Anne-Sophie sufrió maltrato, bulimia y anorexia, estaba deprimida: «Sentí a Jesús que me dijo: ‘¿Quieres seguirme?’. Y yo grité ‘¡Sí, sí, sí!’ Me supe  amada y no juzgada por Dios»

* «Mi vida ha cambiado. Ahora, intento no dejarme ahogar ni por mis sentimientos, ni por los demás, ni por la cólera, ni por los acontecimientos imprevistos, porque suceden sin cesar, la vida está llena de imprevistos… Intento aceptar con confianza. ¡No es fácil! Es un camino que dura toda la vida. Pero, con el Señor, aprendo todos los días. Eso me ayuda a purificarme, a purificar lo que aún queda por purificar. Me ayuda a decir sí cada día: no porque dijeras que sí una vez hace 27 años está todo ganado. Es algo de todos los días:  Sí, Señor, quiero seguirte, quiero amarte y hacer tu voluntad. Y gracias, Señor, sobre todo porque te rebajaste para venir a mí, que pensaba no ser amada, que me creía indigna de amor, y por acompañarme hasta allí donde yo estaba. ¡Amén!»

Camino Católico.- Anne-Sophie creció temerosa de las reacciones de un padrastro alcohólico. Al finalizar sus estudios, se fue a Japón para seguir a un chico y se deprimió como consecuencia de haber sufrido orfandad, maltrato, bulimia y anorexia, una mala relación. Habiendo tocado fondo dice que “descubrí una tenue luz, una suave llamada. Pensaba: ‘Quizá sí hay alguien que no me juzga, alguien que puede perdonarme. Es alguien que, en el fondo de mi corazón, sé quién es. ¡Es Jesús!’. Y allí sentí, en lo más profundo de mi corazón, un susurro: “¿Quieres seguirme?” Lancé un grito de liberación, ‘¡Sí, sí, sí! ¡Quiero seguirte!’ Fue la revelación de sentirme amada y no juzgada por Dios. ¡Una prueba de que era Jesús! ¡Era algo extraordinario!”, reconoce a Découvrir Dieu. Esta es su historia contada en primera persona.

Anne-Sophie se sintió amada y no juzgada por Dios
«Decidí que sería el Señor quien me iba a guiar y que dejaría de querer controlarlo todo y tomar decisiones sin Él»

Mi nombre es Anne-Sophie y les voy a contar cómo conocí al Señor y cómo Él cambió mi vida.

Crecí en una familia bastante clásica y más bien normal… pero solo en apariencia: había muchas cosas que no se decían y muchas “mentiras”. Mi madre se casó muy joven y me tuvo cuando tenía 21 años.

Cuando era pequeña y tenía un año, mi madre se dio cuenta de que mi padre había dejado de estudiar y se estaba ahogando en el alcohol. Pasado un tiempo, se divorciaron y mi madre se volvió a casar. Y mi padre, por su parte, estaba muy enfermo, sobre como consecuencia de su alcoholismo. Él murió cuando yo tenía 6 años. Sorprendentemente, el día de su partida hacia el cielo fue un momento decisivo, mi nacimiento espiritual. Recuerdo verdaderamente ese momento como el momento en el que adquirí conciencia de que la fe era verdadera, de que no era una farsa. Sobre todo, cuando mi madre me dijo: ‘Tu padre está junto a Dios y puedes hablarle’ Yo no sabía lo que era la muerte, pero… ‘él está cerca de Dios y puedes hablar con él’. Mi madre había tenido una educación religiosa pero no practicaba la fe, aunque llevaba a mi y a mi hermano a misa los domingos. 

Mi madre se volvió a casar con un hombre, lamentablemente también alcohólico. Así que crecí en un clima de bastante tensión, de angustia y de temor permanente, porque cuando mi padrastro entraba en casa yo no sabría si vendría violento, sobre todo verbalmente, aunque no físicamente. A mi hermano y a mí, mi padrastro nos daba miedo. 

Anne-Sophie decidió que sería el Señor quien la iba a guiar y que dejaría de querer controlarlo todo y tomar decisiones sin Él

Rezaba para que, si fundaba una familia, el Señor me hiciese encontrar un hombre con quien tener relaciones realmente de confianza, tranquilas, relaciones auténticas.

A los 16 años, caí en la bulimia y la anorexia. Fue bastante largo. Durante ocho años, me escondí, nadie lo sabía. Me atiborraba de comida y luego iba a vomitar. No era continuo, hubo períodos de calma y otros de recaída. Me odiaba a mí misma, me detestaba, me culpabilizaba. Le pedía al Señor que me curase y que aquel suplicio finalizara. Era realmente horrible, porque no lo conseguía: lo deseaba con todas mis fuerzas, pero no tenía fuerzas para ello.

Al cabo de los años, conocí a un chico con el que estudié durante mi escuela de negocios. Y mientras oraba a Dios para encontrar al hombre de mi vida, estaba convencida de que él era parte del plan de Dios para mí. Y se fue a Japón, porque allí encontró su primer trabajo. Yo lo seguí y también encontré un empleo. Pero nada pasó como yo había previsto. Él estaba siempre de viaje. Trabajaba como un loco, no le veía nunca. Estaba sola. Además, en cuanto nos veíamos, no parábamos de discutir. Pero yo me aferraba a esa relación. Me aconsejaron que me replantease las cosas, pero no, yo estaba segura. No era feliz. Empecé a tomar malas decisiones, a hacer estupideces

Una tarde en la que estaba sola, me metí en la pequeña habitación que tenía en Tokio, una celda minúscula que daba a una autopista, y me deshice en lágrimas. Me decía: ‘¿Vale la pena vivir? Hay demasiados sufrimientos, demasiadas decepciones, demasiadas decisiones equivocadas…’ Me sentía abrumada. No me soportaba, me detestaba a mí misma, estaba desesperada.

En el fondo de ese agujero descubrí una tenue , una suave llamada. Pensaba: ‘Quizá sí hay alguien que no me juzga, alguien que puede perdonarme. Es alguien que, en el fondo de mi corazón, sé quién es. ¡Es Jesús!’. Y allí sentí, en lo más profundo de mi corazón, un susurro: “¿Quieres seguirme?”

Lancé un grito de liberación, ‘¡Sí, sí, sí! ¡Quiero seguirte!’ Fue la revelación de sentirme amada y no juzgada por Dios. ¡Una prueba de que era Jesús! ¡Era algo extraordinario!”.

Y, desde ese momento, decidí que sería el Señor quien me iba a guiar y que dejaría de querer controlarlo todo y tomar decisiones sin Él. Eso simplificó y facilitó las cosas. Finalmente, con un encadenamiento de circunstancias bastante extraordinarias, sucedió que en los días siguientes conocí a quien se convertiría en mi marido, Frédéric. Cuando le dices al Señor que vas a seguirle y aceptas lo que te suceda, tal vez es la ocasión que esperabas para crecer y recuperarte.

Mi vida ha cambiado. Ahora, intento no dejarme ahogar ni por mis sentimientos, ni por los demás, ni por la cólera, ni por los acontecimientos imprevistos, porque suceden sin cesar, la vida está llena de imprevistos… Intento aceptar con confianza. ¡No es fácil! Es un camino que dura toda la vida. Pero, con el Señor, aprendo todos los días. Eso me ayuda a purificarme, a purificar lo que aún queda por purificar. Me ayuda a decir sí cada día: no porque dijeras que sí una vez hace 27 años está todo ganado. Es algo de todos los días:  Sí, Señor, quiero seguirte, quiero amarte y hacer tu voluntad. Y gracias, Señor, sobre todo porque te rebajaste para venir a mí, que pensaba no ser amada, que me creía indigna de amor, y por acompañarme hasta allí donde yo estaba. ¡Amén!

Anne-Sophie

Vídeo en francés del testimonio de Anne-Sophie


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