Papa Francisco en la Audiencia, 30-3-2022: «Necesitamos una vejez dotada de sentidos espirituales. El Espíritu Santo nos prepara para entender cuándo el Señor nos visita»

*  «Una vejez que se ha ejercitado en la espera de la visita de Dios no perderá su paso: es más, estará también más preparada a acogerla, tendrá más sensibilidad para acoger al Señor cuando pasa. Recordemos que una actitud del cristiano es estar atento a las visitas del Señor, porque el Señor pasa en nuestra vida con las inspiraciones, con la invitación a ser mejores. Y san Agustín decía: ‘Tengo miedo de Dios cuando pasa’ – ‘¿Pero por qué tienes miedo?’ – ‘Sí, tengo miedo de no darme cuenta y dejarlo pasar’… Pidamos al Espíritu Santo que ilumine nuestros sentidos espirituales para que descubramos los signos de Dios en nuestra vida y seamos testigos alegres de su presencia en medio del mundo»

Video completo de la transmisión en directo realizada por Vatican News de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa ha hecho en nuestro idioma

* «Un saludo especialmente afectuoso a los niños ucranianos, acogidos por la Fundación «Ayudémoslos a vivir», la Asociación «Puer» y la Embajada de Ucrania ante la Santa Sede. Y con este saludo a los niños volvemos también a pensar en esta monstruosidad de la guerra y renovamos las oraciones para que se detenga esta crueldad salvaje que es la guerra. Finalmente, como siempre, mi pensamiento se dirige a los ancianos, los enfermos, los jóvenes y los recién casados. En este último tramo del camino cuaresmal, miremos a la Cruz de Cristo, máxima expresión del amor de Dios, y esforcémonos por estar siempre cerca de los que sufren, de los que están solos, de los débiles que sufren violencia y no tienen quien los defienda»

30 de marzo de 2022.- (Camino Católico)  Simeón y Ana: dos ancianos que han hecho de la espera de Dios la razón de su vida. A ellos, que en el templo de Jerusalén esperaban ver «al Cristo del Señor», ha dedicado Francisco su quinta catequesis sobre la vejez. De estos «ancianos llenos de vitalidad espiritual», afirma el Papa, aprendemos que «la fidelidad de la espera agudiza los sentidos», pero que es el Espíritu Santo quien los ilumina. Y si «la vejez debilita, de un modo u otro, la sensibilidad del cuerpo», una vejez que se ha ejercitado en la espera de Dios será más sensible para acogerlo cuando pase.

“Recordemos que la actitud del cristiano es estar atento a las visitas del Señor, porque el Señor pasa por nuestra vida con inspiraciones, con la invitación a ser mejores. Y San Agustín decía: «Tengo miedo de Dios cuando pasa» – «Pero ¿cómo es eso, tienes miedo?» – «Sí, tengo miedo de no darme cuenta y dejarlo pasar». Es el Espíritu Santo quien prepara nuestros sentidos para entender cuando el Señor nos hace una visita, como hizo con Simeón y Ana”.

Hoy, subraya Francisco, necesitamos más que nunca «una vejez dotada de sentidos espirituales vivos y capaces de reconocer los signos de Dios, más aún, el Signo de Dios, que es Jesús». Pero, lamentablemente, en la sociedad actual «que cultiva la ilusión de la eterna juventud», observa el Pontífice, la «anestesia de los sentidos espirituales«, debida a la excitación y al aturdimiento de los sentidos del cuerpo, es un síndrome muy extendido», aunque «mayoritariamente inconsciente». Uno no se da cuenta, explica el Papa, de que está anestesiado, de modo que los sentidos interiores, los sentidos del Espíritu, no distinguen la presencia de Dios o la presencia del mal.

Simeón y Ana reconocen en el Niño Jesús «la señal segura de la visita de Dios» y aceptan no ser protagonistas, sino sólo testigos. Y en cambio, en aquellos que quieren ser protagonistas, precisa Francisco, el camino hacia la plenitud de la vejez nunca madurará y acabarán siendo superficiales. En el vídeo superior de Vatican News  se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En nuestro itinerario de catequesis sobre el tema de la vejez, hoy miramos al tierno cuadro pintado por el evangelista san Lucas, que llama a escena a dos figuras de ancianos, Simeón y Ana. Su razón de vida, antes de despedirse de este mundo, es la espera de la visita de Dios. Esperaban que Dios viniera a visitarles, es decir Jesús. Simeón sabe, por una premonición del Espíritu Santo, que no morirá antes de haber visto al Mesías. Ana iba cada día al templo dedicándose a su servicio. Ambos reconocen la presencia del Señor en el niño Jesús, que colma de consuelo su larga espera y serena su despedida de la vida. Esta es una escena de encuentro con Jesús, y de despedida.

¿Qué podemos aprender de estas dos figuras de ancianos llenos de vitalidad espiritual?

Primero, aprendemos que la fidelidad de la espera afina los sentidos. Por otro lado, lo sabemos, el Espíritu Santo hace precisamente esto: ilumina los sentidos. En el antiguo himno Veni Creator Spiritus, con el que invocamos todavía hoy al Espíritu Santo, decimos: «Accende lumen sensibus», enciende una luz para los sentidos, ilumina nuestros sentidos. El Espíritu es capaz de hacer esto: agudiza los sentidos del alma, no obstante los límites y las heridas de los sentidos del cuerpo. La vejez debilita, de una manera u otra, la sensibilidad del cuerpo: uno es más ciego, otro más sordo… Sin embargo, una vejez que se ha ejercitado en la espera de la visita de Dios no perderá su paso: es más, estará también más preparada a acogerla, tendrá más sensibilidad para acoger al Señor cuando pasa. Recordemos que una actitud del cristiano es estar atento a las visitas del Señor, porque el Señor pasa en nuestra vida con las inspiraciones, con la invitación a ser mejores. Y san Agustín decía: “Tengo miedo de Dios cuando pasa” – “¿Pero por qué tienes miedo? – “Sí, tengo miedo de no darme cuenta y dejarlo pasar”. Es el Espíritu Santo que prepara los sentidos para entender cuándo el Señor nos está visitando, como hizo con Simeón y Ana.

Hoy más que nunca necesitamos esto: necesitamos una vejez dotada de sentidos espirituales vivos y capaz de reconocer los signos de Dios, es más, el Signo de Dios, que es Jesús. Un signo que nos pone en crisis, siempre: Jesús nos pone en crisis porque es «señal de contradicción» (Lc 2,34), pero que nos llena de alegría. Porque la crisis no te lleva a la tristeza necesariamente, no: estar en crisis, sirviendo al Señor, muchas veces te da paz y alegría. La anestesia de los sentidos espirituales —y esto es feo— la anestesia de los sentidos espirituales, en la excitación y en el entumecimiento de los corporales, es un síndrome generalizado en una sociedad que cultiva la ilusión de la eterna juventud, y su rasgo más peligroso está en el hecho de que esta es mayoritariamente inconsciente. No nos damos cuenta de estar anestesiados. Y esto sucede: siempre ha sucedido y sucede en nuestra época. Los sentidos anestesiados, sin entender qué sucede; los sentidos interiores, los sentidos del espíritu para entender la presencia de Dios o la presencia del mal, anestesiados, no distinguen.

Cuando pierdes la sensibilidad del tacto o del gusto, te das cuenta enseguida. Sin embargo, la del alma, esa sensibilidad del alma puedes ignorarla durante mucho tiempo, vivir sin darte cuenta de que has perdido la sensibilidad del alma. Esta no se refiere simplemente al pensamiento de Dios o de la religión. La insensibilidad de los sentidos espirituales se refiere a la compasión y la piedad, la vergüenza y el remordimiento, la fidelidad y la entrega, la ternura y el honor, la responsabilidad propia y el dolor ajeno. Es curioso: la insensibilidad no te hace entender la compasión, no te hace entender la piedad, no te hace sentir vergüenza o remordimiento por haber hecho algo malo. Es así: los sentidos espirituales anestesiados confunden todo y uno no siente, espiritualmente, cosas del estilo. Y la vejez se convierte, por así decir, en la primera pérdida, la primera víctima de esta pérdida de sensibilidad. En una sociedad que ejerce principalmente la sensibilidad por el disfrute, disminuye la atención a los frágiles y prevalece la competencia de los vencedores. Y así se pierde la sensibilidad. Ciertamente, la retórica de la inclusión es la fórmula de rito de todo discurso políticamente correcto. Pero todavía no trae una real corrección en las prácticas de la convivencia normal: cuesta que crezca una cultura de la ternura social. No: el espíritu de la fraternidad humana —que me ha parecido necesario reiterar con fuerza— es como un vestido en desuso, para admirar, sí, pero… en un museo. Se pierde la sensibilidad humana, se pierden estos movimientos del espíritu que nos hacen humanos.

Es verdad, en la vida real podemos observar, con gratitud conmovida, muchos jóvenes capaces de honrar hasta al fondo esta fraternidad. Pero precisamente aquí está el problema: existe un descarte, un descarte culpable, entre el testimonio de esta savia vital de la ternura social y el conformismo que impone a la juventud definirse de una forma completamente diferente. ¿Qué podemos hacer para colmar este descarte?

De la historia de Simeón y Ana, pero también de otras historias bíblicas de la edad anciana sensible al Espíritu, viene una indicación escondida que merece ser llevada a primer plano. ¿En qué consiste, concretamente, la revelación que enciende la sensibilidad de Simeón y Ana? Consiste en el reconocer en un niño, que ellos no han generado y que ven por primera vez, el signo seguro de la visita de Dios. Ellos aceptan no ser protagonistas, sino solo testigos. Y cuando un individuo acepta no ser protagonista, sino que se involucra como testigo, la cosa va bien: ese hombre o esa mujer está madurando bien. Pero si tiene siempre ganas de ser protagonista no madurará nunca este camino hacia la plenitud de la vejez. La visita de Dios no se encarna en su vida, de los que quieren ser protagonistas y nunca testigos, no los lleva a la escena como salvadores: Dios no se hace carne en su generación, sino en la generación que debe venir. Pierden el espíritu, pierden las ganas de vivir con madurez y, como se dice normalmente, se vive con superficialidad. Es la gran generación de los superficiales, que no se permiten sentir las cosas con la sensibilidad del espíritu. ¿Pero por qué no se lo permiten? En parte por pereza, y en parte porque ya no pueden: la han perdido. Es feo cuando una civilización pierde la sensibilidad del espíritu. Sin embargo, es muy bonito cuando encontramos ancianos como Simeón y Ana que conservan esta sensibilidad del espíritu y son capaces de entender las diferentes situaciones, como estos dos entendieron que esta situación que estaba ante ellos era la manifestación del Mesías. Ningún resentimiento y ninguna recriminación por esto, cuando estoy en este estado de quietud. Sin embargo, gran conmoción y gran consolación cuando los sentidos espirituales están todavía vivos. La conmoción y la consolación de poder ver y anunciar que la historia de su generación no se ha perdido o malgastado, precisamente gracias a un evento que se hace carne y se manifiesta en la generación que sigue. Y esto es lo que siente un anciano cuando los nietos van a hablar con él: se siente reavivar. “Ah, mi vida está todavía aquí”. Es muy importante ir donde los ancianos, es muy importante escucharlos. Es muy importante hablar con ellos, porque tiene lugar este intercambio de civilización, este intercambio de madurez entre jóvenes y ancianos. Y así, nuestra civilización va hacia delante de forma madura.

Solo la vejez espiritual puede dar este testimonio, humilde y deslumbrante, haciéndola autorizada y ejemplar para todos. La vejez que ha cultivado la sensibilidad del alma apaga toda envidia entre las generaciones, todo resentimiento, toda recriminación por una venida de Dios en la generación venidera, que llega junto con la despedida de la propia. Y esto es lo que sucede a un anciano abierto con un joven abierto: se despide de la vida, pero entregando —entre comillas— la propia vida a la nueva generación. Y esta es la despedida de Simeón y Ana: “Ahora puedo ir en paz”.

La sensibilidad espiritual de la edad anciana es capaz de abatir la competición y el conflicto entre las generaciones de forma creíble y definitiva. Supera, esta sensibilidad: los ancianos, con esta sensibilidad, superan el conflicto, van más allá, van a la unidad, no al conflicto. Esto ciertamente es imposible para los hombres, pero es posible para Dios. ¡Y hoy necesitamos mucho de la sensibilidad del espíritu, de la madurez del espíritu, necesitamos ancianos sabios, maduros en el espíritu que nos den una esperanza para la vida!

 

Después, al saludar a los peregrinos de lengua española, el Papa ha dicho:

Queridos hermanos y hermanas:

Continuamos nuestras catequesis sobre la ancianidad, y hoy contemplamos de modo especial a Simeón y Ana. La razón de vivir de estos ancianos era esperar la visita de Dios; y lo hicieron llenos de vitalidad espiritual, en una actitud de oración y servicio. Al final de sus vidas, ambos supieron reconocer en el Niño Jesús al Salvador, fuente de paz y consuelo. Su ejemplo nos enseña que la fidelidad en la espera afina los sentidos espirituales y nos hace más sensibles para reconocer los signos de Dios.

En una sociedad, como esta, que exalta el placer de los sentidos físicos y que, al mismo tiempo, “anestesia” los sentidos espirituales, se corre el peligro de ser insensibles ante el sufrimiento y la fragilidad, y, por tanto, de descartar a las personas mayores, que van perdiendo las fuerzas de la juventud. Por eso, es importante el diálogo entre las generaciones, entre jóvenes y ancianos, para que los ancianos transmitan su sabiduría a los jóvenes, y los jóvenes escuchen a los ancianos, promoviendo un espíritu de fraternidad y, me atrevo a decir la palabra, de “ternura social”. Que este diálogo entre jóvenes y ancianos nos ayude a crecer en “ternura social”.

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Teniendo presente el testimonio de Simeón y Ana, pidamos al Espíritu Santo que ilumine nuestros sentidos espirituales para que descubramos los signos de Dios en nuestra vida y seamos testigos alegres de su presencia en medio del mundo. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

En otras lenguas el Papa ha dicho:

Queridos hermanos y hermanas, el próximo sábado y domingo iré a Malta. En esa tierra luminosa seré peregrino tras las huellas del apóstol Pablo, que allí fue acogido con gran humanidad después de haber naufragado en el mar mientras se dirigía a Roma. Este viaje apostólico será la ocasión para ir a las fuentes del anuncio del Evangelio, para conocer personalmente a una comunidad cristiana de historia milenaria y vivaz, para encontrarme con los habitantes de un país que se encuentra en el centro del Mediterráneo y en el sur del continente europeo, hoy aún más comprometido con la acogida de tantos hermanos y hermanas que buscan refugio. Desde ahora saludo de corazón a todos vosotros malteses: feliz día. Doy las gracias a los que han trabajado para preparar esta visita y pido a cada uno que me acompañe con la oración. ¡Gracias!

Un saludo especialmente afectuoso a los niños ucranianos, acogidos por la Fundación «Ayudémoslos a vivir», la Asociación «Puer» y la Embajada de Ucrania ante la Santa Sede. Y con este saludo a los niños volvemos también a pensar en esta monstruosidad de la guerra y renovamos las oraciones para que se detenga esta crueldad salvaje que es la guerra.

Finalmente, como siempre, mi pensamiento se dirige a los ancianos, los enfermos, los jóvenes y los recién casados. En este último tramo del camino cuaresmal, miremos a la Cruz de Cristo, máxima expresión del amor de Dios, y esforcémonos por estar siempre cerca de los que sufren, de los que están solos, de los débiles que sufren violencia y no tienen quien los defienda.

Francisco


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