Homilía del evangelio del Domingo: Abrirnos al don del Espíritu Santo para vivir en paz y en comunión con Dios y con los hombres / Por P. José María Prats

* «Por la participación en la muerte y resurrección de Cristo hemos recibido al Espíritu Santo, que ha restablecido nuestra comunión con Dios y nos ha recreado. Se cumplen así las palabras de Juan Bautista: «Yo os bautizo con agua … Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego». Es evidente que la acción de Jesús exhalando su aliento sobre sus discípulos para comunicarles al Espíritu Santo quiere evocar el relato de la creación del hombre, cuando Dios «modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida»

Domingo II de Pascua – Ciclo A:

Hechos 2 , 42-47 / Salmo 117 / 1 Pedro 1, 3-9 / Joan 20, 19-31

P. José María Prats / Camino CatólicoEn este domingo terminamos la octava de Pascua, los ocho días que prolongan el mismo día de la resurrección del Señor y durante los cuales se nos invita a profundizar en el misterio central de nuestra fe y en nuestra participación en él por el bautismo que renovamos solemnemente en la Vigilia Pascual.

La Iglesia antigua vivía esta semana muy intensamente. Era una semana toda ella festiva durante la cual se cerraban los tribunales y se prohibían los intercambios comerciales. La comunidad cristiana acudía diariamente a una liturgia solemnísima en la que el obispo instruía a los neófitos recién bautizados con las llamadas catequesis mistagógicas, en las que les explicaba el simbolismo de los ritos que habían vivido, les mostraba mediante figuras bíblicas el sentido de los sacramentos recibidos y les exhortaba a mantenerse fieles a la fe que habían profesado. Los neófitos acudían a estas celebraciones llevando todavía las albas y los cirios que habían recibido en la Vigilia Pascual y por ello esta semana era conocida como semana in albis.

El evangelio de hoy nos recuerda que por la participación en la muerte y resurrección de Cristo hemos recibido al Espíritu Santo, que ha restablecido nuestra comunión con Dios y nos ha recreado. Se cumplen así las palabras de Juan Bautista: «Yo os bautizo con agua … Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego». Es evidente que la acción de Jesús exhalando su aliento sobre sus discípulos para comunicarles al Espíritu Santo quiere evocar el relato de la creación del hombre, cuando Dios «modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida». Por el bautismo hemos recibido al Espíritu Santo que perdimos como consecuencia del pecado y nos hemos convertido en hombres y mujeres nuevos: hijos de Dios, miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, y templos vivos del Espíritu Santo.

Como dice Jesús, el Espíritu Santo es el Espíritu de reconciliación: «Recibid al Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». La primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, nos muestra cómo en la comunidad cristiana nacida de la fe y del bautismo, surge una nueva humanidad reconciliada que vive en el amor a Dios y al prójimo: «vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón».

Durante la Cuaresma y con la fuerza del sacramento de la penitencia hemos luchado contra el “hombre viejo” que todavía habita en nosotros, en el Triduo Pascual hemos participado en la muerte y resurrección de Jesucristo, y ahora, como hombres y mujeres nuevos, nos abrimos al fruto del sacrificio de Cristo, al don del Espíritu Santo que nos capacita para vivir en paz y en comunión con Dios y con los hombres. El mundo necesita esta paz que sólo Dios puede dar.

P. José María Prats

Evangelio

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

«Paz a vosotros».

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

Jesús repitió:

«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

«Hemos visto al Señor».

Pero él les contestó:

«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

«Paz a vosotros».

Luego dijo a Tomás:

«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».

Contestó Tomás:

«¡Señor mío y Dios mío!».

Jesús le dijo:

«¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Juan 20, 19-31


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