Édouard fue a unas charlas espirituales con su novia, apenas creía en Dios y le ofrecieron rezar por él y clamó: «Dios, si existes, estoy dispuesto a conocerte y todo cambió»

* «A partir de ese momento de oración, poco a poco mi corazón se transformó. Sentí la necesidad de volver a misa, y luego de rezar a diario. Empezamos también a rezar en pareja, y eso nos fortaleció mucho. Sentí que el vínculo entre nuestras almas crecía y que eso nos unía. Y luego, un día, nos planteamos casarnos. Y eso fue muy importante. Nos involucramos en organizaciones benéficas. Cambié de trabajo, porque hacía años que quería comprometerme con las personas de los barrios difíciles de Francia. Es una especie de fuego que ha crecido en mí: Sentía esa sed de acercarme a Dios y a su amor a diario, porque Él me da realmente su amor a diario»

Camino Católico.-  Édouard tiene 32 años. Fue bautizado de pequeño y educado en una familia católica, pero apenas vivía la fe: “Iba a misa por costumbre y mi relación con la fe y con Dios era muy intelectual”. No se planteaba mucho las cosas y “seguía la corriente”, confiesa a Découvrir Dieu.

Eso le mantuvo en un ambiente cristiano durante la adolescencia y primera juventud, porque estaba en un grupo scout católico. Cuando empezó los estudios universitarios en la Escuela de Ingeniería mantuvo esa misma actitud de dejarse llevar, y como el entorno era otro, las consecuencias fueron las contrarias: “Desconecté por completo. Dejé de ir a misa y mi vida espiritual se fue apagando poco a poco”. Su novia le lleva a vivir una experiencia que la oración de sus amigos transformará en un encuentro con Dios. Este es su testimonio en primera persona:

«Señor, si existes, estoy preparado para conocerte»

Mi nombre es Édouard. Tengo 32 años. Vengo de una familia católica. Mis padres me hicieron bautizar cuando era un niño pequeño. Y, sin embargo, durante varios años no tuve una vida espiritual particular: iba a misa por costumbre. También estaba en un grupo de jóvenes de scouts católicos. Estaba inmerso en un ambiente cristiano, católico, pero tenía una relación muy intelectual con la fe y con Dios. No me hacía muchas preguntas y seguía  lo que hacían mis compañeros, lo que hacían los jóvenes que estaban en los scouts conmigo. Y, en la Escuela de Ingeniería desconecté por completo. Dejé de ir a misa y mi vida espiritual se fue apagando poco a poco. Y me hice muchas preguntas.

Así fue durante casi diez años. Y entonces, un día, conocí a una joven que hoy es mi esposa, Laetitia, y que un día me dijo: «¿Édouard, por qué no vas conmigo a unas charlas de formación para adultos, donde hay un tiempo para la oración, para la formación, para la catequesis? Sería un placer que vinieras conmigo”. Y entonces, en ese momento, dije: ¿Por qué no? Aunque para mí seguía siendo una cuestión intelectual, cultural.

Y así empecé, en el 2015, un curso de dos meses donde cada semana, los miércoles por la noche, nos reuníamos en pequeños grupos para hablar de cuestiones espirituales. En torno a un bello icono, un sacerdote nos hablaba de Dios, de ese Dios a quien hemos olvidado -hablo por mí-. Me venían recuerdos de la catequesis de mi infancia, pero todo resultaba nuevo. De esta forma, semana a semana, seguí las charlas, que eran interesantes, pero más bien teóricas, durante casi dos meses.

Y luego, recuerdo bien la penúltima sesión de este pequeño curso de formación-oración, digamos así, donde uno de lo Hasta que, al concluir la penúltima sesión, uno de los jóvenes organizadores se dirigió a él:

-¿Qué tal, Édouard? ¿Te gustaron las charlas?

Y yo le contesté:

-Sí, sí.

-¿Quieres que recemos por ti la semana próxima, al finalizar la última sesión?

Mi respuesta fue:

-Mira, no lo necesito. Gracias por las charlas. Fueron interesantes. Pero no creo tener necesidad de que alguien rece por mí, ni lo deseo.

Mi interlocutor replicó:

-¿Y qué tienes que perder? ¿Es que temes algo? De verdad, te invito a dejarte guiar, a que nos dejes rezar por ti, a abrir tu corazón, y después… ¿quién sabe? Tal vez suceda algo bueno, algo positivo.

Allí mismo, me agite un poco. Me dije a mí mismo: “¡Vamos! Vamos a seguir adelante y a caminar en esta cuestión! Y acepté que oraran por mí.

La semana siguiente me encontraba con nuestro pequeño grupo, en una pequeña capilla de la iglesia donde habíamos seguido el curso durante dos meses. Me pidieron que dijese algo. No sabía muy bien qué decir. No conseguía hablar. Así que simplemente dije algo así como: «Dios, si existes, estoy dispuesto a conocerte» No fueron exactamente esas palabras, pero sí el sentido. Fue una aceptación, un salto a lo desconocido. Acepté dejarme sorprender, a pesar de que seguía situándome en un plano muy intelectual respecto a la existencia de Dios, que para mí era solo una hipótesis. Pero acepté: «Señor, si existes, estoy preparado para conocerte».

Y luego, sencillamente, la gente oró por mí. Y eso me impactó. No es que me sucediese algo revolucionario, ni que ardiese por dentro, ni una presencia trascendente… ¿Qué sé yo? No era nada de eso. Simplemente, me impactó, me conmovió por dentro que unas personas rezasen por mí

Y de hecho, desde aquel momento todo cambió, pero muy lentamente, sin darme cuenta. A partir de ese momento de oración, poco a poco mi corazón se transformó. Sentí la necesidad de volver a misa, y luego de rezar a diario. Empezamos también a rezar en pareja, y eso nos fortaleció mucho. Sentí que el vínculo entre nuestras almas crecía y que eso nos unía.

Y luego, un día, nos planteamos casarnos. Y eso fue muy importante. Nos involucramos en organizaciones benéficas. Cambié de trabajo, porque hacía años que quería comprometerme con las personas de los barrios difíciles de Francia. Es una especie de fuego que ha crecido en mí: Sentía esa sed de acercarme a Dios y a su amor a diario, porque Él me da realmente su amor a diario.

Édouard
Vídeo del testimonio de Édouard en francés


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