Testigos de las “30.000” vidas salvadas por la misión salesiana en Costa de Marfil en la guerra civil de 2011

El misionero español Carlos Berro, director de la misión salesiana en Duékoué. «A los hombres los mataban, pero a las mujeres no. Las violaban para que tuvieran hijos suyos y se acordaran toda la vida de la humillación. Se da salida a las peticiones de todo el mundo. Pero cuando alguien viene y te cuenta que quemaron su casa, que mataron a su marido y a sus hijos… ¿cómo se arregla eso. Mucha gente no puede perdonar. Y sin perdón, no hay progreso ni paz»

20 de diciembre de 2015.- (Misiones Salesianas / Camino Católico30.000 personas cruzaron la puerta de la misión salesiana de Duékoué, en Costa de Marfil, durante la guerra civil de 2011. Los guerrilleros respetaron el terreno sagrado y no los mataron. Lo cuenta Raúl de la Fuente –finalista a un Óscar de Hollywood– en su documental “30.000”, que puede visualizarse en el vídeo.

«Vinieron a mi casa y machetearon a mi hijo. Su sangre corría sobre mí. Otro hombre, con su cuchillo, me cortó un trozo de cráneo. Rociaron mi casa con gasolina y la prendieron fuego».Ella, quien habla, mira fijamente a la cámara con los ojos vacíos. «El testimonio de aquella mujer me dejó helado. Estaba muerta en vida», reconoce Raúl de la Fuente, director del documental 30.000 sobre la guerra en Costa de Marfil, impulsado po Misiones Salesianas.

Aquel día, Raúl y su equipo grabaron a más de diez mujeres víctimas de la guerra civil de 2011 en Costa de Marfil. «Había trabajado antes temáticas de guerra, pero esta vez, después de escuchar a aquellas mujeres, entendí lo atroz del ser humano. Fue uno de los días más duros de mi vida», asegura de la Fuente, ganador de un premio Goya en 2014 y finalista de los premios Óscar 2016 por el cortometraje Minerita, sobre un grupo de mujeres que malviven en el distrito minero de Cerro Rico, en Bolivia.

El conflicto en Costa de Marfil se originó tras las elecciones presidenciales de 2010. Los dos candidatos, Alassan Ouattara y Laurent Gbagbo, se proclamaron vencedores y entre los partidarios de ambos se desató una cruenta guerra. «La gente venía con ganas de hacer el mal», recuerda el misionero español Carlos Berro, director de la misión salesiana en Duékoué. «A los hombres los mataban, pero a las mujeres no. Las violaban para que tuvieran hijos suyos y se acordaran toda la vida de la humillación». Violación que supone una letra escarlata para estas mujeres: «Nuestro pueblo nos repudió, nos apuntaban con el dedo. Incluso nuestros maridos nos rechazaron», explica una de ellas. Otra recuerda actos tan atroces como ver a un hombre cortar el pie de su amiga y beberse su sangre.

«Todos los que huimos de la ciudad fuimos a la misión católica», cuenta otra de las mujeres entrevistadas –las verdaderas protagonistas del documental–. «Cuando llegué estaba muy enferma, habría muerto si no me hubieran acogido». Solo en un día, el 29 de marzo, habían muerto 800 civiles. El resto de la población, aterrorizada, decidió abandonar sus casas y huir hasta la misión de los salesianos. Uno de los sacerdotes que estaba allí cuenta cómo «la gente dormía en todas partes, hasta de pie bajo la lluvia. El calor humano asfixiaba». Los salesianos hacían vela cada noche en la puerta para que no entrase ningún intruso, «aunque hubo momentos de mucha tensión, en los que pensábamos que iban a entrar a sangre y fuego». Pero los asesinos respetaron el terreno sagrado. «Es un pueblo creyente, y respetaron la misión. Pero yo siempre digo que fue María Auxiliadora, que nos estaba echando una mano», reconoce Berro.

Cuatro años después de la barbarie, el Gobierno ha creado una Comisión de la verdad y la reconciliación, que en la región de Duékoué gestionan los salesianos. «Se da salida a las peticiones de todo el mundo. Pero cuando alguien viene y te cuenta que quemaron su casa, que mataron a su marido y a sus hijos… ¿cómo se arregla eso?», se pregunta el misionero. «Mucha gente no puede perdonar. Y sin perdón, no hay progreso ni paz».

Mientras, en la misión salesiana los niños huérfanos que empuñaron las armas durante la guerra ahora aprenden un oficio. «Por encima de la muerte está la vida. Ellos nos explican cómo hay que vivir. Todos los días me siento agradecido de participar de este don de África de nuestros amores y dolores», concluye Carlos Berro, mientras vuela una cometa de colores, rodeado de niños sonrientes.

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