Martin de Laubadère, adicto a las drogas, acudió a una vigilia de sanación donde se curó su alma y cuerpo y es sacerdote: «Dios me interpeló: ‘¿Estás de acuerdo en darme tu vida?’»

* «Doy gracias a Dios por su mirada, y por tu mirada, por el amor que me rodea, por tus voces y tu presencia en el desierto o en la alegría, por las palabras de vida y libertad que estremecieron y confirmaron, quien me enseñó a dejar de correr, a luchar y ser fuerte, a amar, a seguir adelante y estar ante ti. ‘Antes de moldearte en el vientre de tu madre, te conocí’»

Camino Católico.-  Martin de Laubadère es un joven sacerdote parisino de 32 años que llama la atención por vestir con sotana y con deportivas. Pero si por algo llama también la atención el ahora vicario de la parroquia de Saint Pierre de Montrouge es por sus “slam”, un formato de poesía escénica y callejera de competición en el que los participantes disponen de un tiempo para recitar unos textos propios.

Desde el confinamiento este joven sacerdote ha publicado sus “slams” en las redes sociales inspirados en su vida cotidiana y en su profundo camino de conversión. Ha abierto así una brecha para hablar de Dios a mucha gente, especialmente joven.

Tras su historia hay una fuerte conversión y un fuerte sufrimiento desde niño. Al igual que le ha ocurrido a muchas personas, el divorcio de sus padres acabó generando en él una gran falta de fundamento en su vida y la pérdida de puntos de apoyos básicos en un momento crucial de su crecimiento como persona.

Y así llegó al mundo de las drogas, una adicción que le llevó al límite, a la adicción… Para llenar el vacío que sentía empezó a refugiarse en el hachís tras ser iniciado en el consumo de drogas por uno de sus hermanos mayores.

Martin de Laubadère tiene como afición el «slam», la poesía callejera y de competición. En la foto da la comunión el día que fue ordenado diácono

Fumar porros, afirmaba el ahora sacerdote, le generaba un estado absoluto de paraíso artificial, pero que luego se desvanecía llevándole a la realidad de su vida. Pese a todo, cuenta en Famille Chretienne que en la capilla del Stanislas College experimentaba una paz inusual y disfrutaba yendo a misa. Sintetiza y traduce el testimonio J. Lozano en Religión en Libertad.

Sin embargo,  afirma que “sin un marco y un referente a mi alrededor me alejé de la fe”. E igualmente se lamenta al confesar: “mi mayor desgracia es no haber podido, no poder hablar, haber llevado mis cargas solo”.

Y así fue como en la universidad tocó fondo y se consumió en la droga. Pero justo cuando estaba en esta situación desesperada un acontecimiento le sacudió fuertemente: su amigo Henri Beaussant, ahora también sacerdote, se encontró con Cristo a través de una fuerte conversión. Este cambió de vida radical de su colega interrogó sobremanera a Martin de Laubadère.

La conversión de su amigo le puso en movimiento y así llegó a sus manos un libro que le estremeció y que acabaría cambiándole la vida. Se trata de Arraché à l’enfer [Arrancado al infierno] de Laurent Gay.

El autor de dicho libro (cuyo testimonio recogió aquí Camino Católico) era drogadicto, tenía SIDA y estuvo en la cárcel. Cuando se iba a suicidar clamó a Dios por primera vez en su vida y fue oído. “Justo antes de abrirme las venas, yo, que no creía ni en Dios ni en el demonio, grité al cielo… Ese grito liberó todas las lágrimas que no había derramado nunca. Experimenté entonces un encuentro con ese Dios al que no conocía. Para mí, que no había ido nunca a catecismo, era Jesús quien venía a liberarme de mis caídas interiores. Sentí una paz inmensa y comencé a creer que alguien me amaba”, explicaba.

Ahora Gay da testimonio en colegios y prisiones, y escribió un libro con su testimonio, que fue lo que llegó al joven Martin, que desesperado, se sintió identificado con el autor.

Una sanación de cuerpo y alma

El ahora sacerdote cuenta que Dios le habló al corazón y aquella fe enterrada fue poco a poco saliendo a la luz. “Me fumo este último porro, pero te doy una oportunidad”, relata Martin que le dijo a Dios.

El joven llegó a conocer a Laurent Gay y ese mismo fin de semana de septiembre de 2008 fue a un grupo de oración carismático. Aquella reunión tenía un nombre muy concreto: “Sanación de corazones y cuerpos”. Supo al momento que no estaba allí por casualidad.

“Sorprendido, encontré allí a jóvenes con rostros normales cantando y dando palmas: ¡para mí, era el Parque de los Príncipes (estadio de fútbol del PSG, nda) de los Católicos”, rememora Martin de Laubadère.

El ahora sacerdote pasó de gritar y cantar en el campo de su equipo favorito a hacerlo en estas reuniones carismáticas. En aquella vigilia de oración los hermanos allí presentes rezaron por él y pidió que lo liberara de su adicción al hachís. Entonces asegura que fue arrebatado por el Señor.

Desde ese momento, las ganas de fumar porros le abandonaron y ese vacío se llenó de paz y alegría.

La llamada explícita de Dios

Tres meses después, en la abadía benedictina de San Martín de Ligugé recibió una llamada de Dios: “¿Estás de acuerdo en seguirme y darme tu vida entera?”. Al ver a dos monjes con la capucha paseando sintió miedo a entregarse por completo. Pero finalmente fue aceptando esta llamada hasta que finalmente en 2019 fue ordenado sacerdote diocesano en París.

Martin fue ordenado sacerdote en París en 2019 por monseñor Aupetit, ya arzobispo emérito de París

Al ser ordenado diácono en la iglesia de San Francisco Javier leyó un breve pero bello texto sobre esta llamada a la vocación al sacerdocio:

“Hace diez años, casi el mismo día, me mudé… del Parque de los Príncipes a La Foi, aprendí a alabar a Dios, más que al PSG. Se me abrió una nueva vida, me encontré amado por Dios. Redescubrí un sueño, cuya sustancia decía: “Antes de formarte en el seno materno te conocí” (Jr 1,5).

Habría que hablar allí de alegría, de luz y de paz, porque es verdad… Pero también está el instante que precede, el instante en que la gracia ya está actuando.

Es el momento en que el corazón se aprieta, cuando el resorte está a punto de ceder: quedarme parece imposible, todo me grita a que escape, mis emociones y mis heridas parecen unirse y rugir a una sola voz, la mentira de lo que no soy; inútil y feo, sin importancia y sin gusto… Surge el miedo, seguido de la sombra de mil preguntas que no sé responder.

El resorte se estira de nuevo. Puedo huir otra vez, dormirme o anestesiarme… pero también puedo elegir quedarme, confrontar, pasar de mí a Dios, porque el miedo viene de mi mirada egocéntrica.

Acercarme a Dios para descubrir que me dejo acercar, dejándolo restablecer la relación vital que une nuestros corazones, dejándolo prevalecer sobre mis voces interiores.

Me tambaleo porque el ‘yo’, mi ‘yo’ soberano y juez, es destituido, ya no es el primero, pero no quedo en el vacío, Dios me habla y me mira, me restaura y funda mi vida; ‘Incluso antes de formarte en el vientre de tu madre, te conocía’.

Su mirada es conocimiento, y me ofrece pasar de la angustia del yo solo y aislado, al rostro de Cristo doliente y glorioso, para reorganizar mi vida a lo que soy, hijo de Dios, hijo amado del Padre; el resto guarda silencio.

Esta mirada puede cambiarlo todo, y restaurarlo todo porque me agarra en las entrañas, en el corazón de mi vida redescubro la voz de Aquel que está en mí, y que me hace templo de su Espíritu.

Así que doy gracias a Dios por su mirada, y por tu mirada, por el amor que me rodea, por tus voces y tu presencia en el desierto o en la alegría, por las palabras de vida y libertad que estremecieron y confirmaron, quien me enseñó a dejar de correr, a luchar y ser fuerte, a amar, a seguir adelante y estar ante ti.

«Antes de moldearte en el vientre de tu madre, te conocí».

Martín”.

Laurent Gay, drogadicto, con VIH y en la cárcel, iba a suicidarse: antes clamó a Dios por primera vez y fue oído


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