Paola Petri vivió 11 de sus 22 años con anorexia nerviosa: «Una intervención directa de la misericordia de Dios en mi vida me salvó de la oscuridad que me tenía poseída»

*  «Empecé a buscar en internet cosas como “catolicismo y anorexia” o “mortificación y anorexia”. Fue decisivo encontrar algunos blogs de chicas recuperadas, cuyo testimonio me abrió mucho los ojos. Finalmente, reuní el valor para redactar un texto admitiendo lo que durante 11 años había negado, confesando todas las mentiras, y lo leí punto por punto a mi madre. Ese momento marcó un antes y un después. A partir de entonces elegía la recuperación…  Tomé la que ha resultado la mejor decisión en mi vida: ir a ver al capellán de mi facultad. No había hablado nunca antes con él, pero cuando iba a Misa me encantaban sus homilías y, sobre todo, me fascinaba el amor con el que trataba la Eucaristía. Empezamos a vernos a finales de enero y fue él quien me convenció de que era con la recuperación como estaba yo llamada a dar gloria a Dios en mi vida, y que era necesario confiar y avanzar por este camino, sabiendo que en cada momento se me daría la gracia suficiente para dar el siguiente paso que tanto me aterrorizaba»

Vídeo del testimonio de Paola Petri en Mater Mundi TV

Camino Católico.-  Paola Petri, 22 años, se dedica a poner “un poco de sentido común en esta sociedad sobre la salud, pero desde el punto de vista de la fe”. Esta experiencia de vida para iniciar esta vocación para aconsejar en el campo del bienestar y la nutrición le viene por un no tan lejano pasado de una complicada enfermedad que la alejó en su relación con Dios o por lo menos entendió de manera diferente el mensaje que Él quería transmitirle.

Para Paola el orden ahora es: Dios, alma y el cuerpo y cuidar del propio cuerpo como Dios cuida de nuestra alma, esa es su misión pero no hace mucho tiempo su historia era bien diferente. Esta historia empieza cuando Paola tiene nueve años de una manera que ni ella misma sabe por qué pero empezó a desarrollar lo que ahora sí que ella misma sabe que es un trastorno alimenticio llamado anorexia nerviosa. “Yo por aquel entonces pensaba que estaba haciendo lo que tenía que hacer primero para estar delgada y segundo para yo misma tener un autocontrol, una disciplina”, explica Paola en la entrevista que le hacen en Mater Mundi TV.

Así fue transcurriendo la enfermedad hasta los 20 años que fue cuando decidió que debía centrarse en la recuperación. Pero antes de esto el camino no fue nada fácil, Paola estaba metida en las páginas que en el mundo de la anorexia se llaman proana, son páginas de chicas con anorexia o bulimia que consideran que este es un estilo de vida. “Me metí mucho en ese mundo, en pensar que era un estilo de vida que el resto de la gente no comprendía pero que las que éramos especiales si”.

Paola que siempre había sido católica aunque no practicante, fue cumpliendo años y con ello acercándose de alguna manera a Dios, a ir más a la iglesia, a rezar más. “Uno pensaría que esto me debería haber sacado, y sin embargo sustituí lo que las páginas hablan de la ‘Diosa Ana’ por Dios, todo este autocontrol se convirtió en un sacrificio, estoy ofreciendo mi vida a Dios privándome de estos placeres”. Paola Petri explica su testimonio de conversión en el video superior de Mater Mundi TV. Además, Paola nos cuenta en primera persona su historia de cómo Dios la salvó de su anorexia nerviosa:

Mi historia: cómo fui salvada de la anorexia

27 de diciembre de 2016. Una fecha que siempre recordaré por ser el comienzo de una nueva vida. Me acerqué a mi madre temblando y me atreví, en contra de lo que me gritaba cada fibra de mi ser, a leerle todo lo que llevaba escrito en una nota del móvil. Ponía fin a 11 años de destrucción y mentiras. Aunque no siempre los había visto de esa manera. Esta es la historia de cómo fui salvada de la anorexia nerviosa.

Vida de esclavitud

Los comienzos

Todo empezó aproximadamente cuando tenía 9 años. No sé decir un momento concreto ni las causas exactas. Aunque hasta el día de hoy me cuesta mirar fotos anteriores a esa edad por cómo me veo, no era en absoluto una niña con sobrepeso, y tampoco se habían metido nunca conmigo por mi físico. Pero el caso es que desde entonces aparecen en mis diarios gritos desesperados porque pretenden “obligarme a tomar la merienda” para “hacerme engordar”.

Desde el principio di por hecho que este anhelo por la delgadez debía ser algo secreto y que nadie comprendería, que si lo decía creerían que tenía un problema y en lugar de ayudarme solo me forzarían a volverme gorda. El secretismo y la incomprensión me llevaron pronto a pensar que esto era algo especial, un privilegio que me ponía por encima del común de los mortales. A diferencia de ellos, tenía autocontrol y disciplina. Además, podría no ser la más guapa, popular o talentosa, pero siempre me quedaba ser la más delgada y eso nadie me lo iba a quitar.

El mundo pro-ana

Con unos 12 años me introduje en la comunidad pro-ana, es decir, blogs de personas que consideran que la anorexia no es una enfermedad sino un estilo de vida y se llaman a sí mismas “princesas”, y comparten reglas y consejos para ser “perfectas”, esto es, extremadamente delgadas. Sus consignas se fijaron en mi mente y me las repetía continuamente como mantras: estar delgada es más importante que estar sana; antes muerta y delgada que viva y gorda; nada sabe mejor que estar delgada; una vez en la boca, para siempre en las caderas. Junto a ello estaban las imágenes de las thinspirations: modelos, celebridades y chicas de la calle con cuerpos huesudos a las que admirábamos.

Fijé mi peso ideal en 38 kg (con una estatura de 1’61 que se ha mantenido) y no consentía subir un gramo más. A veces sí bajaba, porque así me sentía con “margen” para poder subir si había algún imprevisto. Veía que, a diferencia de la mayoría de las pro-ana, yo era capaz de mantener mi peso en un índice de masa corporal menor incluso al que se marcaban muchas de ellas. Esto me llenaba de orgullo, aunque realmente no me veía tan delgada. De hecho, siempre he creído que otras chicas de mi clase eran más delgadas que yo.

Mi rutina de tortura

En cuanto a mi alimentación, establecí un régimen estricto en el cual todas las semanas eran iguales, no se variaba nada, y todo era además absolutamente insípido. Intentaba siempre que podía tirar la comida —cuando no comía con mi madre— o reducirla. Lo segundo era lo que pasaba la mayoría de las veces, porque comía con ella, de modo que cada comida era una continua discusión y una lucha donde yo intentaba dejar lo más posible, esconder o hacer que me quitase comida del plato, y ella que comiera lo más posible. A ello se sumaba una rutina de ejercicio de 3 horas diarias, la mayor parte a escondidas. Todo esto se mantuvo hasta prácticamente el final.

Anorexia santa

A partir de los 15 años hubo un cambio, pues fue cuando empecé a tomarme más en serio mi fe católica, que se había ido desarrollando en los años anteriores poco a poco. Abandoné la comunidad pro-ana porque su componente pseudo-religioso (oraciones a la “diosa Ana”, mandamientos, etc.) no era compatible con la fe en el único Dios. Pero todo lo demás siguió exactamente igual, solo que con un nuevo significado: la mortificación y la penitencia. En mi mente, la anorexia era un don especial de Dios y yo estaba llamada a ofrecer una vida de sacrificio y expiación.

Esto condicionaba mi interpretación de todo lo demás: tirar la comida era un ayuno santo, las discusiones con mi madre eran persecuciones, ponerme un cinturón apretadísimo que apenas me dejaba respirar para intentar reducir la cintura era como llevar un cilicio, y estar delgada era ser perfecta “como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 38-48). Frases bíblicas completamente tergiversadas sustituyeron a los mantras pro-ana. El resto de mis ideas eran igualmente absurdas y enrevesadas: por ejemplo, que si era tan inteligente (siempre he sacado muy buenas notas) era porque al estar delgada la grasa no me bloqueaba el cerebro.

Tocando fondo

Mi madre obviamente estaba muy preocupada por mí y me llevaba a los médicos, que me advertían sin cesar de las consecuencias letales de mi delgadez, las cuales luego me repetía mi madre sin cesar en casa. Pero yo no escuchaba. O, más bien, me daba igual, porque estaba convencida de que lo que hacía era por un fin superior a todo eso. Cuando me dijeron que tenía osteoporosis, ni pestañeé. Mi única obsesión era poder pronto encontrar al amor de mi vida, irme de casa y poder vivir los dos una vida de católicos anoréxicos, adoptando hijos a quienes criaríamos del mismo modo. Una vida perfecta.

Solo me preocupaba la amenaza de que me pudieran ingresar, pero al final lo acabé aceptando como si fuera el martirio. Finalmente mi madre me obligó a ir al psicólogo. Aproveché eso para decir que el problema es que no comía más porque estaba atrapada en un menú muy rígido y que lo que necesitaba era mayor variedad para coger el gusto a la comida. De este modo, con la excusa de ir poco a poco experimentando, conseguía en realidad comer menos pero salirme con la mía aparentando que me estaba esforzando en mejorar. Así es como alcancé mi punto más bajo a finales de verano de 2016, llegando a pesar 33’5 kg.

Eligiendo la recuperación

Conforme se acercaba el final del año, de repente, por primera vez, me surgieron dudas sobre si de verdad era bueno lo que estaba haciendo. Considero que esto fue una intervención directa de la divina misericordia en mi vida, una luz muy grande que Dios quiso enviar para salvarme de la oscuridad que me tenía poseída. Empecé a buscar en internet cosas como “catolicismo y anorexia” o “mortificación y anorexia”. Fue decisivo encontrar algunos blogs de chicas recuperadas, cuyo testimonio me abrió mucho los ojos. Finalmente, reuní el valor para redactar un texto admitiendo lo que durante 11 años había negado, confesando todas las mentiras, y lo leí punto por punto a mi madre. Ese momento marcó un antes y un después. A partir de entonces elegía la recuperación.

Esto no se trataba solo de empezar a comer más. Suponía un giro completo de paradigma vital. Admitir que mis creencias más fundamentales sobre mí, el mundo y Dios eran falsas. Que aquello que daba sentido a mi vida y estaba en la raíz de todo cuanto hacía era una mentira. Por ello, tampoco sería correcto decir que a partir de aquí se acabó todo lo malo. Al contrario, la verdadera lucha empezaba ahora y lo más difícil estaba por llegar. La recuperación ha sido un proceso de profundo sufrimiento y auténtico tormento.

La mejor decisión

Dos pesadas losas me impedían alzar el vuelo. Por un lado, estaba el potente miedo físico de volverme gorda, reforzado por una distorsión de mi imagen corporal que me hacía creer todo el rato que estaba al borde de ello. Por otro lado, y más importante, el miedo espiritual: a pesar de todo, yo sentía que estaba fallando a Dios con la recuperación, que era una cobarde, que había sido demasiado débil para cumplir con la misión de la anorexia y me estaba retirando para entregarme al placer de la comida.

Me sentía muy perdida y en primer lugar escribí a un sacerdote que había visto en Youtube, el cual insistió en que debía buscar un director espiritual. Al principio, no tenía ni idea de en quién podría confiar. Tras un proceso de discernimiento para pedir luz sobre el tema, tomé la que ha resultado la mejor decisión en mi vida: ir a ver al capellán de mi facultad. No había hablado nunca antes con él, pero cuando iba a Misa me encantaban sus homilías y, sobre todo, me fascinaba el amor con el que trataba la Eucaristía.

Empezamos a vernos a finales de enero y fue él quien me convenció de que era con la recuperación como estaba yo llamada a dar gloria a Dios en mi vida, y que era necesario confiar y avanzar por este camino, sabiendo que en cada momento se me daría la gracia suficiente para dar el siguiente paso que tanto me aterrorizaba.

Floreciendo

Durante meses y meses he llorado todos los días y sufrido varios ataques de pánico o ansiedad a la semana. He odiado cada centímetro de mi cuerpo y he pensado que todo esto de la recuperación ha sido un gran error. La culpabilidad por “perder el control” y “desertar del sacrificio” (pese a que sin duda la recuperación ha sido mucho mayor sacrificio) me ha consumido y hecho sentir asco de mí misma numerosas veces.

Pero con esto no quiero ni mucho menos desanimar a nadie. Por el contrario, quiero mostrar que nada de esto es razón para rendirse, que es normal tener todos esos pensamientos, ser torturado por esta maligna enfermedad que te quiere esclavizar, pero a pesar de todo se puede salir y merece la pena una y mil veces. En efecto, poco a poco he ido viendo también los incontables frutos que me ha traído la recuperación, ante los cuales todo sufrimiento pasado es insignificante.

Transformación física

Físicamente, aunque permanecen los miedos y la distorsión, soy capaz de ver que nunca he estado mejor, a pesar de estar en un peso más alto que nunca y al que juré firmemente nunca llegar (44’5 kg [actualización: 45’5]), incluso cuando ya estaba en recuperación. Aún tengo que ganar más peso para estar sana, y esperaba haberlo logrado antes de empezar este blog, pero con humildad he de aceptar que no soy ningún ejemplo y que este último trozo del camino habré de recorrerlo con vosotros.

Mi pelo, cara y ojos brillan más, mi acné ha mejorado muchísimo, mis dolores de espalda han desaparecido, tengo mil veces más energía para estar presente y vivir cada momento, y mis músculos me permiten ser cada vez más fuerte. Descubrir mi pasión por el fitness (y no la relación enfermiza que tenía antes con él), unido a la ayuda de mi entrenadora personal, ha sido otro de los grandes pilares de mi recuperación. Y cada vez que me miro en fotos con menos peso, veo una evolución positiva.

Transformación espiritual

Interiormente, la transformación ha sido aún mayor. Ahora soy capaz de experimentar el verdadero amor de Dios, no esa sombra de un dios hecho a mí medida que tenía antes. Ahora veo esa auténtica Belleza de la vida de gracia, esa de la que antes hablaba solo con lo que creía teóricamente que debía ser.

Si me hubieras preguntado antes si era feliz, habría dicho que sí, pero ahora me doy cuenta de que mi concepto de felicidad era muy limitado: se me han abierto nuevos horizontes de felicidad que antes estaban vetados incluso a mi imaginación. Antes tenía, o consideraba ilusamente que tenía, el control; ahora soy libre, o al menos lucho cada día por serlo. Soy una persona nueva, o más bien, he descubierto mi quién soy realmente. Y esto es solo el principio. “Aún no se ha manifestado lo que seremos” (1 Jn 3, 2).

Ahora tú

El mensaje que quiero transmitirte contando mi historia es que siempre es posible elegir la recuperación. No importa cuántos años lleves atrapada en la anorexia. No importa lo bajo que hayas caído contigo mismo o con los demás. No importa que hasta ahora hayas creído que era lo único que proporcionaba un sentido a tu vida y no sepas ni por dónde empezar a cambiar. No importa que pienses que el camino te supera. No importa que tengas miedo. No importa que creas que no mereces recuperarte. La recuperación merece la pena y tú la mereces, y esta afirmación no admite excepciones. Dios cree en ti y te ama infinitamente. Yo creo en ti y si me necesitas haré todo lo que esté en mi mano por ayudarte.

Paola Petri

Publicado originalmente en Camino Católico en enero de 2019


Síguenos en el canal de Camino Católico en WhatsApp para no perderte nada: https://whatsapp.com/channel/0029VaALj3W8KMqnAzY1r00O


Para entrar en el catálogo y en la tienda pincha en la imagen

Comentarios 0

Esta web utiliza cookies propias para su correcto funcionamiento. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad