Valentine y su esposo perdieron a sus 2 hijas bebés por una enfermedad desconocida: «Sólo Dios puede escucharnos, recibirnos, sanar nuestras heridas. No he sido decepcionada»

* «Recé: ‘Señor, acepto lo que me está pasando, pero no me dejes de tu mano. Mi dolor es insondable, por eso quiero que llenes mi vida de alegría sin límites’. Cuando estamos inmersos en una gran prueba, hay una soledad abrumadora, independientemente de la presencia y la ternura del entorno. Ahora bien, esta soledad puede abrir un espacio de intimidad con Dios»

A.L.M. / Camino Católico.- La vida de Valentine cambió hace quince años. «A principios de 2007, todo iba bien con mi esposo Nicolás. Nuestra pequeña Maÿlis, burbujeante y sana, cumplió 20 meses. Estaba embarazada de cinco meses. Todo cambió en ocho meses. Una noche, Maÿlis murió repentinamente, a pesar de varias horas de reanimación. Unos meses más tarde, Olivia, que entonces tenía 4 meses, sucumbió con la misma brutalidad. Los médicos estaban indefensos. Intuyeron que se trataba de una enfermedad genética desconocida”, explica a Famille Chretienne.

Abismo de dolor

“Estaba estupefacta, sumida en un abismo de dolor. Había perdido a mi primera hija, tan burbujeante, luego a mi segunda, tan dulce. Ya no escuchar sus voces, ya no mirarlas a los ojos, ya no tenerlas en mis brazos, ya no tomar sus manitas, volver del trabajo a una casa vacía, terriblemente silenciosa…”, relata sobre como vivía sus emociones.

La conmoción es desproporcionada. Para colmo, Valentine se siente ante la imposibilidad de tener más hijos ante esta enfermedad implacable, desconocida e incurable. “Fui aplastada, no muerta, aplastada por una losa demasiado pesada para mis hombros, condenada a la oscuridad”, susurra.

Escribe a sus hijas contando su desesperación

En esta noche oscura, Valentine comienza a escribir a sus hijas casi todos los días para confiarles su sufrimiento, su desesperación y pedirles que no la suelten de la mano. “Durante mis cartas, comencé, inconscientemente, a escribirle a Dios ¡Y no siempre en términos pacíficos!” Ella le grita su sufrimiento, su rebelión. En el corazón de su interpelación, de su agotamiento, Dios responde con delicadeza a su llamada de ayuda.

Rescatada por sus familiares

En 2008, la pareja peregrinó a Tierra Santa. Allí el Señor comienza a tocar sus corazones. Luego, siguen lecturas, encuentros providenciales, apoyada en el amor de su esposo y de sus allegados, Valentine avanza.

En este camino sinuoso lleno de batallas, se da cuenta de cuánto necesita a los demás de manera vital. “Tuve la tentación de aislarme de mis amigos que me enviaban imágenes insoportables: familias numerosas con niños de la edad de Maÿlis y Olivia, mujeres embarazadas, etc. Pero eran mi salvavidas. No hay nada más relajante que una persona que llora contigo, no hay más reconfortante que una persona que permanece en silencio, que habita lo indecible con su sola presencia.”

La aceptación y la oración a Dios

“También me di cuenta de la importancia de maravillarme con las pequeñas cosas todos los días, de reír, de tener sentido del humor, de salir de fiesta”, sonríe Valentín.

Poco a poco, tomándose su tiempo, va de la rebeldía a la resignación, luego al consentimiento y la aceptación. Valentina deja de buscar respuestas a sus “porqués” y opta por entregárselo todo a Dios.

“Recé: ‘Señor, acepto lo que me está pasando, pero no me dejes de tu mano. Mi dolor es insondable, por eso quiero que llenes mi vida de alegría sin límites’. Cuando estamos inmersos en una gran prueba, hay una soledad abrumadora, independientemente de la presencia y la ternura del entorno. Ahora bien, esta soledad puede abrir un espacio de intimidad con Dios. Sólo Él puede escucharnos, recibirnos, sanar nuestras heridas. No he sido decepcionada”.

Hacia la alegría profunda: adopción de dos niños

Hoy, a pesar del dolor aún presente, Valentine dice sentirse profundamente feliz. “Mi dolor forma parte misteriosamente de mi camino hacia la alegría. Me gusta mucho esta frase tomada de un salmo: ‘La noche como el día alumbra’”, concluye Valentine.

Y en este camino de abandono, Dios hizo surgir una nueva fecundidad en la pareja: pocos años después, pudieron adoptar a dos pequeños colombianos.


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