«Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» / Por Conchi Vaquero y Arturo López

«Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver». (Mateo 25, 34-36).

Estamos llamados a Amar sin condiciones hasta el extremo: Jesús cuando habla del juicio final nos advierte seriamente que sólo se tendrán en cuenta nuestros actos de Amor. También subraya algo importantísimo: en cada ser humano, sea creyente o no, hay un lugar, una morada en el corazón sólo reservada para ser estancia de Dios. Por eso Jesús dice que cuando visitamos a un enfermo o a un preso estuvimos con Él: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo». (Mateo 25, 40).

Para Amar como Dios nos ama, debemos ser coherentes. Si vamos a las prisiones a visitar a un preso, o a un hospital a ver a un enfermo, la única verdadera esperanza que podemos aportarle es el agua viva que el Señor nos dé para él en aquel momento. Debemos señalar a Dios como fuente de todo bien. En eso consiste evangelizar. Testimoniar que estamos allí porqué Dios nos ha hecho experimentar su Amor y que sólo podemos atenderle en su nombre. Pedro y Juan cuando encuentran al tullido en la puerta del templo le hablan con claridad: «Pedro fijó en él la mirada juntamente con Juan, y le dijo: «Míranos». El les miraba con fijeza esperando recibir algo de ellos. Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar.» (Hechos 3, 4-6).

En el caso del tullido se curó. La enfermedad, al igual que la muerte, entró en el mundo por el pecado y Dios no quiere personas enfermas, ni jamás quiso la muerte de nadie. Ante la enfermedad será siempre positivo orar por la curación del enfermo que Dios puede conceder de forma prodigiosa, milagrosa o utilizando a las personas y recursos que ponga a su alcance. No dudamos que Dios obra milagros al igual que los hizo cuando Jesús estuvo en la tierra. Hemos visto paralíticos ponerse a andar, a sordos oír, a ciegos ver. Pero hoy no hablaremos de los signos con que el Señor prometió acompañar la predicación de la Buena Nueva. Nos interesa sobre todo analizar nuestra actitud de Amor anclada siempre en el corazón de Dios.

Hacer las obras del Padre

Cuando estemos ante cualquier persona necesitada, enferma, presa, sin recursos, con problemas de difícil solución, la única actitud válida es la de la escucha profunda. Pedro y Juan saben y escuchan en la actitud del tullido que les pide una limosna. Ellos en cambio no le dan lo que pide. Lo curan. Y lo más importante es que lo hacen como consecuencia de escuchar al Señor en su corazón al mismo tiempo que al tullido. Ellos preguntaban a Dios en silencio: «¿Para qué has puesto a este hombre en nuestro camino?. ¿Qué quieres que hagamos en tu nombre?». No hay duda que recibieron una respuesta inmediata de Dios: «Hagan que camine y quede curado de toda enfermad física y espiritual «.

A nadie se le ocurre decirle a un tullido que ande si no está seguro que es la voluntad de Dios para ese momento. En realidad es el Señor quien obra el milagro en el tullido, pero antes precisa de Pedro y Juan para que escuchen a aquel hombre y le manden levantarse conociendo la voluntad de Dios. Nunca sabremos si el tullido se habría sanado de su enfermedad si Pedro y Juan no hubieran querido escucharle y sólo le hubieran dado unas monedas. Lo más práctico para nosotros es dar algo material a un pobre enfermo y no poner atención en la persona. Jesús desea que miremos y veamos con sus ojos a cada ser humano. Eso precisa de tiempo de escucha y de oración.

Cristo, pasaba noches enteras orando a su Padre, para poder Amar a cada uno según la voluntad de Dios. De hecho Jesús explicó que él había venido para realizar las obras del Padre: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra.» (Juan 4, 34). Todos y cada uno de nosotros estamos llamados a vivir como discípulos de Jesús: si él hacia las obras que Dios Padre le había encomendado, debemos mirar siempre en oración el corazón de la Santísima Trinidad para conocer que respuesta práctica dar a cada situación. 

Escucha, discernimiento y verdad

Nos ha llevado 20 años superar el parvulario de la escucha. Fue nuestro padre espiritual, Jaime Burke O.P. quien desde 1989 nos aconsejó escuchar siempre a las personas con una oreja y a Dios con la otra. Claro que hablamos de los oídos interiores. A veces, escucharemos respuestas en nuestro corazón yen otros momentos no. En todo caso, siempre deberemos explicar a nuestro interlocutor que lo único que le puede hacer avanzar en su vida personal y social es relacionarse con Dios, conocerlo y amarlo. Eso también es hacer caminar a la persona hacia el interior de su corazón, donde mora el Espíritu Santo. Jesús aseveró: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida». Es posible que quien esté frente a nosotros no conozca profundamente en una experiencia personal el Amor de Dios que habita en él, única fuente de transformación de cualquier vida.

Es posible que la persona necesitada, aun definiéndose como cristiana y católica, esté profundamente herida por cómo le ha tratado la vida Tenemos que testimoniar que la atendemos en nombre de Jesús el Señor y luego discernir para qué Dios la ha puesto en nuestro camino. En todo caso, escuchar a la persona, antes que pronunciar ninguna palabra vana, es lo más recomendable. Jesús, siempre preguntaba a las personas qué querían de Él. A lo mejor sólo es que las escuchemos. Una vez discernido por nuestra parte lo que podemos hacer siempre nuestra actitud debe estar de acuerdo con el Evangelio. Decir la verdad y hasta donde estamos dispuestos a llegar. Pondremos un ejemplo real de evangelización.

En 1992 con una comunidad de laicos evangelizábamos con cantos y testimonios en las Ramblas de Barcelona, en pleno centro de la ciudad. En las Ramblas había estatuas humanas, cantantes de rock, músicos, malabaristas y todo tipo de personas que actuaban a lo largo del paseo. Nosotros eramos unos más. Simplemente proclamabamos el Amor de Dios cantando y explicando nuestra experiencia. Había momentos que se ponían a nuestro alrededor centenares de personas y otros que había menos. Nosotros nos limitabamos a seguir nuestro guión tanto si se paraban muchas personas como pocas.

Familia rescatada de la droga y la prostitución

En una de las ocasiones en las que estuvimos en las Ramblas se quedó paralizado un matrimonio joven con un niño de unos tres años. Estuvieron 120 minutos clavados en el suelo escuchando fijamente nuestros cantos y palabras. Al terminar, se acercaron y nos dijeron que ellos querían tener la experiencia del Amor de Dios. Nos contaron que ella ejercía la prostitución, que él no trabajaba y se gastaba el dinero en drogas, que tenían problemas con sus familías y que la vida que llevaban no la querían para su pequeño hijo. Realmente no sabían salir de su pozo, aunque habían pedido ayuda a asistentes sociales, sicólogos y educadores. Su problema les superaba de hacía mucho tiempo.

Quienes atendimos a esa pareja nos quedamos perplejos conforme iban avanzando en su relato. Si a ellos les superaba su problema imaginad a nosotros. Estábamos cansados y escuchamos al Señor y lo único que nos puso en el corazón es que allí mismo improvisáramos una oración para que el Señor tomara el timón de sus vidas. Les aconsejamos que pidieran a Dios que les revelara su Amor de forma muy simple cada día y que si necesitaban alimentos o alguna ayuda que pudieramos aportarles que nos telefonearan. Nos marchamos todos a nuestras casas. Lo único que hicimos es señalar que en manos de Dios estaba el que se pudiera transformar sus vidas. Nunca nos pusimos nosotros como solución. Eran ellos que querían caminar hacia Dios. Les prometimos que oraríamos por ellos siempre y nada más.

Pasaron unos dos meses y la esposa, que todavía seguía ejerciendo la prostitución, nos telefoneó y nos pidió que fuéramos a su casa. Delante nuestro se pelearon. Los iban a echar del piso donde vivían. Se culpaban mutuamente de la situación y nosotros tuvimos que estarnos callados escuchando. Ellos reconocieron que oraban al Señor, pero que desde empezaron a hacerlo se peleaban todavía más. La chica aseguró, sin embargo, que de todo lo que vivían lo que más le pesaba era la prostitución. Se mostró dispuesta a dejarla si le encontrábamos algún trabajo. Nos confesó que era la primera vez que se sentía impulsada a dejar la prostitución. Oramos y nos marchamos sin prometer nada, explicando que si el Señor nos mostraba algún camino para sus vidas les telefonearíamos.

Unas semanas después encontramos unas personas dispuestas a acogerlos y darles trabajo. Se lo comunicamos poniéndoles la condición que vivirían en casa de sus acogedores mientras se solucionaban sus problemas económicos. Quienes les dieron cobijo en nombre de Jesús sabían que lo pasarían mal. La convivencia es difícil y más con gente poco habituada a hábitos y valores del Evangelio. Ella dejó la prostitución y empezó a trabajar en distintos lugares. Cuando se repusieron abandonaron la casa donde les habían acogido y reanudaron una nueva vida. El Señor sacó de la prostitución a la esposa y de la droga al esposo. Eso lo constatamos durante años. Ellos, cuando volvieron a tener su hogar sólo mantuvieron contactos muy esporádicos con nosotros. Desconocemos si siguen orando o no, si acuden a alguna parroquía. Nosotros hicimos lo que Dios nos pidió y hoy continuamos en ello: oramos por esta familia. El Señor habita en sus corazones y aun en el caso que su debilidad les hiciera recaer, Dios les seguirá saliendo al encuentro.

Propongamos a cualquier persona que se relacione con Dios, pero tengamos la confianza que es el Espíritu Santo quien debe hacerla crecer en el terreno humano y espiritual. Nosotros sólo podemos escuchar, responder, testimoniar y dejar a Cristo Resucitado que trabaje en el corazón de todos. Lo importante al final es lo que Dios haga en cada persona no lo que nosotros queramos atribuirnos sin tener ningún mérito.

Padre santo, en el nombre de Jesús y por el don del Espíritu Santo concédenos la sabiduría para poder servir a cada persona según tu voluntad. Haznos verdaderos servidores. Siervos inútiles que como Juan el Bautista te mostremos como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Capacitanos para poder llevar a cabo las obras que tu deseas que hagamos en cada acto de nuestra vida, cuando nos relacionamos con cualquier persona y también cuando estamos solos. Amén.

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