Ricardo Benito cuida a su esposa que padece alzhéimer: «No podía con esta cruz. Cristo con su Palabra, oración y Eucaristía me ha transformado. Él está en mi mujer enferma»

* «Es la Eucaristía la que me nutre. Al comer su Palabra, su Cuerpo y su Sangre me lleno de Él; si le abro la puerta y le dejo entrar, se introduce en mis entrañas, nutre mi sangre y regenera mi cuerpo; es decir, me cristifica. Por la gracia de la Eucaristía principalmente, me podré entregar sin reservas a mi esposa; podré formar un solo cuerpo con ella y ofrecer mi sufrimiento y su grave deterioro por los demás, por los alejados, por los que sufren…»

Camino Católico.-  Cuidar a una persona enferma no es fácil, especialmente cuando es tan dependiente como Milagros que padece alzhéimer. Pero el testimonio de su marido, Ricardo Benito, muestra cómo con la ayuda de Dios un acontecimiento tan duro puede hacerte vivir momentos que “saben a Cielo”. Lo entrevista Marta Peñalver en la Revista Misión, con fotografías de Dani García.

Nos reciben los dos. Ella sentada en su silla de ruedas y él con el último número de Misión bajo el brazo. Es amable y cariñoso. Abraza y besa a su mujer, le cuenta quiénes somos y por qué hemos venido: “Milagros, guapa, guapísima, que han venido a verte”.

“Por si ayuda a alguien…”

Ricardo habla con humildad. “Cuando leí el último número de Misión [sobre la Eucaristía] conecté algunas ideas y dije: ‘Les voy a escribir’”. No exento de dificultades, terminó su escrito, pero llegó la duda: “‘¿Lo doy a conocer?’, no sabía si esto podía ayudar a alguien”.

Ricardo y Milagros se casaron hace casi 46 años. De su mujer cuenta que es muy dadivosa, “se desvivía por los demás”. Su primer hijo, José, murió repentinamente al poco de nacer. Después de esta dura experiencia, a Milagros le costaba quedarse embarazada. “Pedimos al Señor el don de los hijos. Tuvimos una niña, un niño, trillizos varones, mellizos –varón y hembra–, otro niño y una peque. Disculpen, pero no esperábamos tanto fruto de nuestra oración…”, explica en su carta. Hoy los nueve hijos se turnan para ayudar a su padre en el cuidado de Milagros, algo que él describe como “una bendición maravillosa que nos llama a la santidad a todos”.

“Al principio fue muy duro ver los primeros síntomas de la enfermedad. Pensaba que no era posible, que ella no estaba enferma, o que el proceso sería más largo…”, explica. También cuenta que tuvo una rebelión interna muy seria: “¿Por qué ella?”. Y aunque ahora acepta la enfermedad de su mujer, no quita que haya momentos difíciles: “Esto está siendo un proceso, un camino. Hace tiempo me costaba aceptarlo. No podía con esta cruz. No quería sufrir, ni ver sufrir. Poco a poco, el Señor con su Palabra, oración y Eucaristía, me iba transformando, unido a la oración de mis hermanos de comunidad [neocatecumenal], donde oramos unos por otros. El Señor tiene todo el poder sobre la muerte, y sobre el miedo a sufrir”, relataba en su carta.

Rutina desde la Eucaristía

La rutina diaria de este matrimonio es sencilla, pero metódica. Se levantan, asean a Milagros (desde hace unos meses cuentan con ayuda de una cuidadora interna) y rezan laudes juntos. “Aunque Milagros apenas habla y está aparentemente ausente, algunas veces contesta con frases como ‘¡ay, Dios mío!’ o ‘amén’. Otras veces le digo ‘Milagros, vamos a rezar’ y ella dice: ‘Eso me gusta’”, explica.

Después él aprovecha para ir a misa. “Fue mi esposa quien me llevó a la misa diaria cuando me jubilé. Y ahora considero que, además de los laudes, es la Eucaristía la que me nutre. Al comer su Palabra, su Cuerpo y su Sangre me lleno de Él; si le abro la puerta y le dejo entrar, se introduce en mis entrañas, nutre mi sangre y regenera mi cuerpo; es decir, me cristifica. Por la gracia de la Eucaristía principalmente, me podré entregar sin reservas a mi esposa; podré formar un solo cuerpo con ella y ofrecer mi sufrimiento y su grave deterioro por los demás, por los alejados, por los que sufren…”.

Después comen juntos, descansan y Ricardo sale a dar un paseo que le lleva cada día a visitar al Santísimo, “al Señor escondido y achicado en un diminuto pan ácimo… para los enfermos, para ser visitado, adorado, llevado como viático… Al despedirme le digo: ‘No me dejes solo ni un minuto, Señor. Que te la puedo jugar’”. Al acostarse vuelven a rezar. “Aunque parece que no, yo creo que ella de algo se entera…”, asegura Ricardo.

Después de una vida larga, en la que Ricardo ha tenido hijos, ha trabajado, ha sido misionero con su familia en Ecuador… “esta situación me ha hecho ver que el Señor me está esperando también aquí”, en casa.

El otro es Cristo

Y concluye: “Para ver en Milagros a Jesucristo necesito estar vinculado a Él. ¿Qué descubro? Que el Señor está en mi mujer. Que es Cristo mismo cuando estaba en la Cruz, abofeteado, ultrajado, flagelado, coronado de espinas… desfigurado. Cuando rezo con Milagros me doy cuenta de que acabo rezando al Señor, por medio de ella. Esto me ayuda. Jesús ha pasado por esto y mucho más. El Señor sufre y me da la gracia de asociarme a su Pasión, ya consumada, en favor de aquellos que tienen el alma rota y sufren en toda clase de esclavitudes o enfermedades. Al darme cuenta de que estoy con Él, unido a su Iglesia, se anima mi corazón. Mis fuerzas crecen y siento la alegría de su salvación que sabe a Cielo. Esa va siendo mi experiencia, gracias al Altísimo, con mi querida enferma, pero muy consciente de mi debilidad. Voy palpando que ella es un tesoro de Vida eterna”.


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