Homilía del Evangelio del Domingo: ¿Los evangelios son relatos históricos? / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

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* «Los Evangelios no son libros históricos en el sentido moderno de un relato lo más despegado y neutral posible de los hechos ocurridos. Pero son históricos en el sentido de que lo que nos transmiten refleja en la sustancia lo sucedido. Pero el argumento más convincente a favor de la fundamental verdad histórica de los Evangelios es el que experimentamos dentro de nosotros cada vez que somos alcanzados en profundidad por una palabra de Cristo. ¿Qué otra palabra, antigua o nueva, jamás ha tenido el mismo poder?»

III Domingo del tiempo ordinario (C)

Nehemías 8, 2-4a.5-6.8-10; I Corintios 12, 12-31a; Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.-  Antes de empezar el relato de la vida de Jesús, el evangelista Lucas explica los criterios que le han guiado. Asegura que refiere hechos transmitidos por testigos oculares, verificados por él mismo con «comprobaciones exactas» para que quien lee pueda darse cuenta de la solidez de las enseñanzas contenidas en el Evangelio. Esto nos ofrece la ocasión de ocuparnos del problema de la historicidad de los Evangelios. Hasta hace algún siglo, no se mostraba entre la gente el sentido crítico. Se tomaba por históricamente ocurrido todo lo que era referido. En los últimos dos o tres siglos nació el sentido histórico por el cual, antes de creer en un hecho del pasado, se somete a un atento examen crítico para comprobar su veracidad. Esta exigencia ha sido aplicada también a los Evangelios.

Resumamos las diversas etapas que la vida y la enseñanza de Jesús atravesaron antes de llegar a nosotros.

Primera fase: vida terrena de Jesús. Jesús no escribió nada, pero en su predicación utilizó algunos recursos comunes a las culturas antiguas, los cuales facilitaban mucho retener un texto de memoria: frases breves, paralelismos y antítesis, repeticiones rítmicas, imágenes, parábolas… Pensemos en frases del Evangelio como: «Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos», «Ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición…; estrecha la entrada y angosto el camino que lleva a la Vida» (Mt 7,13-14). Frases como éstas, una vez escuchadas, hasta la gente de hoy difícilmente las olvida. El hecho, por lo tanto, de que Jesús no haya escrito Él mismo los Evangelios no significa que las palabras en ellos referidas no sean suyas. Al no poder imprimir las palabras en papel, los hombres de la antigüedad las fijaban en la mente.

Segunda fase: predicación oral de los apóstoles. Después de la resurrección, los apóstoles comenzaron inmediatamente a anunciar a todos la vida y las palabras de Cristo, teniendo en cuenta las necesidades y las circunstancias de los diversos oyentes. Su objetivo no era el de hacer historia, sino llevar a la gente a la fe. Con la comprensión más clara que ahora tenemos de esto, ellos fueron capaces de transmitir a los demás lo que Jesús había dicho y hecho, adaptándolo a las necesidades de aquellos a quienes se dirigían.

Tercera fase: los Evangelios escritos. Una treintena de años después de la muerte de Jesús, algunos autores comenzaron a poner por escrito esta predicación que les había llegado por vía oral. Nacieron así los cuatro Evangelios que conocemos. De las muchas cosas llegadas hasta ellos, los evangelistas eligieron algunas, resumieron otras y explicaron finalmente otras, para adaptarlas a las necesidades del momento de las comunidades para las que escribían. La necesidad de adaptar las palabras de Jesús a las exigencias nuevas y distintas influyó en el orden con el que se relatan los hechos en los cuatro Evangelios, en la diversa colocación e importancia que revisten, pero no alteró la verdad fundamental de ellos.

Que los evangelistas tuvieran, en la medida de lo posible en aquel tiempo, una preocupación histórica y no sólo edificante, lo demuestra la precisión con la que sitúan el acontecimiento de Cristo en el espacio y el tiempo. Poco más adelante, Lucas nos proporciona todas las coordenadas políticas y geográficas del inicio del ministerio público de Jesús (Lc 3,1-2).

En conclusión, los Evangelios no son libros históricos en el sentido moderno de un relato lo más despegado y neutral posible de los hechos ocurridos. Pero son históricos en el sentido de que lo que nos transmiten refleja en la sustancia lo sucedido.

Pero el argumento más convincente a favor de la fundamental verdad histórica de los Evangelios es el que experimentamos dentro de nosotros cada vez que somos alcanzados en profundidad por una palabra de Cristo. ¿Qué otra palabra, antigua o nueva, jamás ha tenido el mismo poder?

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

Evangelio

Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la Palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, ilustre Teofilo, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor». Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en Él. Y Él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».

Lucas 1, 1-4; 4, 14-21


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