Multientrevista a jóvenes que llevan un tiempo en Taizé, un oasis de fe sin complejos del siglo XXI (II): «De acuerdo, iré a Taizé pero quiero que allí me muestres el camino»

En esta segunda parte de nuestra experiencia en la comunidad, tenéis una visión eclesial de la misma desde el punto de vista de su conjunto. «Es bueno ver otras personas en la otra parte del mundo que creen en Dios», asegura uno de los jóvenes entrevistados

13 de noviembre de 2013.- (Toni Bardia / Forum Libertas / Camino Católico) Uno de los ingredientes que enriquecen la experiencia de Taizé es que hay gente de todo el mundo. Además de encontrar miles de jóvenes creyentes de todas las confesiones cristianas (católicos, ortodoxos, evangelistas, anglicanos y protestantes) sin duda la mezcla no sólo es religiosa sino étnica. Al constatar esta realidad, nos propusimos entrevistar a gente de todos los continentes (India, Estados Unidos, Sudáfrica, Kenia, Colombia, Croacia, Eslovenia, Lituania, Alemania e Italia).

Precisamente, Janja (croata de 32 años) dice que algún día le gustaría traer a Taizé a sus hijos no sólo por la religión sino por ser un sitio donde convivir con gente de todo el mundo, porque asegura que en Croacia es más difícil.

Taizé es más que un pequeño pueblo de la Borgoña. Una vez al año (del 28 de diciembre al 2 de enero) la comunidad se traslada a una ciudad europea (alternando oriente y occidente) para extender un mensaje de paz y comunión pero poniendo el acento en conocer la vida de la comunidad local. Además, también tienen presencia física en distintas “fronteras” (fraternidades) del mundo. Se trata de enclaves pobres en Seül (Corea del Sur), Nairobi (Kenia), Bangladesh y Brasil.

Uno de los entrevistados, Edwin, es un sacerdote de Kenia que vive en Zaragoza. Su país de origen acogió la peregrinación de 2008. En la “Ciudad de la Alegría” los hermanos tienen una comunidad ubicada a las afueras de Nairobi, cerca de barriadas muy pobres donde, entre otras tareas, trabajan en proyectos de rehabilitación y jóvenes adictos a los disolventes. Respecto a la forma de vivir la religión, destaca la participación de todo el mundo,“no sólo rezan, también celebran”. Y añade,“no miran al reloj”.

Es importante, según él, que las distintas religiones se encuentren como en Taizé, para rezar juntos, en especial gente de países europeos que han vivido conflictos (como el de los Balcanes).

Los hermanos de Taizé invitan jóvenes de los lugares más distantes, como América Latina, que estén interesados a pasar un periodo espiritual largo en Taizé. Es el caso de Luís, colombiano de 27 años. Vino a tan lejano lugar, dejando trabajo, novia y familia, para confirmar la presencia de Dios.“No sólo está en tu continente”, asegura, “es bueno ver otras personas en la otra parte del mundo que creen en Dios”.

Las formas que adopta la iglesia en cada rincón del mundo son distintas. Jacobi, una mujer blanca de 29 años de Sudáfrica, explica que no son una comunidad muy grande de cristianos pero destaca que son muy activos. Valora mucho el silencio de Taizé y dice que se le nota la espiritualidad africana en que utiliza mucho la danza mientras piensa en Dios.

Kate, norteamericana de 23 años, apunta otra diferencia de peso a la hora de analizar el fenómeno religioso en ese continente.“En Europa tenéis más historia para comprender y construir la religión”, explica.

Nuevas vocaciones y trabajo con los jóvenes

“No quería ser cura”. Matevz, esloveno de 25 años, sintió una llamada, que se fue repitiendo, en el instituto. Cuenta que una de las veces que vino a Taizé, le acuciaba especialmente la cuestión de su vocación. Puso a prueba a Dios y le dijo:“de acuerdo, iré a Taizé pero quiero que allí me muestres el camino”. Entonces, un día, después de la celebración hizo la cola para ser bendecido por el hermano Roger. Pensó que si le decía algo lo interpretaría como una señal. Cuando le llegó su turno, le bendijo y le invitó a comer con los hermanos (los permanentes y algunos escogidos pueden compartir la comida con los hermanos). “Eso fue demasiado para mí”.

Respecto al ambiente ecuménico de Taizé, Matevz cree que la reconciliación no llegará por decisiones papales sino mediante la convivencia en espacios como este y compartiendo los sacramentos.

El reto principal de Edwin (Kenia), su misión sacerdotal se halla ahora en Zaragoza, es cómo transmitir la fe a los jóvenes. Sin olvidarse de las personas mayores, dice que le gustaría invitarles aquí para que vieran que no son los únicos que creen y así enseñarles distintas formas de hacer oración. Cree que hay que hacerles propuestas seductoras que incluyan celebración. Durante la entrevista exclama, “ves, esto es juventud!”, mientras señala a una chica que canta ‘You’re the one that I want’ (Grease) en el banco de al lado. Sin hacer cambios radicales, propone más implicación de los fieles y laicos para participar en las parroquias. En este sentido, cree que la misa debería modernizarse, conservando lo esencial.

La misma palabra, ‘reto’, sale de la boca de Erika (29 años), una de las responsables de un numeroso grupo de escoltas italianos. Asegura que ha sido todo un desafío mantener a su grupo en un sitio fijo hablando todo el tiempo de un tema como la fe. Dice que ayuda que aquí las propuestas están hechas a su medida. La dificultad radica, según ella, a que los chicos de hoy están acostumbrados a hacer muchas cosas, a no parar nunca.“Nosotros intentaremos hacerles revivir algunas experiencias, a mantener el clima de Taizé”, confiesa.

El último joven sacerdote que entrevistamos, Aadel (Alemania, 27 años), explica que en su país hay algunos seminaristas que sólo piensan en una dirección.“Aquí puedo encontrar más diversidad, gente que vive ‘una vida normal’ y en actitud de búsqueda de una vida más auténtica”. Cree que la vida cristiana no consiste en ir a la misa y punto. Explica que hay que crear grupos para compartir la vida y asegura que hay que hacerlo tan simple y divertido como sea posible.

Los permanentes

Ir a Taizé no es pasar una semana de vacaciones. Organizar un volumen de personas que puede llegar en agosto a 5mil, no es tarea fácil, requiere planificación. Algunas tareas como lavar lavabos, fregar platos o repartir comida, recuerdan un campamento scout o pseudomilitar pero hace que los jóvenes se sientan parte de Taizé y se lo hagan suyo.

La propuesta es pasar una semana de domingo a domingo en la que se viven con especial intensidad el viernes y el domingo porque se recuerda el viernes de pasión y el domingo de Pascua. Así, la noche de viernes es especial por la velada delante de la cruz. Se posa una cruz de madera en el suelo para que durante toda la noche los peregrinos puedan reposar su cabeza en ella. La oración del sábado noche es recordada por la luminosidad de las velas pascuales que se reparten a todos los asistentes.

Los últimos días de la semana predisponen a los peregrinos hacia la reconciliación. Por ello, al acabar las celebraciones nocturnas, los hermanos se reparten por toda la capilla y están abiertos a hablar personalmente con la gente. Incluso el hermano Alois, designado como sucesor del fundador hermano Roger, está disponible a tener una charla tranquila con quien se le acerque.

Algunos jóvenes que desean alargar esta semana para darse un tiempo más largo (desde un mes hasta un año) de retiro espiritual y reflexión personal. Taizé les reserva un sitio y trato especial que se refleja físicamente en la capilla: tienen asignada la zona justo detrás de los hermanos. Además, realizan un trabajo mañana y tarde así como reciben acompañamiento espiritual por parte de un hermano/a.

La primera parte de este reportaje:

Multientrevista a jóvenes que llevan un tiempo en Taizé, un oasis de fe sin complejos del siglo XXI (I): «Si tenemos miedo de darlo todo, estamos desaprovechando la vida»

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