Roberto Dichiera dejó las drogas al enamorarse de Manuela, una chica católica, pero hoy es sacerdote y ayuda a jóvenes adictos

* «Llegué a ser un vendedor de droga y consumidor, desde éxtasis a ácido –LSD–, alucinógenos, y cocaína. No tenía ningún sentido moral, ni creía lo más mínimamente en Dios, y por cerca de 9 años no me confesé. No creía en los sacerdotes, no creía en la Iglesia, no creía en el Papa, no había leído nunca la Biblia»

* Al enamorarse de la joven afirma que «ella me servía de ejemplo, con esta chica comencé a orar, a acercarme de nuevo a la confesión que de tantos años no hacía, y hacer la Comunión, recibir el cuerpo de Cristo, y a leer el Evangelio -que leía a escondidas para no dar gusto a mis padres católicos-«

7 de marzo de 2012.- (Camino Católico) El joven sacerdote italiano Roberto Dichiera tiene un recurso muy poderoso para suscitar conversiones. Su propia vida es un ejemplo de cómo Dios no abandona a sus hijos y aún cuando parecen perdidos en el más profundo de los abismos si responden a la voz del Señor pueden encontrar la felicidad verdadera.  El Padre Roberto, hoy de 37 años de edad, recorre las calles de Roma buscando rescatar a jóvenes atrapados en la adicción a las drogas, un drama que él conoce de primera mano porque lo vivió por casi diez años.

En una entrevista con ACI Prensa el Padre Dichiera, contó que se alejó de la fe católica a la edad de 12 años. «Hice la Confirmación, pero por desgracia empecé a blasfemar contra la Virgen y contra Dios», recuerda. A los 13 años abandonó los estudios y empezó una«escalada de transgresión, de peligros, a través de frecuentar a gente mayor que yo y a través de las discotecas, el alcohol, las drogas».

«Llegué a ser un vendedor de droga y consumidor, desde éxtasis a ácido –LSD–, alucinógenos, y cocaína. No tenía ningún sentido moral, ni creía lo más mínimamente en Dios, y por cerca de 9 años no me confesé. No creía en los sacerdotes, no creía en la Iglesia, no creía en el Papa, no había leído nunca la Biblia».

La droga lo fue sumiendo en hábitos destructivos. En algunas ocasiones perdía momentáneamente la vista, no lograba distinguir nada, veía sólo rojo. Tenía alucinaciones tremendas y llegaba a vomitar por intoxicación. Su conciencia no reaccionaba, ni siquiera cuando vio retorcerse y casi morir a una compañera de vicio.

En 1993, sin que su vida cambiara, tuvo que hacer el servicio militar, obligatorio entonces en Italia. En el cuartel continuó sus actividades con la complicidad de sus compañeros y la evasión inteligente de los controles médicos.

Todo comenzaría a cambiar en un tren, durante un permiso de viaje. Allí lo cautivó una chica a la que en vano intentó envolver en sus excesos. Antes había tenido varias compañeras y relaciones ocasionales sin que jamás se enamorara. Manuela era diferente. Su amor y su fe católica abrieron lentamente una brecha dentro de él. Todavía continuó drogándose, pero ya sentía intensos dolores de cabezas, como descargas eléctricas, y advertía que las sustancias podían quemarle el cerebro.

Antes no dejaba de blasfemar, de despreciar a los curas y de cambiar el canal de televisión cuando veía al Papa, pero entonces comenzó a «soportar» la misa dominical con su novia. Poco a poco sintió curiosidad de escuchar lo que decía el sacerdote y así pudo entender lo que empujaba a Manuela a la iglesia.

Es así como las palabras de Juan 15, 9-13 calaron en su corazón: «Como el Padre me amó, yo también os he amado. Permaneced en mi amor […]. Esto os lo digo para que yo me goce en vosotros y vuestro gozo sea cumplido…». ¿Qué era este amor? ¿En qué consistía este gozo? Estas preguntas y una gran lucha se sucedieron en su interior.

Al cabo de un año inició a rezar, a acercarse a Dios. Descubrió una nueva fuerza de voluntad y cesó de consumir sustancias. Se confesó por primera vez después de nueve años. La última vez había sido cuando recibió el sacramento de la confirmación sólo por complacer a sus padres. Con el noviazgo con Manuela fue transformado por el amor de Dios: «Ella me servía de ejemplo, con esta chica comencé a orar, a acercarme de nuevo a la confesión que de tantos años no hacía, y hacer la Comunión, recibir el cuerpo de Cristo, y a leer el Evangelio -que leía a escondidas para no dar gusto a mis padres católicos-«.

Roberto volvió a la fe y de modo inesperado experimentó el llamado de ese Dios a quien varias veces había insultado. Fue en junio de 1996,  cuando descubrió en una peregrinación mariana su vocación a la vida sacerdotal «algo que jamás había pensado».

Es difícil explicar la transformación de alguien que ha sido tocado por el amor divino. Tampoco fue fácil responder a este llamado, pues Roberto ya proyectaba una familia con Manuela, con quien llevaba dos años. Su misma madre, cuando le comunicó su decisión, no le creía.

Roberto puso fin a la relación con su prometida y «con gran dificultad dejé atrás el mundo de las drogas y la transgresión. Fue un gran combate espiritual, una lucha, cuanto más me acercaba a Jesús, a la oración, a la acogida del Espíritu Santo, más sentía la tentación del maligno, de todas las propuestas que el mundo me podía hacer para permanecer siendo vendedor de droga en las discotecas», recuerda ahora.

Finalmente ingresó en el seminario y entró en contacto con Nuevos Horizontes, una comunidad católica que trabaja en todo el mundo con los más débiles y marginados. Así, don Roberto, hombre tomado de entre los hombres, no duda de su misión actual. Antes vendía sustancias y la ilusión de un paraíso artificial. Ahora imparte la Eucaristía y predica el Evangelio con la certeza de que nada es imposible para Dios.

Para más información y escuchar su testimonio (en italiano): Testimonio

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