Homilía del Evangelio del Domingo: «Sin mí no podéis hacer nada» / Por P. José María Prats

* «Cuando nosotros estamos unidos a Jesús, el Espíritu Santo penetra en nosotros y nos hace participar de la vida divina. Y al obrar movidos por el Espíritu, nuestras acciones adquieren un valor eterno porque son también las acciones de Dios, convirtiéndose así en frutos de vida eterna”

Domingo V de Pascua – B:

Hechos 9, 26-31 / Salmo 21 / 1 Juan 3, 18-24 / Juan 15, 1-8

P. José María Prats / Camino Católico.- El evangelio de hoy nos propone una imagen muy bonita para ayudarnos a comprender la esencia de la vida cristiana. Como sabemos, la planta que produce las uvas está formada por un tronco robusto y nudoso –la vid– del que cada año brotan unas ramas largas y flexibles –los sarmientos– de donde surgirán los racimos de uva. La parábola que hemos escuchado nos dice que Jesús es la vid y nosotros los sarmientos y, del mismo modo que éstos no pueden dar fruto si no están unidos a la vid, así tampoco nosotros si no estamos unidos a Jesús.

La parábola compara al Padre con el viñador ya que Él es el origen y el destino de todo y, por tanto, la autoridad última en la creación. Para completar esta imagen trinitaria, podemos comparar al Espíritu Santo con la savia que la vid elabora a partir del agua y del abono que le proporciona el viñador y que es fuente de vida y dinamismo.

Así, de la misma manera que cuando los sarmientos están unidos a la vid la savia penetra en ellos y hace crecer los racimos de uva, cuando nosotros estamos unidos a Jesús, el Espíritu Santo penetra en nosotros y nos hace participar de la vida divina. Y al obrar movidos por el Espíritu, nuestras acciones adquieren un valor eterno porque son también las acciones de Dios, convirtiéndose así en frutos de vida eterna.

Esta analogía de la vid nos permite explicar los sacramentos de forma muy sencilla. El bautismo es el sacramento por el que los sarmientos son injertados en la vid, es decir, por el que nosotros somos incorporados a Cristo y habitados por su Espíritu. Pero para que los sarmientos den fruto es necesario que la savia de la vid penetre continuamente en ellos aportando los nutrientes necesarios para que las uvas vayan engordando. Del mismo modo, para poder producir frutos de vida eterna, es necesario que seamos alimentados continuamente en la mesa de la Palabra y de la Eucaristía.

El evangelio de hoy también nos habla de las consecuencias de estar separados de Cristo. Sabemos que si cortamos un sarmiento, aunque durante algún tiempo conserve su verdor y lozanía, en realidad está muerto, porque ha sido desgajado del tronco del que recibía la vida. Con el tiempo se irá manifestando esta muerte, cuando caigan las hojas y el tronco se seque.

Lo mismo ocurre con nosotros cuando por un pecado grave rompemos la comunión con Dios: aunque biológicamente sigamos vivos, espiritualmente estamos muertos, porque nos hemos separado de la fuente de la vida eterna y, si no reaccionamos a tiempo, esta muerte irá corrompiendo poco a poco nuestra forma de pensar y de vivir.

Mas en su misericordia infinita, Jesús nos ha dado el remedio para superar esta situación de muerte espiritual en el sacramento de la reconciliación, por el que somos injertados de nuevo en Él y devueltos a la vida. Por ello los Padres de la Iglesia llaman con frecuencia a este sacramento “segundo bautismo”.

«Sin mí no podéis hacer nada». Esta frase, que compendia estupendamente el evangelio de hoy, debería resonar continuamente en nosotros para que no nos dejemos atrapar por los afanes del mundo olvidando lo único que verdaderamente importa: la comunión con Dios.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos:

«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.

Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos».

Juan 15, 1-8


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