Homilía de las lecturas de la Asunción de la Virgen María, figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada / Por P. José María Prats

* «La Escritura presenta a María íntimamente asociada a la Palabra de Dios: Vive con una docilidad absoluta a esta Palabra (Lc 1,38: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra»); la acoge en su seno virginal; se pone, llena de amor, al servicio de su desarrollo humano; la guarda y la medita en su corazón… La perfecta asociación de María a la Palabra salvadora conduce necesariamente a su perfecta salvación en cuerpo y alma tras la muerte”

Misa de la vigilia: 1 Crónicas 15, 3-4.15-16 / Salmo 131  / 1 Corintios 15, 54b-57 / Lucas 11, 27-28

Misa del día: Apocalipsis 11, 19a; 12,1.3-6a.10ab / Salmo 44 / 1 Corintios 15, 20-27a / Lucas 1, 39-56

P. José María Prats / Camino Católico.- Hoy celebramos el misterio de la Asunción de la Virgen María al cielo, un misterio de fe ya presente en la tradición y el culto de la Iglesia antigua y que fue definido solemnemente como Dogma por el Papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950. “Con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra –decía el Papa– pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado, que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial” (MD 44).

En la Bula Munificentissimus Deus (MD), Pío XII recogía los principales argumentos con que a lo largo de la historia la teología ha justificado esta verdad de fe. He aquí tres argumentos que me parecen particularmente importantes:

1) El dogma de la Asunción de la Virgen está implicado en el de su Inmaculada Concepción.

La Biblia presenta la corrupción del cuerpo después de la muerte como una consecuencia del pecado: En el tercer capítulo del Génesis, cuando Dios enuncia las consecuencias de la transgresión de Adán y Eva, dice al hombre: «Eres polvo y al polvo volverás» (Gn 3,19). Si toda la vida de la Virgen, desde el mismo instante de su concepción fue ajena al pecado, también lo fue a sus consecuencias, en concreto, a la corrupción del cuerpo tras la muerte.

2) Por la condición de María de Nueva Eva y Corredentora

“Desde el siglo II María Virgen es presentada por los Santos Padres como nueva Eva estrechamente unida al nuevo Adán, si bien sujeta a él, en aquella lucha contra el enemigo infernal que, como fue preanunciado en el protoevangelio (Gn 3, 15), habría terminado con la plenísima victoria sobre el pecado y sobre la muerte, siempre unidos en los escritos del Apóstol de las Gentes. Por lo cual, como la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y signo final de esta victoria, así también para María la común lucha debía concluir con la glorificación de su cuerpo virginal.” (MD 39). Como dice la epístola de la misa de la vigilia: «cuando… este cuerpo mortal sea revestido de inmortalidad, entonces sucederá lo que fue escrito: la muerte fue absorbida en la victoria». (1Co 15,54).

3) Por la perfecta asociación de María a la Palabra de Dios

La Escritura presenta a María íntimamente asociada a la Palabra de Dios: Vive con una docilidad absoluta a esta Palabra (Lc 1,38: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra»); la acoge en su seno virginal; se pone, llena de amor, al servicio de su desarrollo humano; la guarda y la medita en su corazón… La perfecta asociación de María a la Palabra salvadora conduce necesariamente a su perfecta salvación en cuerpo y alma tras la muerte. Las lecturas de las misas de esta fiesta insisten en este punto: En el Evangelio de la misa de la vigilia, Jesús declara dichosa a María porque «cumple la palabra de Dios y la guarda». Y la primera lectura de ambas misas pone en relación a María con la figura del Arca de la Alianza, que custodiaba en su interior la palabra de Dios escrita en las tablas de la Ley.

Pero, del contenido de este misterio, emana una esperanza y un consuelo que llenan de alegría esta fiesta. Así lo expresa el prefacio de la misa: «Porque hoy ha sido llevada al cielo la Virgen, Madre de Dios; ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra.» La Asunción de la Virgen nos muestra que la glorificación de nuestro ser en cuerpo y alma no es una quimera o una especulación teológica, sino una realidad que ya está viviendo en plenitud una creatura humana, uno de nosotros: la Virgen María. «Ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada»: es como una avanzadilla que ya ha llegado a la meta para la que fuimos creados, y desde allí intercede incesantemente por nosotros para que podamos también alcanzar esa misma gloria cuando nuestros cuerpos resuciten al final de los tiempos.

P. José María Prats

Evangelio

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo:

«Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

Y dijo María:

«Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos».

María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.

Lucas 1, 39-56

Comentario de la lectura del libro del Apocalipsis en la Asunción de la Virgen María: Compartiendo su gloria y su victoria, está la Iglesia / Por P. José María Prats


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