Homilía del Evangelio del Domingo: Estad siempre alegres en el Señor porque Él transformará nuestro combate en victoria / Por P. José María Prats

* «Para que el Hijo de Dios pueda renovar el mundo con su venida es necesario, a nivel personal, que se abaje nuestro orgullo y se venzan los miedos que bloquean nuestra entrega; y a nivel social, que desaparezcan las diferencias escandalosas entre quienes están encumbrados en el poder y la sobreabundancia y quienes no tienen siquiera lo más elemental para vivir con dignidad»

Tercer domingo de adviento – Ciclo C:

So 3, 14-18a  / Is 12, 2-6  /  Flp 4, 4-7  /  Lc 3, 10-18

P. José María Prats / Camino Católico.- El espíritu de este tiempo de adviento viene estupendamente sintetizado en un himno de la liturgia de las horas que dice así: «¡Cielos, lloved vuestra justicia! ¡Ábrete, tierra! ¡Haz germinar al Salvador!». El mundo sólo puede ser salvado por Dios, que nos envía desde los cielos su justicia: su Palabra que asume y restaura la naturaleza humana caída. Pero esta Palabra sólo es eficaz en la medida en que es recibida, en que la tierra se abre para acoger al Salvador.

Y Juan Bautista es precisamente la voz que grita a la tierra: “¡ábrete!, ábrete para que en tus entrañas pueda germinar el Salvador”. Y lo hace usando las mismas palabras de los profetas: “que se abajen los montes y se eleven los valles”. Vimos el domingo pasado cómo estas palabras se aplican tanto a nuestra realidad personal como social. Para que el Hijo de Dios pueda renovar el mundo con su venida es necesario, a nivel personal, que se abaje nuestro orgullo y se venzan los miedos que bloquean nuestra entrega; y a nivel social, que desaparezcan las diferencias escandalosas entre quienes están encumbrados en el poder y la sobreabundancia y quienes no tienen siquiera lo más elemental para vivir con dignidad.

En el evangelio de hoy, Juan Bautista profundiza en esta necesidad de superar la injusticia social y la corrupción para que pueda emerger una verdadera comunidad de hermanos: «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo», «no exijáis más de lo establecido», «no hagáis extorsión». Un mensaje de rabiosa actualidad.

Juan Bautista, con su vida austera en el desierto, encarna en sí mismo el esfuerzo ascético, personal y social, que debemos hacer para alcanzar la justicia y la paz, pero él sabe muy bien que este esfuerzo será inútil si los cielos no llueven su justicia, si no viene aquél que «bautizará con Espíritu Santo y fuego». Porque la justicia y la paz no son una conquista del hombre sino un don de Dios que viene a nosotros: un adviento.

En las Bodas de Caná, por ejemplo, el esfuerzo ascético que encarna Juan Bautista está representado en el agua de esas seis tinajas de piedra utilizadas para las purificaciones de los judíos. Y queda claro que sólo Jesús es capaz de transformar esa agua en vino, ese esfuerzo ascético de purificación en la plenitud de vida y el regocijo que se nos comunica en el fuego del Espíritu Santo.

Las dos primeras lecturas de este domingo nos invitan a pregustar anticipadamente ese regocijo y esa sobria embriaguez que viene a traernos el que nos bautizará «con Espíritu Santo y fuego»: «Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate y goza de todo corazón, Jerusalén»; «estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres», porque está cerca el que transformará nuestra agua en vino, nuestros sudores en cosecha abundante, nuestro combate en victoria, nuestra ascética en mística.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: «¿Entonces, qué hacemos?»

Él contestó: «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.»

Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: «Maestro, ¿qué hacemos nosotros?» Él les contestó: «No exijáis más de lo establecido.»

Unos militares le preguntaron: «¿Qué hacemos nosotros?»

Él les contestó: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga.»

El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizara con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.»

Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio.

Lucas 3, 10-18


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