Sor Caterina Capitani se levantó y contó que vio a Juan XXIII que le decía: “Me has rezado tú y muchas hermanas, me habéis arrancado del corazón este milagro”

La protagonista del milagro del Papa Bueno falleció en 2010 pero su hermana de comunidad Sor Adele Labianca ha explicado como le relató:

«Sentí una mano apoyada en el estómago en dirección a la fístula y una voz que me llamaba del lado izquierdo: ‘Sor Caterina’. Asustada al escuchar la voz de un hombre, me giré y vi, de pie junto a mi cama al Papa Juan, con el hábito papal, que no sé describir”

27 de abril de 2014.- (Rocío Lancho García / Zenit / Camino Católico)  Sor Adele Labianca es Hija de la Caridad y testigo de la historia «dolorosa y trágica» de Sor Caterina, religiosa que recibió el milagro por intercesión de Juan XXIII y permitió su beatificación. En un encuentro con periodistas en vista a la canonización del Papa Bueno, esta religiosa ha recordado la historia.

«Una curación inexplicable»,ha definido la religiosa. Sor Adele prestaba servicio en el hospital pediátrico Lina Ravaschieri de Nápoles y junto con ella trabajaba desde 1963, Sor Caterina Capitani para «ser la mano, la sonrisa y la caricia de Dios hacia esos pequeños enfermos y hacer la hospitalización más confortable».

La religiosa cuenta como en marzo de 1964, sor Caterina fue golpeada por una fuerte hemorragia gástrica nocturna, episodios que se repitieron durante un año. «Por miedo o privacidad luchaba por no revelar su enfermedad», pero, sor Adela se vio obligada de contarlo a los superiores para evitar consecuencias peores, ya que se sospechaba de una tuberculosis pulmonar.

Y tras realizar varias pruebas médicas fue operada. La intervención quirúrgica duró 5 horas y se le quitó tres cuartos del estómago por la gastritis hemorrágica. «Durante la intervención todos llamaron al corazón de Jesús para despertar su compasión para la sanción de sor Caterina aún joven: tenía tan solo 23 años», recuerda sor Adele. Del mismo modo señala que estaban acostumbrados a rezar el rosario pidiendo por Juan XIII que había muerto poco antes, el 3 de  junio del ’63. Continúa recordando el postoperatorio, que fue duro y surgieron complicaciones, pero la rapidez del equipo sanitario evitó la catástrofe.

Pero de nuevo la situación se volvió delicada y finalmente decidieron llevar a Sor Caterina a Nápoles. «Sor Caterina estaba postrada por el sufrimiento, las esperanzas se habían perdido», recuerda su hermana de comunidad. El 22 de mayo de 1966 le regalan a Sor Caterina una reliquia de Juan XXIII que apoyó sobre la herida. Y sor Adele cuenta lo que contó después Sor Caterina: «sentí una mano apoyada en el estómago en dirección a la fístula y una voz que me llamaba del lado izquierdo: ‘Sor Caterina’. Asustada al escuchar la voz de un hombre, me giré y vi, de pie junto a mi cama al Papa Juan, con el hábito papal, que no sé describir, porque me detuve a mirar su rostro, que era muy bonito y sonriente. Él me dijo: ‘Sor Caterina me has rezado mucho y también muchas, muchas hermanas, pero especialmente una de ellas’ – lamentablemente en mi humildad debo decir que esta ‘una de ellas era yo’-  ¡me habéis arrancado del corazón este milagro! Pero ahora todo ha terminado: tú estás bien y ya no tienes nada!»

Después de esto, sor Caterina volvió a comer y tras los controles médicos todos estaban sorprendidos y los médicos no eran capaces de explicar la curación, recuerda sor Adele. Aunque  hubo «prudencia religiosa» para hablar de milagro. Y explica que «en las sanaciones prodigiosas el verdadero milagro es la resurrección del hombre, no tanto física como interior hacia la luz de la fe, se percibe la presencia de Dios creador que todo puede y todo dona».

Y este fue el milagro que permitió la beatificación de Juan XXIII el 3 de septiembre del año 2000. Sor Adela señala «toda la vida de sor Caterina, tanto en la cama del dolor que en la consagración a Dios, ha sido una manifestación de la bondad divina» y añade que  «el resto de su vida vivió una gran devoción por el Papa Juan, la ha difundido y transmitido a todas las Hijas de la Caridad y al pueblo de Dios», observa la religiosa.

Para finalizar su testimonio, indica que «no sabemos desde qué rincón del paraíso hoy ella nos mira, donde subió el 3 de abril del 2010, dejando un testamento espiritual que manifiesta su abandono en Dios y en su voluntad. También hoy sor Caterina, con su encantadora sonrisa, vuelve a hablar a nuestros corazones: la suya es una voz del futuro, que viene del pasado y se hace presente. Nos enseña que el camino de la fe y del amor es impermeable, pero debemos recorrerlo con audacia, también a través de mares tempestuosos y volcanes en erupción, como ha hecho el beato Papa Juan XXIII y como nos exhorta a hace el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium».

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