Homilía del Evangelio del Domingo: El mundo, para ser sanado en su raíz, tiene que someterse al evangelio, reconocer la soberanía de Dios / Por P. José María Prats

* «El mundo tiene que acoger el designio de Dios para la creación, tiene que respetar la vida y el orden natural que Él ha establecido para la sexualidad y la familia, tiene que abrirse a la comunión con Dios a través de la oración y de los sacramentos para recibir la única fuerza capaz de renovarlo todo. Si, queriendo evitar el rechazo de un mundo al que cada vez le molesta más oír hablar de Dios, renunciamos a la predicación del evangelio en su integridad y radicalidad, somos como el médico que, entre sonrisas y palmaditas en la espalda, está traicionando a su paciente”

Domingo V del tiempo ordinario – B:

Job 7,1-4.6-7 / Salmo 146 / 1 Corintios 9,16-19.22-23 / Marcos 1, 29-39

P. José María Prats / Camino Católico.- La primera lectura de hoy, del libro de Job, describe dramáticamente la situación del hombre herido por el pecado: el trabajo vivido como opresión («como esclavo, suspira por la sombra»), la enfermedad y el sufrimiento («se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba»), la angustia ante la precariedad y finitud de la vida («mis días se consumen sin esperanza; recuerda que mi vida es un soplo»).

El evangelio nos presenta a Jesús como el enviado para devolver al ser humano la armonía perdida por el pecado. En el relato, lo que más llama la atención es el poder sanador y liberador de Jesús: «la población entera se agolpaba a la puerta; curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios». Y sin embargo, Jesús dice que su misión principal no es ésta, sino la de predicar el evangelio: «vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido». Su acción sanadora y liberadora va mucho más allá de restablecer la salud física y de liberar de las influencias más ostentosas del maligno: Él ha venido para restaurar nuestra comunión con Dios, para devolvernos a la verdad de nuestra relación con Él y con los hermanos, y así conducirnos a la plenitud en la vida eterna, donde «ya no habrá muerte ni llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo habrá pasado» (Ap 21,4).

De hecho, en los evangelios, las curaciones físicas y las liberaciones de endemoniados no son nunca presentadas como fines en sí mismas, sino como signos que acreditan la predicación de Jesús y lo manifiestan como Salvador y Mesías. Esto queda también muy claro en la misión que Jesús da a sus discípulos: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre … impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos» (Mc 16,15-18). La esencia de la misión es, pues, la predicación del Evangelio que conduce a la conversión y a la comunión con Dios por el bautismo, mientras que las curaciones y liberaciones son signos que acreditan esta misión y visibilizan la salvación que conlleva.

Cuando un médico atiende a un paciente aquejado de fuertes dolores por un cáncer, debe proporcionarle calmantes que hagan soportable su dolor, pero, sobre todo, debe intentar erradicar la causa de este dolor combatiendo el tumor con radio y quimioterapia. Este tratamiento a menudo es difícil de sobrellevar, pero si el médico lo evitara para contentar al paciente limitándose a darle calmantes, le estaría traicionando.

Este ejemplo ilustra muy bien una tendencia de la sociedad actual que se está contagiando también a la Iglesia: Queremos combatir el sufrimiento, la violencia y la injusticia social proporcionando “calmantes” pero sin atacar las raíces del mal. Los gobiernos intentan implantar el “estado del bienestar”, la Iglesia y otras instituciones se desviven por atender a los más necesitados, se educa y se promueve el sentido de solidaridad… pero no nos atrevemos a decirle al mundo que, para ser sanado en su raíz, tiene que someterse a la radio y quimioterapia del evangelio: tiene que reconocer la soberanía de Dios y acoger su designio para la creación, tiene que respetar la vida y el orden natural que Él ha establecido para la sexualidad y la familia, tiene que abrirse a la comunión con Dios a través de la oración y de los sacramentos para recibir la única fuerza capaz de renovarlo todo. Si, queriendo evitar el rechazo de un mundo al que cada vez le molesta más oír hablar de Dios, renunciamos a la predicación del evangelio en su integridad y radicalidad, somos como el médico que, entre sonrisas y palmaditas en la espalda, está traicionando a su paciente.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, cuando Jesús salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.

Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.

De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración.

Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen:

«Todos te buscan».

Él les dice:

«Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido».

Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

Marcos 1, 29-39


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