Papa Francisco en la Audiencia, 5-2-2020: «Nos cansamos de pedir perdón ¡Esta enfermedad es fea! Pedir perdón nos abre el camino del reino de los cielos»

*  «¿Por qué es difícil pedir perdón? Porque humilla nuestra imagen hipócrita. Y sin embargo, vivir tratando de ocultar los propios defectos es agotador y angustiante. Jesucristo nos dice: ser pobre es una ocasión de gracia; y nos muestra el camino para salir de esta fatiga. Se nos da el derecho de ser pobres de espíritu, porque este es el camino del Reino de Dios»

Video completo de la transmisión en directo realizada por 13 TV de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa ha hecho en nuestro idioma

* «El Reino de Dios es de los pobres en el espíritu. Hay aquellos que tienen un reino en este mundo, tienen bienes y comodidades. Pero sabemos cómo terminan. Reina verdaderamente aquel que sabe amar el verdadero bien más que a sí mismo. Este es el poder espiritual. Y ese es el poder de Dios. ¿En qué se ha mostrado Cristo poderoso? Porque ha sabido hacer lo que los reyes de la tierra no hacen: dar la vida por los hombres. Ese es el verdadero poder. El poder de la fraternidad, de la caridad, del amor, de la humildad. Esto hizo Cristo. En esto reside la verdadera libertad. Quien tiene este poder de la humildad, del servicio, de la hermandad, ¡es libre! Al servicio de esta libertad está la pobreza alabada por las Bienaventuranzas»

5 de febrero de 2020.- (Camino Católico) Durante la Audiencia General de este miércoles 5 de febrero, el Papa Francisco ha animado a no cansarse de pedir perdón, de no dejarse llevar por el orgullo y cultivar la pobreza de espíritu, “porque de los pobres de espíritu es el Reino de Dios”. El Pontífice ha continuado con la serie de catequesis sobre las Bienaventuranzas del Evangelio de San Mateo. Jesús comienza “proclamando su camino para la felicidad con un anuncio que resulta paradójico: ‘Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos’”. En el vídeo superior de 13 TV se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy nos confrontamos con la primera de las ocho Bienaventuranzas del Evangelio de Mateo. Jesús comienza proclamando su camino para la felicidad con un anuncio paradójico: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (5,3). Un camino sorprendente y un extraño objeto de bienaventuranza, la pobreza.

Debemos preguntarnos: ¿qué es lo que se entiende aquí con ‘pobres’? Si Mateo usara sólo esta palabra, el significado sería simplemente económico, es decir, indicaría las personas que tienen pocos medios o ningún medio de sustento y que necesitan la ayuda de los demás.

Pero el Evangelio de Mateo, a diferencia del de Lucas, habla de ‘pobres de espíritu’. ¿Qué quiere decir? El espíritu, según la Biblia, es el soplo de vida que Dios transmitió a Adán; es nuestra dimensión más íntima, digamos la dimensión espiritual, la más íntima, aquella que nos hace personas humanas, el núcleo profundo de nuestro ser. Entonces los ‘pobres de espíritu’ son aquellos que son y se sienten pobres, mendicantes, en lo íntimo de su ser. Jesús los proclama bienaventurados porque ellos pertenecen al Reino de los cielos.

¡Cuántas veces  nos han dicho lo contrario! Tienes que ser algo, para ser alguien… Tienes que hacerte un nombre… Esto es lo que da lugar a la soledad y la infelicidad: si yo tengo que ser «alguien», estoy en competencia con los demás otros y vivo en una preocupación obsesiva por mi ego. Si no acepto ser pobre, tengo odio a todo lo que me recuerda mi fragilidad. Porque esta fragilidad me impide convertirme en una persona importante, rica no solo en dinero, sino en fama, en todo.

Cada uno, delante de sí mismo, sabe bien que por mucho que lo intente, siempre permanece radicalmente incompleto y vulnerable. No hay truco que cubra esta vulnerabilidad. Cada uno de nosotros es vulnerable por dentro. Hay que ver dónde. ¡Pero se vive mal si se rechazan los propios límites! Se vive mal. No se digiere el límite, está ahí. Las personas orgullosas no piden ayuda, no pueden pedir ayuda, no piden ayuda porque tienen que demostrar su autosuficiencia. Y cuántas de ellas necesitan ayuda, pero el orgullo impide pedir ayuda. ¡Y qué difícil es admitir un error y pedir perdón! Cuando doy alguno consejo a los recién casados, que me dicen cómo caminar bien en su matrimonio, les digo: «Hay tres palabras mágicas: permiso, gracias, perdón». Estas son palabras que nacen de la pobreza de espíritu. No es necesario ser intrusivo, sino pedir permiso: «¿Te parece bien hacer esto?», Entonces hay diálogo en la familia, la esposa y el esposo dialogan. «Tú has hecho esto por mí, gracias, lo necesitaba». Y después siempre se cometes errores, resbalas: «Perdona». Y por lo general, las parejas, los nuevos matrimonios, los que están aquí y muchos, me dicen: «La tercera es el más difícil», pedir disculpas, pedir perdón. Porque el orgulloso no pueden hacerlo. No puede pedir perdón: siempre tiene razón. No es pobre en espíritu. En cambio, el Señor nunca se cansa de perdonar; somos nosotros los que desgraciadamente nos cansamos de pedir perdón. (ver Ángelus, 17 de marzo de 2013). El cansancio de pedir perdón: ¡esta enfermedad es fea! ¿Eh?

¿Por qué es difícil pedir perdón? Porque humilla nuestra imagen hipócrita. Y sin embargo, vivir tratando de ocultar los propios defectos es agotador y angustiante. Jesucristo nos dice: ser pobre es una ocasión de gracia; y nos muestra el camino para salir de esta fatiga. Se nos da el derecho de ser pobres de espíritu, porque este es el camino del Reino de Dios.

Pero hay que subrayar una cosa fundamental: no debemos transformarnos para hacernos pobres de espíritu, ¡porque ya lo somos! Somos pobres o más claro: Todos somos pobres de espíritu, mendigos. Es la condición humana.

El Reino de Dios es de los pobres de espíritu. Hay quienes tienen los reinos de este mundo: tienen bienes y comodidades. Pero son reinos que terminan. El poder de los hombres, incluso de los más grandes imperios, pasan y desaparecen. Muchas veces lo vemos en los telediarios o en los periódicos que ese gobernante fuerte y poderoso o ese gobierno que estuvo allí ayer y que hoy ya no está, ha caído. Las riquezas de este mundo se van, y el dinero también. Los ancianos nos enseñaban que el sudario no tiene bolsillos. ¡Es verdad! Yo nunca he visto detrás de un cortejo fúnebre un camión de mudanza: nadie se lleva nada. Estas riquezas se quedan aquí.

El Reino de Dios es de los pobres en el espíritu. Hay aquellos que tienen un reino en este mundo, tienen bienes y comodidades. Pero sabemos cómo terminan. Reina verdaderamente aquel que sabe amar el verdadero bien más que a sí mismo. Este es el poder espiritual. Y ese es el poder de Dios.

¿En qué se ha mostrado Cristo poderoso? Porque ha sabido hacer lo que los reyes de la tierra no hacen: dar la vida por los hombres. Ese es el verdadero poder. El poder de la fraternidad, de la caridad, del amor, de la humildad. Esto hizo Cristo. En esto reside la verdadera libertad. Quien tiene este poder de la humildad, del servicio, de la hermandad, ¡es libre! Al servicio de esta libertad está la pobreza alabada por las Bienaventuranzas.

Porque hay una pobreza que debemos aceptar, la de nuestro ser, y una pobreza que debemos buscar, la concreta, de las cosas de este mundo, para ser libres y poder amar. Siempre debemos buscar la libertad del corazón, la que tiene sus raíces en la pobreza de nosotros mismos.

Después, al saludar a los peregrinos de lengua española, el Papa ha dicho:

Queridos hermanos y hermanas:

En esta catequesis comenzamos con la primera de las Bienaventuranzas: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos». San Mateo no se conforma con decir pobre, dando al término un sentido puramente económico o material, sino dice “pobre en el espíritu”, es decir, pobre en lo más íntimo y profundo, allí donde todos debemos reconocernos incompletos y vulnerables, por mucho que nos esforcemos.

Paradójicamente es ahí donde está nuestra felicidad, nuestra bienaventuranza, pues negar esta realidad nos lleva por caminos de oscuridad, a odiar y odiarnos a causa de nuestros límites, a tratar de ocultarlos, a buscar con desesperación ser alguien, ser más todavía. Ser pobres nos libera del orgullo, del exigirnos ser autosuficientes y nos da derecho a pedir ayuda, a pedir perdón; tan difícil pedir perdón. Nos abre el camino del reino de los cielos.

En la humildad, en la oración, encontramos este camino. Nos ponemos delante de Dios y le pedimos que venga en nuestro auxilio, que no tarde en socorrernos, que manifieste su potencia, en el perdón y la misericordia. Es ahí donde Jesús ha manifestado la fuerza de Dios, no en el poder humano, en tener o aparentar, sino en el testimonio de un amor que es capaz de dar la vida y la verdadera libertad.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de Latinoamérica. Pidamos al Señor que nos dé la fuerza de reconocernos pobres, de aceptar nuestros límites, de sabernos necesitados de otro. Sólo así seremos capaces de acoger el amor que el Señor derrama en nuestros corazones y sentir la dicha de testimoniarlo ante el mundo. Que el Señor los bendiga. Gracias.

 Francisco


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