Tercer día: “Si conocieras el don de Dios”

Tocar nuestras heridas

            El misterio de un retiro es oír la llamada de Jesús y descubrir que nos ama, pero también es tocar nuestros duelos, nuestras heridas.

            El gran peligro que todos corremos es vivir en la ilusión respecto de nosotros mismos. Solemos ser bastante claros juzgando a los demás, pero a nosotros nos cuesta mucho. Nos creemos maravillosos o abominables, nos exaltamos o nos denigramos, pero nos resulta muy difícil vernos tal como somos.

            En nosotros suele haber cosas que no queremos ver, que rechazamos. Un alcohólico, por ejemplo, rara vez reconoce serlo, y todos tenemos tendencia a negar algún aspecto de nosotros mismos.

            Jesús quiere enseñarnos a conocernos tal como somos, con nuestra profunda vocación al amor, con todos nuestros dones, con toda la belleza que hay en nosotros, pero también con todo lo que hay herido, frágil, pobre.

            Hoy querría hablaros de nuevo, pero con más detenimiento, del encuentro de Jesús con la samaritana. ( Jn 4 ). Como sabéis, es un encuentro muy importante.

            Ya os dije que la samaritana es, en mi opinión, la mujer más herida del Evangelio : forma parte de un pueblo despreciado, y dentro de este pueblo rechazado, ella misma es marginada y despreciada.

            Me he preguntado muchas veces porque iba a buscar agua al mediodía, cuando las mujeres, van a por agua por la mañana temprano, antes de que el sol caliente en exceso, o por la noche. Y como todas van a la misma hora, se encuentran alrededor del pozo, se reúnen, y hablan de su marido, de sus hijo y otras cosas cotidianas.

            Pero si hay una mujer de mala vida, puede crearse tensión ; se apartan de ella o no saben que decirle, o tal vez se ríen ; ella, entonces, se siente incómoda y fuera de lugar , no forma parte de la pequeña comunidad de mujeres del pueblo ; no comparte su modo de vida, ni sus preocupaciones, ni alegrías ; escandaliza a todos. Por eso creo que la samaritana prefería ir al pozo cuando no había nadie, a mediodía, cuando el sol está en su cenit. Pero quizá me equivoque por completo interpretando así el texto.

            Cuando llegue al cielo y me la encuentre, es una de las preguntas que le haré, y no excluyo que me responda que, a pesar de haber hablado tanto de ella, no he entendido nada, y que si fue más tarde este día al pozo, se debió únicamente a que también se levantó más tarde.

            Lo que está claro es que su situación la excluye de los apacibles lugares de reunión de las demás mujeres, así como de los lugares de culto ; es una mujer herida, rechazada por las gentes `piadosas de su tierra y que se cree rechazada por Dios.

            Puede que incluso fuera hija de un mujer de mala vida, tal vez no hubiera conocido sino miseria ; nada de amor, un hogar deshecho. Quizá estuviera llena de ira y tristeza, encerrada en su culpabilidad y en su rebeldía, encolerizada consigo misma, con sus hijos, con las gentes del pueblo, y tan triste…

            Entonces, aquel día fue a por agua a mediodía para estar sola, y hete aquí que vio a un hombre sentado en el suelo y apoyado en el pozo.

            Es muy emocionante sentir a Jesús cansado. Pero Jesús era profundamente humano, era un ser humano, en todo, excepto en el pecado ; hay que estar atento a esa humanidad de Jesús ; cuando uno está cansado, puede sentirse cerca de Él.

            Así que allí estaba, sentado, cansado, y aquella mujer se aproximó con un cántaro en la cabeza o al hombro. Jesús se volvió hacia ella y le dijo : "dame de beber", es decir, te necesito. Es muy conmovedor. Jesús no empezó diciéndole: "eres una mujer de mala vida", sino que le dijo : "te necesito, ¿quieres ayudarme ?".

            Jesús nos muestra como debemos acercarnos a los pobres, no desde lo alto de nuestro poder o de nuestra generosidad, sino desde el fondo de nuestra pobreza, de nuestro cansancio, de nuestra necesidad de ellos.

            También es importante que aquel encuentro tuviera lugar junto a un pozo. En la Sagrada Escritura se citan cuatro encuentros junto a pozos que sellan cuatro alianzas. La primera es el encuentro del siervo de Abraham con Rebeca. Junto a un pozo, en efecto, el siervo enviado por Abraham para buscar esposa para su hijo, encontró a Rebeca, a quien también pidió : "Dame de beber" ( Gn 24 ). La segunda es el encuentro entre Jacob y Raquel (Gn 29) ; la tercera el de Moisés y su mujer Seforá, (Ex 2). Y Jesús también estableció también una alianza con aquella mujer, junto a un pozo, y fue ella, la más pequeña y despreciada, a quién reveló que es el Mesías. No se lo dijo a nadie más.

            En mi opinión, aquella mujer fue real, quiero decir que existió realmente, históricamente, que Jesús le habló verdaderamente, y que nosotros también podremos hablar con ella cuando entremos en el cielo. Desconfío de las interpretaciones de la Palabra de la Biblia demasiado alegóricas, pueden ser interesantes, pero yo considero más importante a partir de lo concreto, de los hechos, y a continuación ver que nos dicen. Por lo tanto, aquella mujer fue real, pero también es simbólica, como todos los personajes de la Biblia, porque también nos enseña algo a propósito de la humanidad y de nosotros mismos.

            Esta mujer hace presente la parte herida de la humanidad : los pobres, los excluidos, los marginados, los presos, los pecadores, las personas con alguna discapacidad ; toda esta gente a la que no se quiere ver, se rechaza, se oculta, se encierra en cárceles y asilos o se aparta bien lejos en los barrios de chabolas.

            Aquella mujer de Samaria también está dentro de nosotros, es esa parte herida que ocultamos, que ocultamos incluso ante nosotros mismos. Simboliza el lugar de nuestra culpabilidad, de donde nacen tantas actitudes, seamos o no conscientes de ello.

           El sentimiento de culpabilidad puede empujarnos a ser héroes, a redimirnos mediante grandes impulsos de generosidad o valor, al igual que puede llevarnos a encerrarnos en las drogas, el alcohol, la ira… Mientras no dejemos a Dios que entre ahí, nos arriesgaremos a ser guiados por este sentimiento de culpabilidad sin ni siquiera ser conscientes de ello.

           Recuerdo haber predicado un retiro sobre la samaritana al que asistía una mujer alcohólica. Aquella mujer pasaba por periodos de abstinencia, y después caía de nuevo en alcohol ; lo dejaba una vez más, y una vez más volvía a beber. En el curso de aquel retiro dijo a una persona : "Ahora comprendo que en mí hay dos mujeres. Cuando no bebo, no quiero ver a la que bebe, a esa parte herida de mí, como si estuviera demasiado sucia para que Dios pudiera amarla ; entonces la niego y no le hablo más que de la mujer luminosa. Ahora comprendo que debo dejar que Dios se encuentre con la mujer herida, que debo dejarle entrar en la suciedad que hay en mí ". Sin saberlo, con sus palabras desgarradas, decía algo que encuentra en el prólogo del Evangelio de San Juan : que la Luz debe penetrar en las tinieblas.

          Si negamos las tinieblas, porque nos consideramos puros, sin tenebrosidades, la luz no puede penetrar, del mismo modo que si únicamente nos consideramos seres de tinieblas, indignos del encuentro con Dios, nos encerramos en nuestras tinieblas, nos cerramos a la luz, le prohibimos penetrar en nosotros.

            El misterio de la Encarnación es Dios, que quiere entrar en todo nuestro ser. Él conoce nuestras heridas, como conocía las heridas de la mujer samaritana, sabía que estaba herida desde el inicio de su vida y sabe que todos estamos heridos desde que somos muy pequeños. Sabe que este mundo de tinieblas, temores y culpabilidad que hay en nosotros, surge muy pronto, antes incluso que podamos tener conciencia de ello. Dios quiere entrar en esta parte cerrada, oscura y dolorosa de nuestro ser para liberarnos.

            La samaritana está en mí : en toda esta parte de mí en la que me siento culpable de no saber amar.

            El marido no sabe amar a su mujer, la mujer no sabe amar a su marido, los padres no saben amar a sus hijos ni los hijos a sus padres. Todos estamos encerrados en la misma historia, la misma imposibilidad, la misma incapacidad.

            Pues bien, Jesús se dirige a aquella mujer herida, es a ella en mí, a quien Jesús, sentado más abajo que yo, obligado a alzar los ojos hacia mí, dice : "dame de beber". Y nuestra reacción es la misma que la de la samaritana : "¿Cómo tú, un judío, hablas conmigo, una samaritana?". "¿ Cómo Tú Jesús, hablas conmigo, que soy tan pobre, tan sucio, tan culpable ¿. Soy demasiado insignificante y pequeño y estoy demasiado herido para que puedas pedirme nada ".

            Es una reacción espontánea, muy natural, la misma que tuvo Pedro cuando Jesús quiso lavarle los pies : "no es posible que quieras estar por debajo de mí.

            Jesús miró a la mujer y le dijo : "Dame de beber". Cuando ella respondió, Él la miró de nuevo y le dijo : " si conocieras el don de Dios…"

            Si nosotros conociéramos el don de Dios…

            Para poder oír a Jesús pedirnos de beber, para dejar de huir y conseguir acoger en la luz nuestro don específico y nuestras heridas, necesitamos tiempo y silencio.

Encontrar la fuente de agua viva

            Yo creo que el encuentro de Jesús con la samaritana es un anuncio de la alianza, un momento de comunión, ternura y verdad.

            Jesús iba a revelar a aquella mujer que el verdadero pozo para apagar la sed no era el pozo de Jacob, sino su propio corazón.

            Jesús le dijo : " si conocieras el don de Dios, y quien es el que te dice : dame de beber, tú le habrías pedido a Él y Él te habría dado agua viva".

            La mujer se sorprendió mucho, no comprendía bien : " Señor -le dijo la mujer-, no tienes con que sacarla, y el pozo es hondo ; ¿ de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿ acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él, sus hijos y sus ganados?".

            Jesús le respondió : "todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás". Y añadió esta asombrosa frase, puede que la frase más sorprendente del Evangelio : " el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna".

            La promesa hecha a aquella mujer herida, rechazada, tan pobre y que se sentía culpable, es extraordinaria. Jesús le dijo : si bebes del agua que yo te dé, se convertirá en ti en una fuente que brota, darás de beber a los demás, a muchos más, les darás vida, la vida misma de Dios -porque esto simboliza el agua-, y serás fecunda.

            Jesús desea que seamos hombres y mujeres fecundos, dispuestos a transmitir vida.

            La transmisión de vida es uno de los grandes misterios del universo, ¡ es extraordinario !. Las arañas engendran arañas que engendran arañas desde hace siglos y siglos, y las jirafas engendran jirafas, y las papayas producen papayas…Es un flujo ininterrumpido, cada ser transmitiendo a otro la vida que ha recibido. Es extraordinario, y en el caso el hombre y la mujer es aún más asombroso, porque ellos tienen varias maneras de ser fecundos.

            Ante todo, naturalmente, concibiendo un hijo y dándole nacimiento, pero esto no basta. Para que el niño pueda vivir, para que pueda desarrollarse, para que se convierta en un ser vivo portador de vida, necesita mucho amor, seguridad y ternura. Necesita comunión con su madre, con su padre, con los que le rodean.

            El ser humano ha sido creado para la relación basada en el amor, para la alianza ; ella es lo que le da  vida y le hace vivir.

            Que una madre araña no ame a sus arañitas, no es grave, ¡ es normal !. Pero que unos padres no establezcan una relación de amor con su hijo, que no le rodeen de su ternura, su comprensión, su dulzura y su fuerza, sí es grave. Esta primera alianza es esencial, porque condiciona la posterior vida de relación del niño.

            Éste es el misterio del ser humano : estar hecho para el amor y la comunión, y, mediante el amor, hacerse fecundo, es decir, dar vida a otro.

            Cuando yo tenía trece años, viví una experiencia muy fuerte que fue como un nuevo nacimiento, el tercero. El primero fue cuando nací, el segundo, mi Bautismo, y el tercero cuando quise entrar en la marina de guerra británica. Estábamos en guerra, vivíamos en Canadá y tenía, por lo tanto, que cruzar el Atlántico en un momento en que los marinos hundían uno de cada tres barcos. Fui a ver a mi padre y le dije lo que quería hacer. Me preguntó el porqué. No se que le contesté, pero no he olvidado lo que él me dijo : "Confío en ti. si esto es lo que quieres hacer, debes hacerlo ".

            Aquel día me hizo nacer de nuevo. si el confiaba en mí, entonces también yo podía confiar en mi mismo. Si el me hubiera dicho que esperase a ser mayor, yo habría esperado, pero habría comprendido implícitamente que mi intuición no era buena, que no podía confiar en mi mismo. Pero dijo : "Confío en ti", y aquello me ayudó a confiar en mí y me enseñó a confiar en los demás.

            Cuando se ama a alguien, se le da nacimiento, se le da confianza en sí mismo, se le muestra lo hermoso que es, se le revela la fuerza amorosa que hay en él y su capacidad de dar vida.

            Al decir a la mujer de Samaria que el agua que Él le daría se convertiría en ella en "fuente que brota para vida eterna", Jesús le reveló que en ella había un pozo, una fuente, una fuente divina.

            Nosotros no sabemos que hay una fuente en nuestra persona.

            Sabemos que tenemos inteligencia, que podemos producir cosas, sabemos que experimentamos emocione, deseos, pulsiones, pero ignoramos que en nosotros hay un pozo de ternura, una fuente que puede dar vida, una fuente que puede dar el amor mismo de Dios.

            Solemos incluso tener miedo de la ternura cuando la sentimos aflorar en nosotros, nos parece que está ligada a la emotividad, la sexualidad y la debilidad, nos llena de confusión, porque no sabemos que hacer con ella. Sin embargo, la ternura, misteriosamente, es presencia de Dios. Lo sentimos profundamente cuando podemos vivirla con personas que tienen una discapacidad mental.

            Jesús reveló a la samaritana el misterio que había en ella : que era capaz de amar, que podía convertirse en pozo, en fuente de vida eterna, si bebía de la fuente que es Jesús.

            Éste es el gran secreto revelado a cada uno de nosotros : que si bebemos de la fuente que es Jesús, podremos convertirnos en una fuente de ternura que dé vida al mundo y colmar ese deseo Que Jesús tiene de que seamos fecundos y demos mucho fruto. 

Acoger al pobre oculto en nosotros

            La samaritana estaba muy confusa, no entendía bien lo que Jesús le había dicho ; por lo tanto le pidió : "Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla".

            Entonces Jesús interrumpió, aparentemente, aquella conversación que se desarrollaba en dos planos distintos, diciéndole : "Vete, llama a tu marido y vuelve acá".

            Jesús es sorprendente, no juzgó a la mujer, no la condenó, llevó su atención a su herida, su fragilidad, su debilidad; le reveló su desdicha, que ella ocultaba, y que quizás se ocultaba a sí misma.

            La mujer, entonces respondió : "no tengo marido". Jesús continuó : "bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad". Esta frase : "En eso has dicho la verdad" es muy importante.

            Jesús quería que aquella mujer descubriese la verdad de su ser, que no viviera en la ilusión, que descubriera, sencillamente quien era y que supiera también que El no la juzgaba ni la condenaba. Y solo cumpliendo esta condición podría convertirse en fuente  de la que brotase vida.

            Una única cosa es importante: ser auténticos, huir de las mentiras, de las falsas apariencias e incluso de los sueños y las teorías que nos encierran en un mundo ilusorio en el que estamos lejos de nuestra realidad profunda.

            En la medida en que aceptemos nuestras heridas, entraremos en el camino de la unidad; en la medida en que nos neguemos a ver nuestra verdad, mantendremos una ruptura en nuestro propio interior. Desde el momento en que aceptemos esa parte de nosotros mismos que nos negamos a ver, a reconocer y a admitir, la unidad volverá a restablecerse en el interior de nuestro ser, y es de la unidad de donde brota la fecundidad.

            En un retiro, Jesús nos pide que toquemos nuestras heridas, que nos familiaricemos con nuestras debilidades, que entremos en la parte oculta de nuestro ser, en nuestra propia pobreza, de la que nos protegemos elevando en torno a ella altas murallas de : saber, eficacia, generosidad…, o de ira, tristeza, depresión…

            Cuando en 1980 dejé la dirección de la Comunidad de Trosly, viví un año como asistente en la Forestière, un centro que acoge a personas muy pobres. Allí estaba Eric, del que ya os he hablado, y también Lucien.

            Lucien nació con una gran discapacidad: prácticamente nunca mira a los ojos, no habla, no anda, y no puede usar las manos; se queda sentado donde se le pone, un poco acurrucado. Lucien vivió los treinta primeros años de su vida con su madre -su padre murió cuando él tenía doce años- su madre y él estaban muy unidos, su madre se ocupaba de él, le comprendía, sabía interpretar cada uno de sus movimientos, de sus gritos, de sus expresiones. El se sentía seguro con ella y vivía en paz.

            Pero un día su madre se puso enferma y tuvo que ser hospitalizada. Lucien, por su parte, ingresó en otro hospital. Bruscamente, se encontró inmerso en un mundo totalmente desconocido, en el que carecía de puntos de referencia y en el que nadie podía comprenderle verdaderamente. Preso de una angustia espantosa, viviendo una suerte de muerte interior, empezó a gritar el día entero. Finalmente, llegó a nuestra comunidad.

            A menudo era presa de una angustia irreprimible que le hacía aullar y contra la cual no se podía hacer nada. Éramos incapaces de calmarlo, ni siquiera podíamos tocarlo, porque ello redoblaba su angustia y miedo ; no se podía sino esperar.

            El grito de angustia de Lucien era sumamente agudo, y yo tenía la impresión de que penetraba profundamente en mi, en zonas secretas de mi ser, despertando mi propia angustia. Yo sentía nacer en mí la ira, y a continuación el odio y la violencia. Habría sido capaz de cualquier cosa para hacer callar. Era como si toda una parte de mi ser que había aprendido a controlar, estallase bruscamente en mí. Era muy difícil vivirlo, no solo la angustia de Lucien, sino la revelación de lo que sucedía en mí, el descubrimiento de que yo, que tenía la vocación de vivir con los débiles, era capaz de hacerle daño, que había en mí potencialidades de violencia y odio que su grito podía despertar.

            Entonces comprendí lo que podía ocurrir en el corazón de una madre que maltrata a sus hijos. Suele tratarse de una mujer sola, abandonada, está triste, angustiada, depresiva; que apenas puede hacer frente a los problemas del trabajo, a las cargas materiales. Le cuesta sostenerse a sí misma.

            Y cuando vuelve por la noche, tiene la fuerza justa para darles de cenar o ponerlos ante el televisor; pero eso no es lo que esperan de ella. Sus hijos necesitan amor, atención, diálogo; entonces gritan. Y la madre está "agotada", su pozo está vacío, no puede dar nada más, no soporta este grito que la arranca de sí misma. El grito con el que sus hijos piden ser amados, despierta el suyo, y le duele; brota la ira, y golpea para liberar la tensión que hay en ella y hacerles callar.

Es horrible descubrir en uno mismo esa capacidad de odio y violencia y ver lo frágiles que somos. Es necesario bastante poco para que el odio y la violencia nos dominen; aunque no sea más que en el plano psicológico, no deja de ser menos real. Y que difícil es mirar el problema de frente…La tentación de huir de los que nos revelan la profundidad de nuestra herida es grande ; ésa es la fuente de todos los racismos, rechazos y exclusiones. Pero precisamente es muy importante no huir, tener alguien con quien hablar de esos demonios interiores, alguien que nos ayude con la palabra a explorar ese mundo de tinieblas y a exorcizar todos esos fantasmas que nos atormentan desde nuestro interior.

Fue una carta de psicoanalista Carl Jung, discípulo de Freud, lo que me ayudó en aquella época a comprender algo importante. Jung escribía a una de sus corresponsales cristianas estas palabras que cito de memoria : "admiro a los cristianos porque en quien tiene hambre o sed veis a Jesús. Cuando acogéis a un extraño a alguien diferente acogéis a Jesús. Cuando vestís a alguien que está desnudo, vestís a Jesús. Lo considero muy hermoso, pero lo que no comprendo es como nunca veis a Jesús en vuestra propia pobreza. Queréis hacer siempre el bien al pobre que está en el exterior y, al mismo tiempo, negáis al pobre que está en vuestro interior. ¿Porqué no podéis ver a Jesús en vuestra propia pobreza, en vuestra hambre y en vuestra sed?;¿no veis que también hay un enfermo en vuestro interior, que también vosotros estáis encerrados en una cárcel de miedos, que en vosotros hay cosas extrañas : violencia, angustia, cosas que no controláis y que son ajenas a vuestra voluntad ?. En vuestro interior hay un extraño, y hay que acoger a este extraño, no rechazarlo, no negar su existencia, sino saber que está ahí, y acoger y ver a Jesús en él".

            Este texto me ha ayudado mucho. Es verdad : solo puedo recibir a Jesús en mí si recibo al pobre que hay en mi interior. Y, a partir de esto, pude descubrir una verdad muy sencilla: solo puedo acoger verdaderamente las heridas de Inocente, Eric y Luisito, si acojo mis propias heridas. Si niego mis propias heridas, negaré las heridas de los demás y los apartaré de mi camino para que no me obliguen a pensar en ellas.

            Por lo tanto, el misterio del pobre es que revela a la vez el pozo de ternura y todo lo endurecido de nuestro corazón, todas nuestras heridas.

            Y el gran secreto que Jesús nos revela es que está presente en nuestras heridas, en el pobre que hay en cada uno de nosotros y que hay que acoger como queremos acoger a Inocente, Luisito, Claudia…

            Y este es el significado profundo del encuentro de Jesús con la samaritana : "En eso has dicho la verdad". Para ser hombres y mujeres profundos, tenemos que vivir en la verdad, tenemos que encontrar la unidad en nuestro interior. No debemos negar nuestras heridas, sino acogerlas y descubrir que Dios está presente en ellas.

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