El Papa en la Audiencia 22-5-19: «Nosotros no podríamos rezar nunca sin la fuerza del Espíritu Santo. Es él quien reza en nosotros y nos mueve a rezar bien»

* «El Espíritu Santo sopla en el corazón de cada uno de nosotros que somos discípulos de Jesús. El Espíritu nos hace capaces de orar como hijos de Dios, como realmente somos por el Bautismo. El Espíritu nos hace rezar en el «surco» que Jesús excavó para nosotros. Este es el misterio de la oración cristiana:  la gracia nos atrae a ese diálogo de amor de la Santísima Trinidad»

Video completo de la transmisión en directo realizada por 13 TV de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa ha hecho en nuestro idioma

* «Un cristiano puede rezar en cualquier situación. Puede asumir todas las oraciones de la Biblia, especialmente de los Salmos; pero puede rezar también con tantas expresiones que en milenios de historia han brotado del corazón de los hombres. Y nunca dejemos de hablar al Padre de nuestros hermanos y hermanas en la humanidad, para que ninguno de ellos, especialmente los pobres, permanezca sin un consuelo y una porción de amor»

22 de mayo de 2019.- ( Camino Católico)  El Santo Padre ha resaltado hoy la importancia radical del Espíritu Santo en la oración: “El Nuevo Testamento nos revela que el primer protagonista de toda oración cristiana es el Espíritu Santo, que hemos recibido en nuestro bautismo y que nos hace capaces de orar como lo que somos, Hijos de Dios, siguiendo el ejemplo del Señor Jesús. Este es el misterio de la oración cristiana, que nos introduce en el diálogo amoroso de la Santísima Trinidad”. En la audiencia general de hoy, 22 de mayo de 2019, el Papa Francisco ha finalizado el ciclo de catequesis sobre el Padre Nuestro, en la plaza de San Pedro ante miles de fieles y peregrinos.

Con respecto a la oración del Padre Nuestro, Francisco ha señalado que el rezo del mismo no debe ser una fórmula que repitamos mecánicamente, sino de una manera de encontrar la “intimidad filial” con el Señor, llamándole “¡Abbá!, Papá”: “Es la intimidad en la que Jesús, el revelador del Padre, nos introduce por su gracia”. Igualmente, resaltó que “el Catecismo de la Iglesia católica nos recuerda que: ‘es el Espíritu Santo, [quien] a través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre’ (N. 2766)”.

El Santo Padre también subrayó que el Evangelio muestra que todas las expresiones con las que Jesús reza a lo largo de su vida se refieren al Padre Nuestro y que  animó repetidamente a los discípulos a cultivar el espíritu de oración. En el vídeo superior de 13 TV se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy terminamos el ciclo de catequesis sobre el «Padre Nuestro». Podemos decir que la oración cristiana nace de la audacia de llamar a Dios con el nombre de «Padre». Esta es la raíz de la oración cristiana: llamar “Padre” a Dios. ¡Hace falta valor! No se trata  tanto de una fórmula, como de una intimidad filial en la que somos introducidos por gracia: Jesús es el revelador del Padre y nos da familiaridad con Él. » No nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico). Como en toda oración vocal, el Espíritu Santo, a través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre. «(Catecismo de la Iglesia Católica, 2766). Jesús mismo usó diferentes expresiones para rezar al Padre. Si leemos con atención los Evangelios descubrimos que estas expresiones de oración que emergen en los labios de Jesús recuerdan el texto del «Padre Nuestro».

Por ejemplo, en la noche de Getsemaní, Jesús reza así: «¡Abba, Padre! Todo es posible para ti: ¡aparta de mí esta copa! pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú «(Mc 14:36). Ya hemos recordado este texto del Evangelio de Marcos. ¿Cómo podemos dejar de reconocer en esta oración, por muy breve que sea, un rastro del «Padre Nuestro»? En medio de las tinieblas, Jesús invoca a Dios con el nombre de «Abbà», con confianza filial y, aunque sienta temor y angustia, pide que se cumpla su voluntad.

En otros pasajes del Evangelio, Jesús insiste con sus discípulos para que cultiven un espíritu de oración. La oración debe ser insistente, y sobre todo, debe recordar a los hermanos, especialmente cuando vivimos relaciones difíciles con ellos. Jesús dice: «Y cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tienes algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone vuestras ofensas» (Mc 11, 25). ¿Cómo podemos dejar de reconocer la similitud con el «Padre Nuestro» en estas expresiones? Y los ejemplos podrían ser numerosos, también para nosotros.

En los escritos de San Pablo no encontramos el texto del «Padre Nuestro», pero su presencia emerge en esa estupenda síntesis donde la invocación del cristiano se condensa en una sola palabra: «Abbà» (véase Rom 8:15; Gal 4 , 6). En el Evangelio de Lucas, Jesús satisface plenamente la petición de los discípulos que, al verlo a menudo aislarse y sumergirse en la oración, un día deciden preguntarle: «Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan (el  Bautista) a sus discípulos» ( 11.1). Y entonces el Maestro les enseñó la oración al Padre.

Considerando el Nuevo Testamento en conjunto, resalta claramente que el primer protagonista de toda oración cristiana es el Espíritu Santo. No lo olvidemos: el protagonista de toda oración cristiana es el Espíritu Santo. Nosotros no podríamos rezar nunca sin la fuerza del Espíritu Santo. Es él quien reza en nosotros y nos mueve a rezar bien. Podemos pedir al Espíritu Santo que nos enseñe a rezar, porque Él es el protagonista, el que hace la verdadera oración en nosotros. Él  sopla en el corazón de cada uno de nosotros que somos discípulos de Jesús. El Espíritu nos hace capaces de orar como hijos de Dios, como realmente somos por el Bautismo. El Espíritu nos hace rezar en el «surco» que Jesús excavó para nosotros. Este es el misterio de la oración cristiana:  la gracia nos atrae a ese diálogo de amor de la Santísima Trinidad.

Jesús rezaba así. A veces usaba expresiones que ciertamente están muy lejos del texto del «Padre Nuestro». Pensad en las palabras iniciales del Salmo 22, que Jesús pronuncia en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27:46). ¿Puede el Padre celestial abandonar a su Hijo? No, desde luego. Y sin embargo, el amor por nosotros, los pecadores, llevó a Jesús a este punto: al punto de experimentar el abandono de Dios, su lejanía, porque había tomado sobre sí todos nuestros pecados. Pero incluso en el grito de angustia, permanece el «Dios mío, Dios mío«. En ese «mío» está el núcleo de la relación con el Padre, está el núcleo de la fe y de la oración.

Por eso, a partir de este núcleo, un cristiano puede rezar en cualquier situación. Puede asumir todas las oraciones de la Biblia, especialmente de los Salmos; pero puede rezar también con tantas expresiones que en milenios de historia han brotado del corazón de los hombres. Y nunca dejemos de hablar al Padre de nuestros hermanos y hermanas en la humanidad, para que ninguno de ellos, especialmente los pobres, permanezca sin un consuelo y una porción de amor.

Al final de esta catequesis, podemos repetir esa oración de Jesús: «Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a   pequeños» (Lc 10:21 ). Para rezar tenemos que hacernos pequeños, para que el Espíritu Santo venga a nosotros y sea Él quien nos guíe en la oración.

Después, al saludar a los peregrinos de lengua española, el Papa ha dicho:

Queridos hermanos y hermanas:

En este día concluimos el ciclo de catequesis sobre el Padrenuestro, la oración que el Señor Jesús enseñó a sus discípulos. Hoy también nosotros, como discípulos de Jesús, fieles a su recomendación «y siguiendo su divina enseñanza», continuamos haciéndola nuestra. No se trata de una fórmula para repetir de modo mecánico, sino de una intimidad filial por la que podemos llamar a Dios «¡Abbá!, Papá». Es la intimidad en la que Jesús, el revelador del Padre, nos introduce por su gracia. El Catecismo de la Iglesia católica nos recuerda que: «es el Espíritu Santo, [quien] a través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre» (N. 2766).

Si leemos atentamente los Evangelios, vemos que todas las expresiones con las que Jesús reza, en los diferentes momentos de su vida, hacen referencia al texto del Padrenuestro. Constatamos, además, cómo Jesús invita a sus discípulos a cultivar un espíritu de oración, a orar insistentemente y a tener siempre presentes a los hermanos y sus necesidades.

El Nuevo Testamento nos revela que el primer protagonista de toda oración cristiana es el Espíritu Santo, que hemos recibido en nuestro bautismo y que nos hace capaces de orar como lo que somos, es decir, Hijos de Dios, siguiendo el ejemplo del Señor Jesús. Este es el misterio de la oración cristiana, que nos introduce en el diálogo amoroso de la Santísima Trinidad.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica, como también a los peregrinos de la diócesis de Ebibeyin, Guinea Ecuatorial, acompañados por su Obispo. A todos los animo a que pidan al Señor la gracia de ser hombres y mujeres de oración, y que recuerden ante el Padre a todos nuestros hermanos y hermanas, especialmente a los más necesitados y abandonados, para que a ninguno falte consolación y amor. Que Dios los bendiga.

Francisco

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