El Cielo, felicidad plena

 Autora: Rebeca Reynaud

La vida eterna consiste en una seguridad total, en una felicidad plena.

18 de agosto de 2009.- Una joven soñó que llegaba al Cielo y un Ángel la conducía por diversas calles. Llegaron ante una casa de oro, ella se emocionó pensando que podría ser su mansión, pero el ángel le explicó que esa casa era para una persona que había vivido muy bien las virtudes. Luego pasaron junto a una casa de marfil. Ella preguntó:
—¿Será la mía? El Ángel le dijo que no, que era para quienes habían vivido muy bien la pureza. Pasaron luego junto a una casa de cristal. El ángel le dijo que esa casa era para quienes habían amado y leído la Sagrada Escritura, y le recordó que ella había leído solo revistas baratas. Al fin llegaron a una casa muy bien hecha con basura. El ángel le dijo: “Esta es tu casa”. Ella preguntó:
—¿Por qué?
—El Ángel le contestó:
Fue lo que mandaste desde la Tierra.
Luego la joven despertó.

Cuando el Lord Canciller de Inglaterra, Tomás Moro, fue puesto en la cárcel por el rey Enrique VIII, a causa de que no quería aceptar el matrimonio del rey con Ana Bolena, empezó también a empobrecerse pues el rey le retiró su sueldo y le quitó sus bienes. Su esposa Alicia sabía que si Tomás accedía, recobraría el favor del rey, así que quería convencerlo de que aceptara ese matrimonio del rey, pues la estancia de Tomás en la Torre de Londres hacía sufrir a toda la familia y estaban pasando penurias. Tomas le preguntó a Alicia:
— Y ¿por cuánto tiempo crees que podré gozar de esta vida? ¿Veinte años?… Mi buena mujer. No sirves para negociante. ¿Quieres que cambie veinte años por una eternidad?

Finalmente, fue condenado a muerte, y le dijo a su verdugo: San Pablo estuvo de acuerdo con la muerte de San Esteban. Yo también espero que usted y yo nos veamos en el Cielo.

El teólogo Leo Trese trata de ilustrar lo que es el Cielo así: “Supón que en el Cielo llevas un reloj que tiene cuerda para ocho días, y que cada hora allí, representa sesenta billones de años. Nada más llegar, le das toda la cuerda y luego miras un instante a Dios. Una mirada que te hace inmensamente feliz. Luego vuelves a mirar el reloj y observas, asombrado, que ya no tiene cuerda. Esos sesenta billones de años te parecieron un instante de los feliz que eres”. Este ejemplo, además de ser inadecuado, se queda corto. Porque tratándose de Dios y del Cielo, no hay peligro de exagerar. El peligro está en dar una imagen pobre de su realidad.

En el Paraíso no se vive una vida de inercia sino una vida intensamente activa. En el Paraíso se tiene la plenitud de la vida

Muchas personas perciben que les falta algo para ser felices: tiempo, salud, dinero, amor, estudio, una razón para vivir, plenitud, etc. Alejandro Manzoni en su obra literaria, Los Novios, describe gráficamente esta sensación: “El hombre, mientras permanece en el mundo es un enfermo que, metido en la cama con más o menos incomodidad, ve alrededor de sí otras camas, muy aseadas por fuera, muy lisas, y al parecer muy bien mullidas, y se figura que ha de ser muy feliz quien las ocupe. Pero si llega a cambiar, apenas echado en cualquiera de ellas, empieza a sentir de un lado una paja que le punza, en otro una dureza que le mortifica, y pronto se halla, poco más o menos, como en la cama primera. Y esta es la razón de por qué debemos antes pensar en hacer bien, que en estar bien, que es el modo de llegar a estar mejor”… (cap. XXXVIII).

Y es que en este mundo no hay felicidad plena, pero –si el ser humano es fiel- no se verá defraudado en su deseo de felicidad total y absoluta.

Para llegar al Cielo, hay que pasar por trabajos, tribulaciones y pruebas ya que no estamos en el paraíso terrenal sino decidiendo nuestro destino eterno en pleno campo de batalla.

El libro del Apocalipsis dice que los que están delante del Cordero, esto es, de Jesús “son los que han venido de una tribulación grande, y lavaron sus vestiduras y las blanquearon con la sangre del Cordero” (Apoc 7,14); es decir, los que confesaron sus pecados con verdadero arrepentimiento.

El Cielo es indescriptible. El placer total es el de la vida eterna. San Josemaría Escrivá decía: Dios no actúa como un cazador, que espera el menor descuido de la pieza para asestarle un tiro. Dios es como un jardinero, que cuida las flores, las riega, las protege; y sólo las corta cuando están más bellas, llenas de lozanía. Dios se lleva las almas cuando están maduras… Vamos a pensar lo que será el Cielo, decía San Josemaría Escrivá, y traía a colación lo que dice el Evangelio: Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó a hombre por pensamiento cuáles cosas tiene Dios preparadas para los que le aman. ¿Os imagináis qué será llegar allí, y encontrarnos con Dios, y ver aquella hermosura, aquel amor que se vuelca en nuestros corazones, que sacia sin saciar? Yo me pregunto muchas veces al día: ¿qué será cuando toda la belleza, toda la bondad, toda la maravilla infinita de Dios se vuelque en este pobre vaso de barro que soy yo, que somos todos nosotros? Y entonces me explico bien aquello del Apóstol: ni ojo vio, ni oído oyó… Vale la pena, hijos míos, vale la pena

El cura de Ars solía decir: “Si alguien le dijera: Me gustaría ser rico. ¿Qué hay que hacer? Usted respondería: Hay que trabajar. Pues para ir al cielo hay que sufrir”. Añadía: “Los más felices en este mundo son los que tienen el alma en calma: en medio de las penas de la vida, prueban la alegría de los hijos de Dios. Todas las penas son dulces cuando se sufre en unión con Nuestro Señor”.

Somos débiles pero no hemos de cambiar la primogenitura por “un plato de lentejas”, esto es, por el placer de un momento, por un pecado capital. Hay quien se juega el Cielo por desconfiar de la misericordia de Dios.

Un amigo se preguntaba en broma: ¿Cómo será el cielo? E imaginaba: Allá los cocineros son franceses; los mecánicos, alemanes; la policía es inglesa; los enamorados, italianos; y todo está organizado por una agencia turística suiza. En cambio en el infierno, los cocineros son ingleses; los enamorados, suizos; la policía es alemana; los mecánicos, franceses y la agencia turística que organiza es italiana.

El Concilio Vaticano II nos recuerda: “No olviden todos los hijos de la Iglesia que su excelente condición no deben atribuirla a los méritos propios, sino a una gracia singular de Cristo, a la que, si no responden con pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad” (LG 14), porque “mucho se exigirá al que mucho ha recibido” (Lucas 12, 48).

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