Sor Aude de María es carmelita: “Nunca pensé que sería monja, y además de clausura. Me fui a China a dar clases porque pensé que era una locura lo que me pedía Dios”

* «Yo era una chica normal hasta que sentí la llamada de Dios, y supe que ahí estaría mi vida. Intenté escapar de la religión pero esta vida me atrapó. Soy feliz y sé que puedo ayudar no solo a treinta alumnos si estuviera en un aula, sino a mucha más gente con la oración, que no es infecunda»

Camino Católico.-  Estudió la carrera de Educación Física en la Universidad de Marsella. Siempre fue una joven con don de gentes, a la que le gustaba, cómo no, el deporte, además de viajar, conducir o ser una auténtica cinéfila. Nada hacía presagiar que Aude de María, una francesa de 41 años, acabaría en el convento de carmelitas descalzas en Santiago de Compostela, donde entró en 2004, como recoge El Correo Gallego. Tras hacer el Camino de Santiago con una amiga, hizo una visita a este monasterio compostelano y supo que era aquí donde pasaría el resto de su vida.

Sin nadie en su familia “ni vinculado a la Iglesia ni muy practicante”, recuerda que de niña fue monaguilla, y que de la mano de un sacerdote en un grupo que se creó tras la Confirmación tuvo la oportunidad de viajar a Turín, donde pudo contemplar el Santo Sudario, la Sábana Santa, o vivir las Jornadas Mundiales de la Juventud de Roma y Toronto en 2000 y 2002. Pese a ello, esta hermana carmelita sostiene que “nunca pensé que sería monja, y además de clausura”. De hecho, explica que tras hacer la Ruta Jacobea y conocer a las hermanas del convento del Carmen, se fue un año a impartir clases de francés en China “porque quería aislarme y comprender por qué Dios quería una locura así para mí”.

“Yo era una chica normal hasta que sentí la llamada de Dios, y supe que ahí estaría mi vida”, asegura.

Para sus padres y sus dos hermanas fue “muy duro” aceptar su decisión, aunque asegura que finalmente lo asumieron “y ahora están muy orgullosos de mí”. Pero hasta que llegó ese momento, su padre, en los viajes familiares en verano de Francia a Santiago, para verla en el convento, explica que le susurraba al oído: “Ya sabes que hay un asiento vacío en el coche”, por si quería volver. Tras un tiempo, comprendió que su hija era feliz, que realmente era lo que quería para ella.

“Intenté escapar de la religión pero esta vida me atrapó. Soy feliz y sé que puedo ayudar no solo a treinta alumnos si estuviera en un aula, sino a mucha más gente con la oración, que no es infecunda”, sostiene.

Cuando entró en el convento del Carmen de Santiago eran 21 las hermanas las que la acogieron. Sin embargo, 16 años después quedan siete.

Dedica el día a la oración y a trabajos como la fabricación de formas. Tienen encargos de cientos de hostias de sacerdotes y cuentan con una plancha especial y hasta una cortadora para hacerlas grandes y pequeñas. Sin tiempo para aburrirse porque hay mucho que hacer en el monasterio, también aprovecha para leer y ensayar los cantos de la Eucaristía, que siempre son cantadas.

Pese a vivir en clausura, no es ajena a los estragos del COVID, desde los enfermos a las colas del hambre. “Rezo por todos”, asegura Aude.


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