ese tiempo descubrí varias cosas. En primer lugar, descubrí que yo podía estar del otro lado de la mesa. Lo único que nos diferenciaba es que yo tenía las llaves y ellos no. Y también descubrí que lo que más les importaba era encontrar a alguien que les amara. Podíamos darles de comer, un lugar donde dormir, lavarles la ropa… pero eso no era lo más importante, sino el deseo de encontrar a alguien que los amara y que los apreciara como personas humanas que eran… 

Y  entendí perfectamente que yo no era capaz de amarles, porque yo no había aprendido a amar. Había aprendido lo que el mundo te presenta como amor y que no tiene nada que ver. Después descubrí también que tenía que cambiar algo. Había llegado a un punto donde ya no estaba seguro de si había un Dios, de si existía o no. Es decir, fue una época de verdadero ateísmo, lleno de dudas. Una vez lancé un grito al universo diciendo: «Si estás ahí. Si existes, demuéstramelo». Y encontré algo de paz”.

Enfermedad, vuelta a casa y experiencia de Dios con Juan Pablo II

El trabajo en este ambiente era muy duro, física y sobre todo emocionalmente. Reinhard cayó enfermo y volvió a casa como el hijo pródigo. Era cerca de la Navidad y sus padres le acogieron con todo el cariño del mundo. “Yo no lo entendí, no entendía cómo me podían tratar así después de los problemas que les había dado, de las peleas continuas… Además, yo tenía ya un espíritu un poco amargado. Esto era otra realidad que no me gustó para nada. Mi madre me decía que cuando yo me despertaba de niño, lo primero que hacía era sonreír. Pero en esa época (de vuelta a casa) yo no podía sonreír. Eso me dolía mucho y me dije que eso no podía ser, que yo quería volver a ser feliz como antes lo había sido”.

San Juan Pablo II fue el instrumento providencial a través del cual el Señor tocó su corazón fuertemente. El Señor empezaba a responder a su petición “Si estás ahí. Si existes, demuéstramelo”:

“En este tiempo en casa tuve una experiencia de Dios muy fuerte. El día de Navidad, que el Papa suele dar la Bendición Urbe et Orbe, mi madre entró en la habitación y me dijo que iba a hablar el Papa que por qué no le escuchaba. Me cambió el programa y yo le dije que no me interesaba. Ella sonrió y salió de la habitación. Yo volví a cambiar de programa, pero resultó que en este programa de radio también transmitían al Santo Padre y dije: «Si estos transmiten al Santo Padre, entonces todos lo hacen. No queda más que esperar».

Era el Papa San Juan Pablo II. Y  él en ese momento no dice nada, sólo felicita la Navidad en cada idioma. Pero cuando él habló algo pasó en mí. Yo me decía: «¿Quién es este hombre que tiene tanta influencia sobre mí, que me revoluciona interiormente?»

En ese momento, Dios empieza a actuar, pasa toda una película por mi cabeza. En un instante yo veo y reconozco todos mis pecados. Reconozco que Dios existe. Por primera vez, tengo una certeza absoluta, y que es Jesucristo. Y que yo todo lo que había hecho era buscar amor, pero muy equivocadamente. Y que era Jesucristo ese amor que yo buscaba. 

En ese instante sentí una libertad absoluta. Porque claro, tenía que decidir, o seguir este amor o seguir mi propio camino. Y sabía que si quería seguir ese amor tenía que cambiar radicalmente de vida. Y lo más difícil era cambiar el pensamiento, pues yo ya tenía mi propia filosofía de vida. Pero a la vez sabía que mi camino no me iba llevar a ningún lado, solamente a la autodestrucción. Y sentía una felicidad tremenda, que sabía que no podía venir de nada sino solo de Dios”.

Su madre un apoyo para volver a la oráctica de la fe

Al principio los cambios se produjeron muy lentamente. Había recuperado le fe pero Reinhard todavía creía en un Dios “perfectamente compatible con la Nueva Era, un Dios que yo todavía me hago a mi gusto”. Tuvo que aprender de nuevo el Padre nuestro y el Ave María. Su madre fue un apoyo muy grande en esos momentos: “Gracias a mi madre fui introduciéndome también otra vez en el Santo Rosario, asistiendo alguna vez a Misa, lo que no me gustaba para nada porque no aguantaba las homilías porque hablaban del infierno, del pecado, y no sé que más cosas”.

Descartó volver a trabajar en hostelería. Un nuevo proyecto se abrió en el horizonte de su vida: “Había conocido a un jesuita de México que llevaba varias casas de niños abandonados que recogía de los basureros de la ciudad. Me puse en contacto con él y me dijo que sí, que podía ir a trabajar allá con ellos, pero que tenía que comprometerme por dos años y que tenía que saber un mínimo de español para poder hablar con los niños”.

Su madre tuvo en este tiempo otra intervención providencial. Lo empujó a hacer unos ejercicios espirituales con la Comunidad de San Juan, recién llegada a Austria. Era Semana Santa y el Viernes Santo terminó metido en el confesionario. Llevaba muchos años sin confesar y le costaba dar el paso: “Pero para no hacer el feo, me metí en el confesionario. Sentía también cómo el Señor me empujaba fuertemente. Siempre,  cuando tenía que dar un paso de estos, experimentaba una gran alegría. Y cuando sentía esa alegría me lanzaba a por ello”.

La confesión y viaje a España fiado de la providencia como un vagabundo de Dios

“Me confesé como pude– reconoce -. Gracias a Dios, el sacerdote me ayudó. Salí casi volando del confesionario. Era como si me hubiesen quitado toneladas de peso de encima. Ahí ya supe que no podía seguir el camino así, tenía que cambiar, me tenía que decidir por Dios y tenía que empezar a una vida realmente  cristiana. Y que tenía que salir de Austria para dejar esos lugares donde yo podía caer fácilmente en el pecado”.

“Como el padre jesuita no podía ayudar con el visado, decidí venir a España con un amigo camionero que venía muy a menudo, para aprender castellano”. Ese viaje a España fue trascendental para Reinhard. Tenía recursos económicos, pero quiso viajar de la mano de la providencia, casi como si fuera un vagabundo:

“En ese viaje es donde tuve la tercera experiencia de Dios muy fuerte, que fue la de la providencia. Experimentaba que Dios me acompañaba continuamente. Es que era sentir radicalmente que Alguien caminaba a mi lado. A parte de tantos regalitos cuando me perdía, cuando tenía hambre, porque yo caminaba durante días con la mochila, incluso en la montaña…”

“En ese viaje entendí que lo que más me importaba era volver a casa un día para pedir perdón a mis padres por el mal que había hecho. Y también entendí que tenía que avanzar más, que no podía dedicarme solo a caminar, que ya había visto lo que tenía que ver, y tenía que seguir. Y más tarde entendí por qué el Señor me llevaba de un lugar a otro aunque yo no sabía por qué”.

El camino y la llamada al sacerdocio

La única dirección que tenía en España era la de la Comunidad de los Siervos de los Pobres del Tercer Mundo. Pero cuando llegó allí, se encontró con que estaba solo el superior de la casa y que en media hora se iba de campamento. El resto de los hermanos estaban en Perú de misiones. Siguió vagando por España hasta que, en Cuenca, un sacerdote le dio un nombre:“Priego”. Era un pueblo de la Diócesis en el que Reinhard entendió que había un monasterio donde le podían acoger. Imaginó una comunidad de monjes ancianos encantados de que les ayudara en sus labores. Lo que él quería era un lugar donde poder pasar unos meses para aprender español, rezar, y trabajar por la cama y la comida, antes de dar el salto a México: “Cuando días más tarde llegué a ese lugar, fui a Misa. Era domingo. Terminó la Misa y al ver que no había frailes ancianos sino monjitas jóvenes, se me cayó todo”. 

El párroco era un hombre acogedor de corazón grande. El aspecto de Reinhard era el de un vagabundo en toda regla pero el sacerdote le dio habitación por una semana. “Durante esa semana fui conociendo a las hermanas, a las Siervas del Hogar de la Madre. Ellas me veían ir todos los días a Misa, y me preguntaron que qué es lo que hacía. Yo se lo expliqué y le pidieron al párroco que me dejase quedarme más tiempo. Consiguieron que me dejase un mes, y yo pensé que aquello ya era una maravilla”.

Días después, el 16 de julio, las hermanas tenían una celebración de entrada al noviciado en esa misma iglesia donde las había conocido. “Antes de Misa, estaba rezando y alguien me tocó en el hombro y me empezó a hablar en español. Claro, yo no entendía nada todavía. Entonces me preguntó si hablaba francés y le dije que sí. Me preguntó en francés si yo era el joven que quería ser sacerdote. Ya te puedes imaginar, se me descuadraba todo, y le dije: No, no”.

El sacerdote se sonrió y le invitó a la celebración que tendrían después de la misa. Reinhard recuerda con gracia: “Como había comida por medio, ahí me enganchó”. En la cena, descubrió que ese sacerdote sonriente era el P. Rafael Alonso, fundador del Hogar de la Madre: “Le expliqué la realidad que yo buscaba y, después de un momento de silencio, me ofreció irme con ellos al día siguiente a Cantabria, si yo quería, a trabajar y aprender castellano. Si en diez días veía que no era lo mío, podía marcharme y buscar otra cosa. Yo dije: Eso es lo mío. A la vez me parecía una locura, porque no conocía a nadie, pero dije que sí. Sentía una felicidad muy grande”. Reinhard ya sabía que cuando experimentaba felicidad, el Señor estaba muy cerca.

Su proyecto era estar con esa comunidad recién descubierta del Hogar de la Madre el tiempo suficiente para defenderse con el español y después partir para México: “Esa era mi idea, nada más que mi idea. Pero después el Señor cambió las cosas”.

Una serie de experiencias y acontecimientos providenciales fueron descubriendo el plan de Dios sobre él. Reinhard lo cuenta con detalle en su entrevista. El momento culminante fue una carta de su madre. Él la había escrito explicándola que estaba con una comunidad llamada “Hogar de la Madre” que tenía espiritualidad carmelitana. Reinhard terminaba la carta diciendo “No sé por qué estoy aquí, pero sigo aquí. Estoy bien aquí”.

La respuesta de su madre fue inmediata: “Mi madre tuvo la cara de responder enseguida diciéndome que ella sí sabía porque yo estaba ahí. Después me explicó dos cosas que yo no sabía para nada. Me dijo que desde que yo había salido de casa, rezaba todos los días a Santa Teresita del Niño Jesús, y ella es carmelita. Ella continuó diciendo: Tú dices que ellos tiene espiritualidad carmelitana y se llaman Hogar de la Madre. Yo, cuando te bautizamos, después del bautismo te consagré a la Virgen y le dije: «Este es tuyo, ocúpate Tú de él.» Y claro, esto para mí era muy fuerte, porque como yo había hecho esa experiencia de la providencia de Dios, esto me hablaba muchísimo, no era una casualidad el que yo estuviera allí”.

El 8 de diciembre estaba en plenos ejercicios espirituales. En la oración, hizo un trato con Santa Teresita: “Si aparecen rosas me quedo”. Y el 8 de diciembre aparecieron tres rosas rojas delante de la Virgen. Reinhard todavía se resistía pero sentía de nuevo esa alegría interior que él sabía que era signo de Dios: 

Signo de que Dios me hablaba y me guiaba. Pero yo, todavía muy burro, le dije que para que yo entendiera bien me tenía que hablar claramente, inconfundiblemente. Un día se me acercó el Padre Félix, superior de los Siervos del Hogar de la Madre, y me preguntó qué me parecía si para Navidad ofrecía mi barba al Niño Jesús, y el 1 de enero entraba como candidato en la Comunidad. Y le dije que sí”.

Han pasado dieciséis años ya desde que el hoy Padre Reinhard saliera de Austria movido por una fuerza que le empujaba a ponerse en camino para aprender a amar. Reconoce que todavía está aprendiendo: “Es lo que más cuesta, yo creo que es lo más difícil”. Termina confesando: “Como sacerdote, uno descubre cada vez más su pobreza. Y es importante, porque nuestro orgullo y nuestra soberbia son muy grandes”.

Fuente:Eukmamie
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