Ryan Galloway y Anumeha Jhunjhunwala, protestante él e hinduista ella, llegaron juntos a la fe católica a tiempo de entender la muerte de su bebé

* Se conocieron porque compartían el deseo de ayudar a los más necesitados con la creación de sus propios negocios

* «Toda la razón de ser de nuestra fe», afirma Ryan, «es que Jesucristo murió por nuestros pecados y resucitó de entre los muertos»

* «La misa era la misma en todos los lugares del mundo. Eso te hacía sentir realmente como en casa. Lo que se decía en francés en París lo había escuchado en Des Moines unas horas antes. Comprendimos que formábamos una comunidad con el resto del mundo»

13 de mayo de 2013.- (C.L. / Religión en Libertad / Camino Católico)   El pequeño Ezra murió dos días después de la fecha prevista para su nacimiento. Anumeha supo que algo iba mal porque dejó de moverse. Luego supieron que se había estrangulado con el cordón umbilical. Ella y su marido, , pudieron al menos tenerlo un tiempo en brazos cuando los médicos provocaron el parto. Era la primera gran prueba para su fe católica, pocas semanas antes de su ingreso formal en la Iglesia, en la Vigila Pascual de esta última Semana Santa. Pero la superaron: no acogieron la tragedia con ira o desesperación, sino con una certeza en medio del dolor: «En lo más hondo de nuestro corazón creemos en la resurrección. Un día volveremos a ver a nuestro hijo«, confiesan en un vídeo donde dan a conocer su itinerario espiritual.

Dos itinierarios distintos hasta que confluyeron

Él nació en Sioux City (Iowa, Estados Unidos) en el seno de una devota familia baptista. Su abuelo había sido misionero en África y sus padres le llevaban a la iglesia los miércoles y los domingos, le apuntaban en campamentos cristianos de verano y siempre que podían acudían a escuchar al célebre predicador evangélico Billy Graham. «Se destilaba veneno contra la fe católica«, recuerda Ryan, que tiene ahora 30 años, porque los católicos rezaban a los santos y practicaban rituales supuestamente sin base bíblica.

Anumeha Jhunjhunwala, que tiene ahora 27 años, vivía en Calcuta (India) y era, como todos los suyos, de religión hinduista, y rezaba al levantarse y al acostarse a sus antepasados en el pequeño templo doméstico. Proveniente de una familia de clase alta, asistía a un prestigioso colegio privado protestante, así que conocía bien el Padrenuestro, así como himnos clásicos como Amazing Grace. En cuanto a la Iglesia, había oído hablar de la Madre Teresa.

Ambos jóvenes se encontraron en Estados Unidos, en un café de la ciudad de Des Moines (Iowa), en 2009, en torno a un interés común. Ryan trabajaba para la auditora Ernst & Young y estaba haciendo un posgrado en la Universidad de Drake, donde ella quería aprender lo mismo que él: cómo ayudar a los más necesitados mediante microcréditos para emprender sus propios negocios. 

Empezaron a hablar de su fe y de su común vocación, y buscaron una iglesia cristiana no-denominacional, donde ella empezó a vivir un sentido de la comunidad en la fedistinto al más privado que se practicaba en su hogar.

«Pesadillas»… ¡vestida como la Madre Teresa!

Cuando Anu le dijo a sus padres que se iba a hacer cristiana, para ellos fue «devastador». Las llamadas de teléfono desde la India se hicieron menos frecuentes, las conversaciones se acortaron, se hizo una distancia entre ella y sus progenitores: «Tenían pesadillas viéndome vestida como la Madre Teresa», recuerda la joven. Su madre lo corrobora: «La verdad es que pensé que había perdido a mi hija para siempre«.

Por eso no les hizo mucha gracia ver aparecer a ese largirucho pelirrojo de Ryan en su puerta, cuando volvió con él en 2009 para poner en marcha un proyecto de microcréditos en Calcuta. Pero pronto les gustó la tranquilidad y amabilidad del chico, y en 2010, en una segunda estancia, la madre de Anu fue al grano: «¿Cuándo os vais a casar?».

Era justo el motivo de ese viaje, así que tras el preceptivo permiso, contrajeron matrimonio en noviembre de 2011 en la catedral anglicana de San Pablo, en Calcuta, adonde acudieron también los padres de Ryan. Para los familiares de Anu era la primera vez que ponían los pies en un templo cristiano.

El hogar: la misa, «igual en todas partes»

Durante su luna de miel exploraron su fe. Visitaron iglesias en Londres, París y Roma. Fue allí donde empezaron a ver claro. Acudieron a escuchar al Papa Benedicto XVI junto con una multitud de personas de todos los países, la India incluida. Y algo le chocó a Anu, que había visitado junto a su marido iglesias católicas en Des Moines: «La misa era la misma en todos los lugares del mundo. Eso te hacía sentir realmente como en casa en París, o en Roma. Lo que se decía en francés en París lo había escuchado en Des Moines unas horas antes». «Entonces comprendimos», añade Ryan, «que formábamos una comunidad con el resto del mundo».

Decidieron entonces hacerse católicos… y tocaba decírselo a los padres de él. Fue tan «devastador» como cuando Anu hizo lo propio con los suyos en su primer viaje hacia la fe. «Ryan había elegido ir contra lo que le habíamos enseñado», lamenta el padre del joven. Su madre explica su desazón de forma más teológica: los católicos creen que para ir al cielo hay que realizar ciertos ritos, así como buenas obras, para ganar una gracia que los protestantes creen que se ofrece libremente a todos.

Ryan ya tenía formación y les rebatió sus argumentos con la historia de la Reforma en la mano, pero no consiguió convencerles. Él argüía poderosamente: las iglesias protestantes -alegaba- descansan sobre el carisma del predicador; las católicas, sobre la Eucaristía.

El joven matrimonio, que para entonces trabajaba en el despacho del senador Jack Hatch, de Iowa (demócrata y protestante), empezó a formarse en la fe en un catecismo de adultos para prepararse al bautismo, la comunión y la confirmación. Fue entonces cuando Anu se quedó embarazada.

Sorpresa en medio de la tragedia

Decidieron el nombre, Ezra, y la fecha del bautizo: la misma que la suya. Pero no eran los planes de Dios.

Cuando los padres de Ryan y de Anu llegaron para el entierro del bebé, de su nieto, estaban destrozados y preparándose para encontrarse a sus hijos en el peor estado posible. De ahi su sorpresa.

«Les habíamos subestimado»,admite la madre de Anu: «Nos recibió una pareja muy tranquila y entera. Yo estaba preocupada de que notasen mi debilidad, mi ansiedad, mi corazón destrozado. Y allí estaban ellos: acababan de perder todo su mundo, y se les veía con paz. Me pregunté: ¿de dónde viene esa paz?«.

Acabado el funeral, Ryan tomó el pequeño féretro y lo llevó él mismo en brazos hasta el cementerio. Todos quedaron impresionados por la misa, durante la cual no pudieron dejar de contemplar el gran crucifijo que la presidió: «Era como si los ojos de Jesús les mirasen fijamente. Le sintieron allí, asumiendo el dolor de todos ellos«, cuenta Mike Kilen al relatar la historia. Y sintieron también que había una comunidad apoyando a sus hijos en ese terrible momento, y a un amable sacerdote oficiando misa por alguien que apenas había vivido: «Todo demostraba», explica Ryan, «que era un ser humano que merecía un entierro apropiado». Los padres de Anu y de Ryan comprendieron entonces un poco mejor el catolicismo.

Al llegar al camposanto, la madre de Anu entendió que un día su pequeña y Ryan yacerían bajo la misma tierra que Ezra, bajo la misma cruz que ahora adornaba su tumba. Y entendió mejor el «veremos a nuestro hijo» que consolaba a los jóvenes.

«Toda la razón de ser de nuestra fe»,afirma Ryan, «es que Jesucristo murió por nuestros pecados y resucitó de entre los muertos«. Por eso sonreía con su hijo muerto en brazos, sabedor de que un día se reunirían con él.

El padre Zachary Kautzky, su párroco, diría después que al verles en el hospital con Ezra se acordó de la Piedad de Miguel Ángel: «Les dije que el Padre sabía lo que es perder a un Hijo, y que la Santísima Virgen María sabía lo que es perder a un Hijo. Dios sabe lo que significa». El sacerdote quedó impresionado al verles: «Su ternura meciendo al niño, la fortaleza de Ryan, la amabilidad de Anu… eran impactantes».

Cuando trazó la señal de la Cruz sobre la frente del bebé muerto, Anu comprendió que esas manos consagradas lo habían sido por las manos de los sucesores de los apóstoles, y éstos por las manos del Redentor. De alguna forma, Jesús había tocado a Ezra. Eso bastaba para la esperanza.

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