Sor María Lena, monja cisterciense: «Cuando veo algo mal en mí o en otros, intento ponerlo a los pies de Jesús, aunque no siempre lo consiga, y le digo al Señor: “Tuya soy”»

Tras años de discernimiento entró en Buenafuente del Sistal, donde vivió sor Teresita hasta los 105 años

* “A los 18 años, sentí que el Señor me llamaba con más fuerza. Siempre había sentido inclinación por la vida religiosa»

* «Estudié en un colegio de escolapias en donde me inculcaron mucho la oración y el conocimiento de Dios. Me fui metiendo en grupos de catequesis, coros de niños en mi pueblo. Quería dar clases y entregarme a Cristo en las escolapias y enseñar”

* “Cursaba mi carrera de Magisterio y fui a Zaragoza a hacer el noviciado. Nos vinimos a Buenafuente a hacer unos días de ejercicios en 1993. Yo no lo conocía. Sentí dentro de mi corazón que el Señor me decía: “Este es tu sitio”

12 de noviembre de 2013.- (Enrique Chuvieco /Aleteia / Camino Católico) Sor María Lena agradece al Papa Francisco que “esté poniendo el dedo en la llaga y que levante ampollas, para que curen”. De las escolapias pasó a las cistercienses y de su Rioja natal en Puebla de la Barca cambió a este enclave tan solitario como bucólico del Norte de Guadalajara por una vocación poco a poco desvelada en oración, “resonancias” y obediencias.

Desde entonces ha vivido en alegrías, peleas con su “ego para luego resucitar” y poder mirar bien a sus hermanas de comunidad, porque, como a ella, “las ha elegido el Señor”, y alguna “noche oscura”. Subraya la necesidad de orar, del “silencio para escuchar al Señor” y de acoger al peregrino, como manda la regla de san Benito.

– Sor María Lena, ¿cómo vio que Jesucristo le llamaba por este camino?

– A los 18 años, sentí que el Señor me llamaba con más fuerza. Siempre había sentido inclinación por la vida religiosa. Estudié en un colegio de escolapias en donde me inculcaron mucho la oración y el conocimiento de Dios. Me fui metiendo en grupos de catequesis, coros de niños en mi pueblo. Quería dar clases y entregarme a Cristo en las escolapias y enseñar.

Cursaba mi carrera de Magisterio y fui a Zaragoza a hacer el noviciado. Nos vinimos a Buenafuente a hacer unos días de ejercicios en 1993. Yo no lo conocía. Sentí dentro de mi corazón que el Señor me decía: “Este es tu sitio”.

Me desconcerté: el Señor me ponía este camino, pero yo quería las misiones y la vida en la escuela. Se lo comenté a mi maestra de novicias y me dijo que hiciera discernimiento porque tal vez fuera algo pasajero.

Estuve cinco años, porque así me lo dijo aquí sor María, que siguiera con las escolapias. Estaba en Zaragoza y veía por todos los sitios resonancias de Buenafuente: en sus cantos, hablabas con alguien y salía Buenafuente… Yo me decía que aquello no era normal.

Decidí por lo primero que el Señor me había mostrado e hice mis votos temporales con las escolapias, con lo cual ya no podía entrar aquí a no ser que fuera una vocación acompañada desde aquí. Era mi caso, ya que me acompañó la madre María desde la distancia; siempre sin influirme, pues yo era la que debía discernir y decidir.

Eso fue en el 93 y en el 98 me vine. Antes de hacerlo, me dijeron desde aquí que hablase con un sacerdote y el mismo día mi maestra de novicias de las escolapias me dijo lo mismo, sin que ambas lo hubieran acordado previamente.

Fui a hablar con él, le expuse, rezamos un rato y me dijo: “Creo que tu sitio está en Buenafuente”. Que me lo dijera una persona de fuera que no me conocía, fue como un esponjamiento que me llevó a decir: “¡Es esto!”.

Me vine acompañada -¡fue precioso!- por mis hermanas escolapias. Era la entrega de unas hermanas a otras sin ruptura, porque me dijeron que si no estaba bien, que podía volver con ellas. ¡Llevo quince añitos con mis noches oscuras y muy contenta!

– ¿Qué horario hacen diariamente?

– Nos levantamos a las cinco y media para rezar Maitines a las seis. Hasta las siete y media, que rezamos Laudes, tenemos oración y lectura. Después tenemos Capítulo, donde leemos un párrafo de la regla de San Benito, rezamos diariamente por los difuntos.

Después tenemos la Eucaristía a las ocho y cuarto con Tercia, y al acabar, el desayuno; después vamos a trabajar hasta la una menos diez.

– ¿Cuál es su trabajo?

– Soy maestra de novicias, sacristana, hortelana y colmenera. Hacemos de todo para tener la casa bien.

¿Han llegado aquí las avispas asesinas?

Tenemos unos enjambres de avispas que no son las normales: ¡son enormes! Las hemos puesto unas trampas a ver si las matamos…

Nos quedamos en los trabajos…

Así es, sin embargo, nuestros principales cometidos son la oración de intercesión por todo el mundo y acoger al peregrino y a las personas que necesitan estar en silencio, en oración, como nos dice san Benito.

Después rezamos Sexta, comemos, fregamos; luego, descansas o lees, según lo que cada una pueda. A las tres y media, Nona, y luego Adoración al Santísimo.

A las seis y media rezamos Vísperas, después cenamos y al terminar tenemos un rato de recreo, veinte minutos de lectura comunitaria y Completas a las nueve y media. Después nos vamos a la cama.

– ¿Tienen voto de silencio?

– No tenemos. Deberíamos guardar más silencio de lo que lo hacemos. Hemos hablado en la comunidad y queremos perfeccionarlo, porque lo necesitamos para escuchar al Señor.

Imagino que la convivencia no siempre será fácil, ya que nuestra fragilidad nos desgasta.

– Para mí la comunidad es como la cruz del Señor: muerte y resurrección. Muchas veces tienes que morir a tus propios egos y, sin embargo, resucitas.

Yo digo muchas veces que nosotras no nos hemos elegido para vivir en comunidad, ha sido el Señor el que nos ha elegido. Por eso tenemos que hacer un trabajo personal, ya que una hermana te puede gustar más o menos, puede haber más o menos empatía, pero, sin embargo, a ella la ha elegido el Señor como a mí. Es decir, yo no he elegido al Señor ni a la comunidad.

¿Y ese momento en el que ya encuadramos a la gente y creemos que ya conocemos cómo es, que nos incapacita para dejamos sorprender?

Una hermana te puede hacer una cosa que a ti te sienta peor, porque tú estás mal. Una de las cosas que estamos perdiendo es el conocimiento de uno mismo. Hemos hecho unos ejercicios con un padre claretiano  que nos ha hecho profundizar en nuestro “yo”. Cuanto más nos conozcamos a nosotros, ahí está el Señor y conoceremos a los demás.

También saber aceptarse y perdonarse a uno mismo…

Esto también es una cosa muy importante, porque esto lo tienes que vivir desde la paz, porque si no te mueres. Si estás mal, lo ofreces al Señor, pero trabajando y desde la oración.

Cuando veo algo mal en mí o en otros, intento ponerlo a los pies de Jesús, aunque no siempre lo consiga, y le digo al Señor: “Tuya soy”.

– Actualmente son ocho monjas en la comunidad, ¿Cómo vive la escasez de vocaciones?

A veces te desalientas, pero muchas veces me digo que si es del Señor, Él suscitará vocaciones. De hecho, nosotras no hemos tenido cerrado el noviciado nunca, y otras comunidades sí. En nuestro caso entran y salen. En estos dos años han entrado cuatro y han salido tres.

Una chica, si Dios quiere, entrará en diciembre. Es obra de Dios, por lo que estamos en sus manos. Lo nuestro es pedir con confianza perseverante.

Por otro lado, hay muchas dificultades en la propia persona. Cuando una persona no viene psicológicamente bien, le pesa nuestra “vida cerrada”, aunque para mí no lo sea. Aquí las puertas se cierran por dentro: nadie te retiene si alguien quiere marcharse.

– Para estar, tiene que haber vocación y equilibrio personal.

Así es porque estamos 24 horas juntas y no dices que ahora te vas al parque,  al cine o en busca de alguien para contarle mis penas. No. Es aquí, en la comunidad.

– ¿Les visitan sus familiares? Imagino que se les echa de menos.

Por supuesto, pero esta es mi vida. Es como cuando te casas, tienes familia. Mi centro es el Señor y las hermanas. Lo pasé muy mal al principio porque mis padres se opusieron, pero el Señor ha madurado su corazón y ahora están contentos.

¿Nunca ha tenido una “noche oscura”?

He pasado por pruebas muy duras –somos humanos-. Nada más hacer mi profesión temporal tuve un herpes en la garganta, encubierto por alergia al anisakis, y pensé que me moría.

Dije: “¡Dios mío, nunca he estado enferma; hago la profesión temporal y ahora me pasa esto!”. Y mi madre: “Es que el Señor no te quiere ahí, está clarísimo”. Y así todo el mundo. Yo hecha polvo, mal físicamente y diciéndole al Señor que mi apoyo era Él y que no entendía lo que me estaba pasando.

Ahí, encontré mucha fuerza en la comunidad; fue formidable, gente que realmente te quiere.

¿Por qué rezan ahora?

Nuestra oración es continua. Luego tenemos casos muy concretos que nos llama la gente para que pidamos. Ahora rezamos por una niñita que nació sin líquido amniótico. Lo hemos encomendado a madre Teresita (murió recientemente con 105 años y estuvo 86 años en clausura), pues es un referente para nosotras.

¿Piensa pedir la apertura de su proceso de beatificación?

De momento no vamos a mover nada, pero para nosotras es una persona muy grande: hemos visto cosas muy grandes de ella.

¿Qué le parece el Papa Francisco?

– Me parece una persona muy abierta, actual y que está dando “caña” a todos los niveles. Está poniendo el dedo en la llaga y está levantando ampollas para que curen.

En la Iglesia, como pecadores que somos, nos acomodamos, también los consagrados.

Benedicto XVI preparó el terreno desde su naturaleza alemana, porque era un eslabón necesario para llegar al actual y seguir la continuidad de Juan Pablo II.

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