Temas 10 y 11.- Crecimiento y transformación en Cristo – La comunidad, Cuerpo de Cristo: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” / Por Conchi Vaquero

Meditación en vídeo grabada en directo

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19 de junio de 2013.- (Camino Católico) Conchi Vaquero Callejas, laica casada y madre de dos hijos, miembro de la Comunidad Familia, Evangelio y Vida, finaliza con esta octava enseñanza el Seminario de Vida en el Espíritu Santo.  Hoy profundiza en como crecer en la vida personal y espiritual caminando en una comunidad de fe, Cuerpo de Cristo, para llegar a proclamar con el testimonio personal lo que se lee en la carta a los Gálatas 2, 20: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”. Conchi Vaquero pertenece también al grupo de oración Familia, Evangelio y Vida de la Parroquia de la Inmaculada Concepción de Vilanova i la Geltrú, Barcelona, España, donde ha sido grabada en directo esta charla, el lunes 17 de junio de 2013.

Textos complementarios para poder realizar, profundizar, y orar el Seminario de Vida en el Espíritu extraídos de «Id y evangelizad a los bautizados» de José H. Prado Flores de Editorial Rema

Tema 10. — Crecimiento y transformación en Cristo

Objetivo del tema: El recién nacido debe dejar crecer la vida de Dios en él.

Hemos sido como niños recién nacidos, criaturas nuevas en Cristo Jesús. Lo peor que nos podría pasar ahora, seria quedarnos niños y no crecer.

Si nacimos en Cristo ahora crezcamos en el hasta su estatura. Esto no significa otra cosa que dejarnos inundar más y más por la vida de Dios, que su gracia nos vaya transformando y que Cristo crezca mientras nosotros disminuimos (Jn 3,30).

Dios no ha terminado su trabajo con nosotros. Apenas si lo ha comenzado. Su plan es que nosotros reflejemos el rostro de Cristo, así como Cristo refleja el suyo.

Dios necesitó un solo segundo para perdonarnos, pero necesita toda nuestra vida para transformarnos. Es una tarea continua; un proceso.

En la ciudad de Taxco hay muchos plateros que hacen verdaderas obras de arte con todo tipo de artículos de plata. Cuando un obrero está trabajando una bandeja del metal, la tiene que pulir y pulir hasta que su rostro se refleje con toda claridad y nitidez en la misma. De esa misma manera es la obra de Dios en nosotros. El nos va puliendo y purificando hasta que en nosotros se refleje el rostro de Cristo.

Así pues, de manera sencilla podemos decir que el crecimiento en Cristo, es ir siendo más Jesús, mas llenos de su Espíritu; dejar que el ame, sirva y testifique a través de nosotros. En fin, que crezca la vida de Jesús en nosotros.

Este crecimiento se manifiesta de dos maneras:

A. —Viviendo las bienaventuranzas

Las Bienaventuranzas no son mandamientos ni obligaciones. Son el Evangelio puro. Es la obra de santificación que el Espíritu va haciendo en nuestra vida. Leer Mateo 5,1-12.

— Los pobres de espíritu: No actúan buscando riquezas ni intereses egoístas. Al contrario, están dependiendo sólo de Dios y están totalmente disponibles para servir al hermano.

— Los mansos. Ellos poseen los bienes materiales según el orden divino; sin codicia ni violencia, pero con la fortaleza que les hace responder con tranquilidad y firmeza a las situaciones de pecado.

— Los que lloran: A la luz de Dios captan la grandeza y la miseria del hombre, y por tanto, la profunda necesidad que existe de salvación en la sociedad y sus estructuras, clamando por un mundo nuevo.

— Los que tienen hambre y sed de justicia: Pero no solo de la justicia humana sino que buscan y trabajan eficazmente por la justicia de Dios que no está basada en la ley sino en el amor. Promotores activos de todo lo bueno, justo y honorable, para que el hombre llegue a ser lo que Dios quiere en el orden econ6mico, político y cultural.

— Los misericordiosos: Haciendo suyas las miserias de los demás, les comprenden y pueden dar pasos efectivos para remediarlas.

— Los puros de corazón: Siendo libres de los criterios mundanos y los intereses partidistas o egoístas, para establecer los valores evangélicos en cualquier ambiente o estructura.

— Los buscadores de paz: Siembran frutos de justicia y de paz, proclaman palabras de vida, actúan con poder, destruyen las obras de pecado y colaboran a instaurar la paz mesiánica que es el cumulo de todas las bendiciones de los tiempos nuevos.

— Los perseguidos: Si al Justo Cristo le persiguió el mundo injusto y sus secuaces, al siervo le pasara lo mismo que a su amo. Pero esto no hará sino crucificarlo con Cristo para absorber en su carne el mal que corrompe a la humanidad y de esa manera liberar el mal que pervierte las relaciones de los hombres.

Pero, ¿Quién puede hacer todo esto? Nadie, ciertamente. Es imposible para las fuerzas del hombre, aunque tenga buena voluntad, y comprometa en ello todos sus esfuerzos. Sin embargo, es posible para Dios. Esto es lo que El quiere en nosotros. Fiel es quien nos ha llamado, quien ha iniciado en nosotros la obra, Él la terminara. ¿Qué es lo que nos toca a nosotros hacer? El segundo paso:

B. —Viviendo la fe

Sabiendo lo que Dios quiere y puede hacer en nosotros debemos lanzarnos a actuar conforme a lo que creemos. La fe o se vive, o se pierde; o se vive, o no es fe.

La fe se debe manifestar en hechos y circunstancias concretas. Si nosotros sabemos y creemos que Dios quiere hacernos vivir las Bienaventuranzas hemos de lanzarnos en fe a vivirlas, apoyados en sus promesas, llenos del poder de su Espíritu, seguros que nuestra Iimitaci6n no es más grande que su Poder.

Dios nos pide dar pasos en la fe, y si caminamos en fe veremos la Gloria de Dios, es decir, la salvaci6n en todos los campos de la vida humana. Entonces seremos testigos de que suceden cosas mucho más allá de las débiles fuerzas de los hombres. Sólo si creemos y vivimos lo que creemos, veremos las maravillas de Dios.

Lo importante es creerle más al Señor que a los criterios mundanos manifestados en la televisi6n, la prensa o el decir de la gente. Y porque le creemos confiamos plenamente en El y dependemos sólo de la Fuerza que viene de lo Alto, su Santo Espíritu, para llevar a cabo la obra que a los ojos del mundo parece locura, pero que manifiesta la sabiduría de Dios.

La fe es certeza en Dios y en su fidelidad. Es seguridad en sus promesas. Es vivir conforme a lo que creemos y tener la experiencia de la fidelidad de Dios que cumple sus promesas.

Esta fe se vive en todos los ámbitos de la existencia humana y sus relaciones con la creación: en el terreno personal, comunitario y social, en el área política y económica, en los aspectos laborales y religiosos. En fin, en toda la vida y en cada momento.

María, modelo de crecimiento en Cristo

— Ella es la esclava del Señor que se dejo modelar por el Espíritu Santo. El poder del Altísimo la cubrió con su sombra y formo en ella a Cristo.

— La bienaventurada por vivir de la fe, la confianza y el abandono total a la voluntad de Dios.

— La que sirve a los necesitados: Isabel, los novios de Cana, el discípulo amado…

— La que está siempre con Jesús y bajo Jesús, colaborando en la obra de la salvaci6n.

— La que permanece junto a la cruz de su Hijo.

— La que ora y se abre al Espíritu en Pentecostés.

— La bienaventurada, no por lo que ella hizo por el Señor, sino por las maravillas que hizo en ella el Todopoderoso.

Cristiano no es el que dice: «Señor, Señor», sino el que cumple con la voluntad de Dios. Cristiano no es el que se dice tal, sino el que deja a Cristo vivir en él y llega a decir:

Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí: Gal 2,20.

Tema 11.—La comunidad, Cuerpo de Cristo

Objetivo: Mostrar que solo en comunidad podemos crecer y perseverar en la Vida en el Espíritu.

La nueva vida traída por Jesucristo no se puede vivir al margen de los demás. Tiene que ser compartida con otros hermanos en la fe y abierta a todo hombre.

Por esta razón la comunidad cristiana no es opcional para el creyente, sino la única manera de ser cristiano completo A partir del día en que Dios, sin necesidad de nadie, creó al hombre y a la mujer, siempre ha actuado en la Historia de la Salvación a través de hombres concretos. La obra siempre ha sido suya pero la ha realizado mediante personas que son vehículos de su acción salvífica: por Abraham son benditas todas las naciones; por medio de Moisés libera a su pueblo de la esclavitud de Egipto; a través de los Reyes gobierna a Israel y gracias a sus caudillos les concede victorias; por medio de los profetas se les comunica; y es por la obra del Espíritu Santo en una mujer, como nace el Salvador.

Esta es la ley de la Historia de la Salvación. Dios no nos quiere salvar aislados sino formando un cuerpo, una comunidad a la que El llama su Pueblo, donde somos colaboradores en la obra salvífica, e interdependientes unos de los otros.

La Iglesia es instrumento de salvación, medio necesario para hacer presente los meritos y los frutos de la acción salvífica de Cristo Jesús. Así como Jesús fue enviado por su Padre, el mismo envió a los suyos con la misma misión: instaurar el Reino de Dios en este mundo.

El cristianismo «a mi manera» no es cristianismo. Es una contradicción de términos, ya que la única forma de ser cristiano es a la manera de Jesús que es formando su Cuerpo. No existe otra forma de ser cristiano. Seria engaño y falsedad.

En la Iglesia, comunidad de creyentes, se da el encuentro de Dios con el hombre. Cristo Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, es el nuevo y definitivo Templo donde se encuentran y se unen para siempre la Divinidad con la humanidad. Si no formamos ese Templo, siendo piedras vivas, y si no integramos ese Cuerpo, jamás se lograra nuestra unión con el Señor.

El misterio de la Iglesia se vive en la dimensión universal de la catolicidad, en el piano diocesano que muestra la particularidad de las comunidades y en el ámbito parroquial que está integrado por familias cristianas.

Junto con estas dimensiones, y sin oponerse a ninguna de ellas, es absolutamente necesaria una pequeña comunidad con otros hermanos, que han tenido la misma experiencia del Espíritu para caminar unidos, movidos y animados por el único Espíritu de Cristo resucitado.

La comunidad no es una estructura sino un ambiente de fe donde se hace efectiva y palpable la salvaci6n de Jesús. No consiste necesariamente en vivir juntos, pero si en vivir unidos por el vínculo del amor y por un objetivo común: vivir el Evangelio No está integrada por santos y perfectos, sino por personas que están decididas a seguir adelante en su proceso de conversión.

La pequeña comunidad no es un lujo sino una familia que llega a ser necesaria para todo aquel que haya nacido de nuevo y que quiera crecer en la vida del Espíritu. Si la comunidad es necesaria para todos, lo es de manera especial e imperiosa para los recién nacidos en la fe, para quienes han renovado sus sacramentos de iniciación y están deseosos de vivir más plenamente su cristianismo. Es alii donde van a recibir todo el amor, apoyo y cuidado que necesitan para la Nueva Vida que inician.

Sin embargo, el desarrollo pleno de una persona no se da en la medida que recibe sino especialmente al compartir cuanto es y tiene, con otros. Esto es precisamente la comunidad. El lugar y el ambiente que favorece la comunión de todos con Dios y la participación entre todos los miembros.

La pequeña comunidad es un grupo estable, integrado por quienes han vivido ya la experiencia inicial de la conversión, han tenido su encuentro personal con Jesús resucitado y han recibido la efusión del Espíritu (Bautismo en el Espíritu Santo) que los ha dejado marcados para siempre. En esta pequeña comunidad se abre el corazón, las relaciones son más profundas. Allí se recibe y comparte amor, comprensión, acompañamiento en la fe, corrección fraterna se ora por las necesidades personales y se camina en el proceso de sanación integral de las personas.

Por eso, el culmen de la evangelización es la integración de estas pequeñas comunidades donde el amor se hace obvio y se corresponsabilizan unos de los otros. La comunidad es el desemboque lógico y normal de una evangelizaci6n bien Nevada. Es más, formar el Cuerpo de Cristo no es opcional o facultativo. Es un imperativo

Pues así como nuestro cuerpo en su unidad posee muchos miembros y no desempeñan todos la misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo miembros los unos de los otros: Rom 12,4-5.

El encuentro personal con Cristo Jesús debe llevarnos necesariamente a un encuentro con nuestros hermanos. Quien ama a Jesús, cabeza del cuerpo, ama igualmente a todo el cuerpo. Quien recibe a Jesús recibe a los discípulos de Jesús.

Pentecostés no terminó con la efusión del Espíritu Santo. Eso fue sólo el inicio. El culmen de la obra del Espíritu fue cuando aquella multitud de convertidos fueron bautizados y de esa manera injertados en la comunidad cristiana presidida por los Apóstoles. Por esta razón, nadie puede hablar de su «pentecostés personal» si no está viviendo de alguna forma la vida comunitaria con los demás hermanos en la fe.

La comunidad cristiana no es producto de una técnica o dinámica. Es la obra del Espíritu que no se detiene jamás. Por eso, quienes no están dispuestos a comprometerse en una comunidad, no deben estar muy seguros de ser guiados por el Espíritu de Jesús que siempre conduce a la unidad. El vínculo de la comunidad no puede ser otro sino el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado: Rom 5,5. Un amor que es obvio y efectivo de tal manera que desde fuera se llega a decir como de nuestros primeros hermanos en la fe: «Miren cómo se aman».

Este amor se manifiesta especialmente en la unidad de fe, criterios y valores que rigen el estilo de vida. En la comunidad existen variedad de carismas pero es uno solo el Espíritu, hay diversidad de ministerios pero un único Espíritu.

La comunidad cristiana, integrada por personas evangelizadas es a su vez evangelizadora por su propio modo de vida, mostrando al mundo que existe una mejor manera de vivir, no basada en los criterios consumistas o de prestigio y poder que rigen las relaciones en nuestra sociedad, sino un estilo de vida basado en los valores del Evangelio La comunidad en este sentido es testigo de que el Reino de Dios ha llegado y que estamos viviendo ya sus primicias.

Estas comunidades, y no individuos aislados, serán quienes transformen el mundo y sus estructuras injustas.

Especialmente la primera comunidad que Dios quiere integrar desde lo más profundo es la familia misma. El quiere no individuos convertidos sino familias convertidas; el busca familias evangelizadas. Jesús no convirtió a Zaqueo cuando este se encontraba encaramado en el sicomoro, sino que lo Ilevó hasta su casa y junto con dona Zaquea y los Zaqueitos, entró la salvación a todo el hogar.

Si no nos atrevemos a dar el paso de formar verdaderas comunidades donde exista la unidad del Espíritu, sin rivalidad ni competencias, buscando mas servir que ser servidos, jamás experimentaremos la vida en abundancia traída por Jesús.

El maravilloso plan de nuestro Padre Dios es transformarnos en Jesús. Sin embargo, no se trata de que cada uno de nosotros sea otro Cristo, sino de que todos, unidos por el Espíritu Santo, manifestamos en forma visible el cuerpo de Cristo.

José H. Prado Flores

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