Homilía del Evangelio del Domingo: Jesús dice hoy: “Buscad mi verdadero rostro. Yo me manifiesto a los que me buscan con sincero corazón” / Por P. José María Prats

* «Hoy muchas personas íntegras han abandonado la fe porque no han sabido asumir debidamente las dificultades que les han tocado vivir o porque se han formado una imagen extraña de Dios que les resulta absurda o incoherente. A menudo oímos comentarios de este estilo: “¿Para qué seguir creyendo y orando si mi hijo ha muerto joven en un accidente?” o “yo no puedo creer en un Dios omnipotente que nos ame y a la vez permita tanta injusticia y sufrimiento en el mundo”

Tercer domingo de Adviento – A:

Isaias 35, 1-6a / Sal 145 / Santiago 5, 7-10 /  Mateo 11, 2-11

P. José María Prats / Camino Católico.- El evangelio de hoy nos presenta la experiencia humana y espiritual de San Juan Bautista, de la que podemos aprender muchas cosas.

San Juan era un hombre extraordinario. Los evangelios nos hablan de su vida austera en el desierto y de su integridad moral. Estaba consagrado a su misión profética hasta el punto de jugarse la vida denunciando públicamente el adulterio del rey Herodes. Por otra parte, para poder llevar a cabo esta misión había recibido gracias extraordinarias: quedó lleno del Espíritu Santo en el seno materno, reconoció a Jesús como el Cordero de Dios y vio descender sobre Él al Espíritu Santo.

Y, sin embargo, el evangelio de hoy nos presenta a este gran hombre dudando de su fe hasta el punto de enviar a sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». ¿Cómo pudo llegar a esta situación? Hay dos motivos muy claros.

Por una parte, está pasando por momentos muy duros. Habiendo sido siempre una persona intachable, se encuentra ahora en la cárcel maltratado y humillado. ¿Dónde está la justicia de Dios que él tanto ha predicado?

Pero más decisivo aún es el hecho de que la idea que Juan tiene del Mesías no encaja con lo que está oyendo de Jesús. Él participa todavía de la idea del judaísmo de su época según la cual la venida del Mesías iría acompañada en el tiempo del juicio definitivo y del fin del mundo. Basta recordar su predicación del domingo pasado donde hablaba del «castigo inminente» y de que «ya toca el hacha la base de los árboles». Por ello, las noticias que le llegan de un Jesús sentado a la mesa con pecadores públicos y diciendo que «no ha venido para juzgar al mundo sino para salvarlo» (Jn 12,47) le dejan desconcertado.

Jesús responde a los discípulos del Bautista con estas palabras: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!». Está, pues, invitando a Juan a no dejarse llevar por ideas preconcebidas y a releer las Escrituras para verificar que en Él se está cumpliendo todo lo anunciado por los profetas.

Es una gran lección para nuestro tiempo. Hoy muchas personas íntegras han abandonado la fe porque no han sabido asumir debidamente las dificultades que les han tocado vivir o porque se han formado una imagen extraña de Dios que les resulta absurda o incoherente. A menudo oímos comentarios de este estilo: “¿Para qué seguir creyendo y orando si mi hijo ha muerto joven en un accidente?” o “yo no puedo creer en un Dios omnipotente que nos ame y a la vez permita tanta injusticia y sufrimiento en el mundo”.

Jesús hoy, en este evangelio, nos repite a todos: “Buscad mi verdadero rostro. No os conforméis con lo que oigáis decir de mí en los medios de comunicación o en la conversación superficial con la gente. Buscadme con pasión y reverencia en las Sagradas Escrituras y allí me encontraréis, porque yo soy el Dios escondido que me manifiesto a los que me buscan con sincero corazón: ¡Dichoso el que no se escandalice de mí!”.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle:

«¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?».

Jesús les respondió:

«Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!».

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:

«¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti”. En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él».

 

Mateo 11, 2-11


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