Homilía del Evangelio del II Domingo de Adviento: Convertirnos para atraer el fuego del Espíritu que renueva el mundo y nos trae la paz / Por P. José María Prats

* «Nuestra actitud ha de ir a la raíz de nuestros planteamientos existenciales y nuestras motivaciones más profundas: la negación de nosotros mismos, la acogida incondicional de la voluntad de Dios, el compromiso con la salud espiritual y material de los demás”

Segundo domingo de Adviento – A:

Isaías 11, 1-10 / Salmo 71 / Romanos 15, 4-9 / Mateo 3, 1-12

P. José María Prats / Camino Católico.- En este segundo domingo de adviento los profetas nos anuncian la venida del Mesías, lo que ella supondrá para la humanidad y la actitud con que debemos acogerla.

Isaías vivió más de setecientos años antes que Juan Bautista pero los mensajes de ambos profetas están en perfecta sintonía.

Ambos nos presentan al Mesías, sobre todo, como aquél en quien arraigará el Espíritu Santo y que lo derramará más tarde sobre la humanidad: «Sobre él se posará el Espíritu del Señor» –dice Isaías– y él nos bautizará «con Espíritu Santo y fuego» –añade Juan Bautista–.

Isaías se detiene a describir los dones y frutos de este Espíritu. Por una parte es el «Espíritu de inteligencia y sabiduría, Espíritu de consejo y fortaleza, Espíritu de ciencia y temor del Señor», texto clave que sirvió de base a los teólogos cristianos para enumerar los siete dones del Espíritu Santo. Por otra parte, su derramamiento sobre el mundo tendrá como fruto la paz y la harmonía de la creación: «Habitará el lobo con el cordero… el niño jugará en la hura de áspid… porque está lleno el país de ciencia del Señor como las aguas colman el mar».

Tanto Isaías como Juan Bautista coinciden en destacar que el Mesías vendrá también como juez de la humanidad: «Él juzgará a los pobres con justicia» –dice Isaías– y «el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego» –añade Juan Bautista–. Y de este juicio, ambos profetas subrayan un aspecto muy interesante: que se hará con «justicia» y «rectitud», no según las apariencias externas, sino según las actitudes y opciones más profundas del corazón y las acciones que se derivan de ellas. Isaías dice que el Mesías «no juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas» y Juan Bautista arremete contra los fariseos y saduceos que vivían una religiosidad de pura apariencia al servicio de sus intereses personales, exigiéndoles «el fruto que pide la conversión».

Las lecturas de hoy, por tanto, nos ponen en este comienzo del Adviento, a la espera de aquél que viene a renovar nuestro bautismo en «Espíritu Santo y fuego», infundiéndonos los dones y carismas necesarios para construir el Reino de Dios que se manifiesta en la reconciliación, la harmonía y la paz. Y esta espera debe estar acompañada por una actitud seria de conversión que no se conforma meramente con algunos gestos externos que nos hacen sentir bien y acallan nuestra conciencia, sino que va a la raíz de nuestros planteamientos existenciales y nuestras motivaciones más profundas: la negación de nosotros mismos, la acogida incondicional de la voluntad de Dios, el compromiso con la salud espiritual y material de los demás. Esta conversión valiente y auténtica es el regalo más grande que podemos hacernos a nosotros mismos y a la humanidad entera, porque ella atrae irresistiblemente el fuego del Espíritu que renueva el mundo y nos trae la paz.

P. José María Prats

Evangelio

Por aquellos días, Juan el Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando:

«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».

Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: «Voz del que grita en el desierto:

“Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”».

Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.

Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y de la comarca del Jordán; confesaban sus pecados; y él los bautizaba en el Jordán.

Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizará, les dijo:

«¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Tenemos por padre a Abrahán”, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras.

Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego.

Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga».

Mateo 3, 1-12


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