Mariana Barragán vio morir a su madre de cáncer, vivió desenfrenadamente, abortó y un disparo la dejó paralítica: «Encontré a Dios y sentí el amor y el perdón de Jesús»

* «Qué ironía, ¿no? No quise tener a mi bebé porque no entraba en mis planes, ni en mi futuro, y ahora no podía caminar. Recordé una frase de la carta que mi mamá nos dejó: “Si me hubiera acercado antes a Dios, mi sufrimiento hubiera sido menos pesado”. Sentí entonces en mi corazón que Dios me podía ayudar. Antes de mi conversión odié con todo mí ser a la persona que me disparó. Al mes tuve un careo con él. Pero cuál fue mi sorpresa que, al momento de verlo, lo único que sentí fue paz: ya no había odio. Cuando lo veía, él no podía sostener mi mirada; sólo agachaba su cabeza. Fue entonces que me enteré de que disparó bajo los efectos de la droga; su intención nunca fue asaltarnos y estaba arrepentido. A partir de ahí mi vida dio un giro»

Vídeo del testimonio de Mariana Barragán Linares

* «Asistí a un retiro de Vida Nueva. Tuve un encuentro personal con Dios y tomé conciencia de  las veces que había herido a Jesús; de cómo yo misma me había dañado; comprendí la magnitud del aborto, había asesinado a mi bebé; lloré mucho tiempo. Un obispo me absolvió, me hizo sentir el amor y el perdón de Jesús, aunque yo aún no me podía perdonar. Empecé un largo proceso de vida nueva en una silla de ruedas, sufrí muchos cambios, me enfrenté a una lucha diaria para aceptar mi discapacidad y, lo más importante, empecé a amar a Dios y a la Santísima Virgen»

Camino Católico.-  Mariana Barragán Linares, la menor de 3 hermanos, nace en la Ciudad de México en una familia católica. Sus padres, Óscar y Clara se divorciaron cuando ella tenía un año lo que le hizo siempre albergar el deseo de tener una familia unida como la de sus amiguitas del cole. Tuvo una infancia difícil que la marcó y le dejó heridas en su corazón, lesiones que más tarde tuvieron consecuencias. Fue creciendo; bailar y disfrutar la vida se convirtieron en su pasión, estudiar no.

Su mamá era su todo, la adoraba. Su vida dio un giro cuando ella fue diagnosticada con cáncer y 2 años después muere a consecuencia de la enfermedad. A los 21 años pasaba el momento más doloroso de su vida: su todo se le había ido, la había dejado. Era como si Dios no la hubiera escuchado.

A partir de ahí para olvidar vivió tres años de una vida desenfrenada de sexo desordenado, alcohol, droga, esoterismo y un aborto. Cuando tenía 24 años al salir de su trabajo fue alcanzada por una bala disparada por un hombre drogado y quedó paralitica en silla de ruedas y fue a partir de ese momento cuando “tuve un encuentro personal con Dios y tomé conciencia de  las veces que había herido a Jesús; de cómo yo misma me había dañado; comprendí la magnitud del aborto, había asesinado a mi bebé; lloré mucho tiempo. Un obispo me absolvió, me hizo sentir el amor y el perdón de Jesús, aunque yo aún no me podía perdonar”.  Como ella misma sintetiza: “Dios detuvo mis piernas y puso a caminar mi alma”. Cuenta su testimonio en el vídeo superior de El Sembrador y en El Observador por escrito en primera persona:

Cuando recibí la terrible noticia de que mi mamá tenía cáncer, mi vida cambió súbitamente; aunque no para bien porque, cuando falleció, permití que los excesos gobernaran mi existencia, al extremo de abortar, de sufrir en silencio mi crimen y de estar, en estos momentos, postrada en una silla de ruedas. En los momentos más difíciles de la enfermedad de mi mamá, confié en que Jesús la sanaría; y no es que fuera una fiel católica, pero sabía de la importancia de la oración, por ello le pedía a Cristo por su salud.

Luego de un encuentro personal que ella tuvo con Dios, vi con alegría cómo empezó a sanar su alma, aunque no su salud, que era lo que me preocupaba. El Espíritu de Dios la llenó de una fortaleza increíble, sólo había alegría y gozo en su corazón; sin embargo, dos años después de que le diagnosticaron el cáncer, llegó el momento más doloroso para mi familia: falleció.

Mi «vida nueva»

Fue un dolor muy intenso, no imaginaba mi vida sin mi mamá, y, para evadir mi realidad, inicié una «vida nueva». ¿Cómo? Viviendo la «felicidad» que el mundo me ofrecía: comencé a salir mucho; tuve excesos en mi vida, tomaba más de la cuenta, hacía cosas de las que luego me arrepentía; por consiguiente, me daba cruda moral, pero se me pasaba y volvía a lo mismo, pensando que ese vacío tan grande que tenía en mi corazón lo podía llenar con sexo desordenado, alcohol y reventón. No podía faltar la droga, pero, gracias a Dios, me dio miedo y sólo la probé para experimentar.

Incursioné en el esoterismo: fui a que me adivinaran el futuro sin saber en ese momento que sólo le estaba abriendo puertas al mal. Así fue mi vida durante tres años.

El aborto

En esta etapa empecé a tener novios, y en una de las relaciones me embaracé. Cuando me enteré quedé paralizada, se me apilaron en la cabeza un sin fin de preguntas: ¿qué debía hacer?, ¿qué diría mi familia? Con mi pareja las cosas no iban bien, y me propuso dos opciones: casarnos o abortarlo.

Abortamos. Fuimos a una clínica y ¡adiós, bebé! Al despertar, lloré; pero inmediatamente lo bloqueé y me dije: «¿Para qué lloras si no había vida?».

¡Cuánto lloré! Tenía sólo 24 años

Seguí con el mismo tren de vida y, poco tiempo después, un 25 de octubre, al salir de mi trabajo, me subí al auto de unos amigos para ir al cine. Vimos a una persona parada fuera del coche; tenía algo bajo su abrigo, era una pistola y una escopeta. Mi amigo gritó: «¡Agáchense!. Y luego se escuchó el detonar de un disparo; perdí el equilibrio al instante, me fui de lado. Nos encaminamos al hospital; ya no sentía piernas ni brazos; nunca perdí el conocimiento, iba muy tranquila.

Al llegar a la clínica escuché al doctor decir que era necesario operar para quitar la bala. En terapia intensiva me dieron la noticia de que nunca volvería a caminar porque la bala había lesionado la médula espinal.

¡Cuánto lloré! Tenía tan sólo 24 años y me estaban diciendo que, a partir de ese momento, tendría que depender de otra persona para vestirme, para bañarme. Mi vida cambió totalmente. Qué ironía, ¿no? No quise tener a mi bebé porque no entraba en mis planes, ni en mi futuro, y ahora no podía caminar.

Recordé una frase de la carta que mi mamá nos dejó: «Si me hubiera acercado antes a Dios, mi sufrimiento hubiera sido menos pesado». Sentí entonces en mi corazón que Dios me podía ayudar.

Antes de mi conversión odié con todo mí ser a la persona que me disparó. Al mes tuve un careo con él; recuerdo que pasé un fin de semana horrible ya que me iba a enfrentar a la persona que me había hecho tanto daño; era volver a recordar. Pero cuál fue mi sorpresa que, al momento de verlo, lo único que sentí fue paz: ya no había odio. Cuando lo veía, él no podía sostener mi mirada; sólo agachaba su cabeza. Fue entonces que me enteré de que disparó bajo los efectos de la droga; su intención nunca fue asaltarnos y estaba arrepentido.

A partir de ahí mi vida dio un giro: asistí a un retiro de Vida Nueva. Tuve un encuentro personal con Dios y tomé conciencia de  las veces que había herido a Jesús; de cómo yo misma me había dañado; comprendí la magnitud del aborto, había asesinado a mi bebé; lloré mucho tiempo. Un obispo me absolvió, me hizo sentir el amor y el perdón de Jesús, aunque yo aún no me podía perdonar.

Empecé un largo proceso de vida nueva en una silla de ruedas, sufrí muchos cambios, me enfrenté a una lucha diaria para aceptar mi discapacidad y, lo más importante, empecé a amar a Dios y a la Santísima Virgen. El aborto fue uno de los procesos más dolorosos de mi vida, fueron muchos años de sufrimiento, fue un crimen silencioso; lloraba a solas, ya que a nadie le podía contar lo que había hecho; sentía una tristeza profunda. ¡Catorce años para que pudiera hablar del aborto! Un sacerdote me ayudó a sanar mediante una oración para personas que han abortado.

El don del perdón

Una mañana, rezando el Rosario, sentí en mi corazón la necesidad de escribir una carta llena de amor, inspirada en el Espíritu Santo, a la persona que me disparó, para contarle todo lo que yo había hecho. Se la hice llegar a través de una persona cercana a él que conocí casualmente. Supe entonces que cuando la leyó lloró y se puso el Rosario que le envié. Ahora puedo decir, palabra por palabra, esa frase que todos repetimos tantas veces sin conciencia: «Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Si Dios nos perdona todos los días, ¿por qué nosotros no podemos perdonar a los que nos hacen daño? Gracias a Dios ahora sé que vinimos a esta vida a servir.

Con amor.

Mariana Barragán Linares
México, D.F.


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