Comentario de la 2ª lectura del Domingo: El más célebre y sublime himno al amor / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

* «El amor erótico, en la forma más típica, que es el enamoramiento, por su naturaleza no dura mucho tiempo, o dura sólo cambiando de objeto, esto es, enamorándose sucesivamente de varias personas. De la caridad San Pablo dice en cambio que «permanece», es más, es lo único que permanece eternamente, incluso después de que hayan cesado la fe y la esperanza»

Si no tengo amor…: IV Domingo del tiempo ordinario C

 I Corintios 12, 31-13,13

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.-  Dedicamos nuestra reflexión a la segunda lectura, donde encontramos un mensaje importantísimo. Se trata del célebre himno de San Pablo a la caridad. Caridad es el término religioso para decir amor. Por lo tanto se trata de un himno al amor, tal vez el más célebre y sublime que jamás se haya escrito.

Cuando apareció en el ámbito del mundo el cristianismo, el amor había tenido ya diversos cantores. El más ilustre había sido Platón, quien había escrito sobre él un tratado entero. El nombre común del amor era entones eros (de ahí los términos actuales erótico y erotismo). El cristianismo percibió que este amor pasional de búsqueda y de deseo no bastaba para expresar la novedad del concepto bíblico. Por ello evitó completamente el término eros y le sustituyó el de agape, que se debería traducir por dilección o caridad, si este término no hubiera adquirido ya un sentido demasiado restringido (hacer caridad, obras de caridad).

La diferencia principal entre los dos amores es ésta. El amor de deseo, o erótico, es exclusivo; se consuma entre dos personas; la intromisión de una tercera persona significaría su final, la traición. A veces hasta la llegada de un hijo puede poner en crisis este tipo de amor. El amor de donación, o agape, al contrario, abraza a todos, no puede excluir a nadie, ni siquiera al enemigo. La fórmula clásica del primer amor es la que oímos en labios de Violeta en la Traviata de Verdi: «Ámame Alfredo, ámame cuanto yo te amo». La fórmula clásica de la caridad es aquella de Jesús que dice: «Como yo os he amado, amaos así los unos a los otros». Éste es un amor hecho para circular, para expandirse. Otra diferencia es ésta. El amor erótico, en la forma más típica, que es el enamoramiento, por su naturaleza no dura mucho tiempo, o dura sólo cambiando de objeto, esto es, enamorándose sucesivamente de varias personas. De la caridad San Pablo dice en cambio que «permanece», es más, es lo único que permanece eternamente, incluso después de que hayan cesado la fe y la esperanza.

Entre los dos amores sin embargo –el de búsqueda y el de donación- no existe separación clara ni contraposición, sino más bien desarrollo, crecimiento. El primero, el eros, es para nosotros el punto de partida; el segundo, la caridad, el punto de llegada. Entre ambos existe todo el espacio para una educación al amor y un crecimiento en él. Tomemos el caso más común, que es el amor de pareja. En el amor entre esposos, al principio prevalecerá el eros, la atracción, el deseo recíproco, la conquista del otro, y por lo tanto un cierto egoísmo. Si este amor no se esfuerza por enriquecerse, poco a poco, de una dimensión nueva, hecha de gratuidad, de ternura recíproca, de capacidad de olvidarse por el otro y de proyectarse en los hijos, todos sabemos cómo acabará.

El mensaje de Pablo es de gran actualidad. El mundo del espectáculo y de la publicidad parece hoy empeñado en inculcar a los jóvenes que el amor se reduce al eros y el eros al sexo. Que la vida es un idilio continuo en un mundo donde todo es bello, joven, saludable; donde no existe vejez, enfermedad y todos pueden gastar cuanto quieran. Pero ésta es una colosal falsedad que genera expectativas desproporcionadas, que desilusiona provocando frustraciones, rebelión contra la familia y la sociedad, y abre a menudo la puerta al delito. La Palabra de Dios nos ayuda a que no se apague del todo en la gente el sentido crítico frente a lo que diariamente se le propina.

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

2ª Lectura: 1Corintios 12, 31—13,13 

Hermanos: Ambicionad los carismas mayores. Y aún os voy a mostrar un camino más excelente. Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde. Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada. Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría.

El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca. Las profecías, por el contrario, se acabarán; las lenguas cesarán; el conocimiento se acabará. Porque conocemos imperfectamente e imperfectamente profetizamos; mas, cuando venga lo perfecto, lo imperfecto se acabará.

Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios. En una palabra, quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor.


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