Tom Leopold, creador de «Cheers» y «Seinfeld», bautizado católico el Domingo de Pascua

* El inicio de su conversión se remonta al momento en que clamó a Dios porque su hija pequeña de 14 años sufría un trastorno alimentario. Él dijo: «¡Por favor, Señor, dame aunque sea el más pequeño signo de que estás ahí! ¡No puedo con esto yo solo!»

30 de abril de 2011.- Tom Leopold tiene un cierto aire con Woody Allen. Es judío, vive en Nueva York enamorado de su ciudad con su mujer y sus dos hijas, luce un cieto airekitsch con unas gafas y un atuendo que presume de no haber modificado desde 1969 y ha hecho reír a millones de personas en todo el mundo. Aunque la mayoría no lo saben. Ha sido productor de decenas de episodios de series estrenadas con gran éxito en España, como Cheers, Seinfeld o Will & Grace, y ha escrito varios de sus capítulos. De vez en cuando hace algún papel como actor, y ha publicado dos novelas que se han vendido muy bien. En su currículum figura haber trabajado con estrellas del espectáculo como Billy Cristal, Chevy Chase, Steve Allen, Bob Hope o Lucile Ball. Pero el Domingo de Resurrección fue noticia por otra cosa, y es su bautismo en la Iglesia católica, que él mismo anunció y explicó en el blog de la Conferencia Episcopal norteamericana.

(Religión en Libertad) «Sé que suena raro», afirma, «pero siempre me gustó Jesús, aunque no fui lo suficientemente profundo para comprender la idea de que es el Hijo de Dios». En un cierto momento, Leopold se preguntó que habría pensado él de haber vivido en la época de Jesucristo: «¿Habría tenido el coraje de decir: Todos dicen que estamos esperando por el Mesías… pues bien, ¡se acabó la espera!?». Dos mil años después, dice, seguiría a Jesús si Él me llamara y considera su bautismo «una bendición».

Y ¿por qué esa conversión? Tom Leopold lo explica en un flash-back que se remonta a dos años atrás. Una de sus hijas, de 14 años, padecía un trastorno alimentario que estaba causándole serios problemas psicológicos con repercusión en el colegio, y tuvieron que internarla en una clínica en el desierto de Arizona. Era Nochebuena, y su mujer, su hija mayor (de 17 años) y él fueron a verla y se encontraron en un hotel decorando mínimamente la habitación para celebrarla: «Éramos todos judíos, pero por alguna razón siempre habíamos celebrado la Navidad. Había algo sagrado en el modesto árbol que compramos…».Un tipo raro

 Al día siguiente podían estar con su niña enferma, así que se acostaron pronto. Leopold confiesa que, tumbado en la cama aquella noche y pensando en su pequeña, fue la vez en su vida que más cerca estuvo de hundirse: «Hace falta ser algo más que un simple guionista de comedia para explicar lo que se siente». Se puso a rezar: «¡Por favor, Señor, dame aunque sea el más pequeño signo de que estás ahí! ¡No puedo con esto yo solo!».

Al día siguiente, mientras dejaban a sus hijas montando a caballo y su mujer y él daban un paseo, se les acercó un hombre, un tipo raro, que empezó a decirles que su primera mujer se había llamado Pastora ( «¿No era Jesús el Buen Pastor?», se pregunta Leopold), y su segunda mujer le había llevado a Cristo a los 33 años. Cuando se despidieron, el hombre le gritó: «¡Dios te está mirando!».

San Patricio y el padre Morris

Tom quedó sorprendido por estas coincidencias, aunque algo estrafalarias, y las interpretó como la señal que esperaba. Y más tras otra coincidencia posterior: cuando un tiempo después decidió ir a ver a un antiguo psiquiatra suyo, para que atendiera a su hija, se encontró de bruces, saliendo del coche, con el padre Jonathan Morris, un joven sacerdote colaborador del Wall Street Journal y de la Fox TV, y que acababa de publicar un libro de gran éxito, La promesa. El plan de Dios cuando la vida te golpea.

Le paró, al reconocerle de la televisión: «¿Es usted el padre Morris?». Lo era. «Tengo su libro en mi mesilla de noche», le dijo Leopold: «¿Podría dedicarme unos minutos? ¿Dónde puedo encontrarle?».

«Justo aquí», respondió el padre Morris, señalando la iglesia de San Patricio.

Tom no nos cuenta qué habló con él. Guarda con discreción lo que sólo a Dios y a él compete. Pero sí expresa que allí cambió su vida: «Éste no es lugar para describir lo que encontréjusto allí, en la vieja San Patricio. En el momento en el que el padre Morris me dio la mano, supe que sería un seguidor de Cristo. ¿Que si mi hija sufre todavía? Sí, sufre, todos sufrimos. Pero ahora siento la gracia de Dios. No estamos solos».
 
Y termina con un  «¡Felices Pascuas!», las Pascuas de su encuentro con Él, este emotivo relato.

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