Homilía del evangelio del Domingo: Negarse a uno mismo es poner como centro de nuestra vida a Dios y su designio de amor para la creación / Por P. José María Prats

* «En la medida en que, con la ayuda de la gracia, vamos realizando esta transformación, experimentamos una libertad y una vida inesperadas: somos liberados de nosotros mismos y, al centrar nuestros deseos en Dios y su Reino de amor, sentimos que participamos de su plenitud de vida: ‘El que pierda su vida por mí, la encontrará’”

Domingo XXII del tiempo ordinario – Ciclo A:

Jeremías 20, 7-9 / Salmo 62 /  Romanos 12 ,1-2 / Mateo 16, 21-27

P. José María Prats / Camino Católico.- El evangelio del domingo pasado terminaba de un modo enigmático. Pedro había confesado que Jesús era «el Mesías, el Hijo de Dios vivo» y había sido felicitado por ello. Sin embargo, se nos dice a continuación que Jesús «mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías». ¿Por qué? ¿Es que no convenía que el mundo conociese una verdad tan sumamente importante?

Se trata de lo que los biblistas han llamado “el secreto mesiánico”, y tiene una explicación muy sencilla: Pedro y los discípulos han reconocido acertadamente la identidad mesiánica y divina de Jesús, pero no tienen ni idea de cómo va a realizar esta identidad en su vida ni de lo que implica su seguimiento. Sólo después de la muerte y resurrección del Señor y de recibir al Espíritu Santo, conocerán verdaderamente la identidad de Jesús y podrán anunciarla.

El evangelio de hoy confirma esta interpretación. Cuando Jesús empieza a decir «que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día», el mismo Pedro que unos instantes antes lo había confesado como «el Mesías, el Hijo de Dios vivo», se lo lleva ahora a parte para increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte». Y la reacción del Señor ya no es –como antes– de aprobación y felicitación, sino todo lo contrario: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios». Jesús enuncia entonces la esencia del discipulado dejando perplejos a sus oyentes: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará».

Ser discípulo de Jesús consiste, pues, en negarse a uno mismo, cargar con la propia cruz y seguirlo: ¿qué significa esto? Espontáneamente tendemos a centrarnos en nosotros mismos, absolutizando nuestro pequeño mundo de deseos, gustos, opiniones, aspiraciones… y poniéndonos a su servicio como auténticos esclavos de nosotros mismos. Esto nos conduce a una vida inauténtica, por la sencilla razón de que no somos el centro de nada. Negarse a uno mismo significa salir de este engaño y poner como centro de nuestra vida lo que verdaderamente lo es: Dios y su designio de amor para la creación. Realizar esta transformación no resulta fácil porque la tendencia al egoísmo está muy arraigada en nosotros, y vencerla exige un esfuerzo y una renuncia constantes: cargar con esa cruz de la que habla Jesús. Sin embargo, en la medida en que, con la ayuda de la gracia, vamos realizando esta transformación, experimentamos una libertad y una vida inesperadas: somos liberados de nosotros mismos y, al centrar nuestros deseos en Dios y su Reino de amor, sentimos que participamos de su plenitud de vida: «El que pierda su vida por mí, la encontrará».

La historia de la astronomía nos proporciona una metáfora muy bonita en este sentido. Desde la antigüedad, los astrónomos se habían empeñado en describir las órbitas de los planetas tomando la tierra como centro, lo cual es muy comprensible, pues lo primero que vemos cuando alzamos los ojos al cielo es que todo gira entorno a nosotros. Pero el sistema ptolemaico, que intentaba explicar estas órbitas planetarias, tuvo que complicarse enormemente al aumentar la precisión de las observaciones astronómicas. En el siglo XVI, Nicolás Copérnico decidió poner al Sol como centro y describir desde él los movimientos de los planetas, explicándolos con gran precisión con un modelo sencillísimo. La astronomía se llenaba así de claridad, sencillez y verdad.

Jesús nos invita a realizar en nosotros esta “revolución copernicana” que traslada nuestro centro desde nosotros hasta Él. A quien tenga el valor de cargar con su cruz y realizarla, el Señor le promete la libertad y la vida verdaderas.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.

Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:

«¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte».

Jesús se volvió y dijo a Pedro:

«Quítate de mí vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios».

Entonces dijo a los discípulos:

«El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta»

Mateo 16, 21-27

Homilía del Evangelio del Domingo: «Quien quiera venir tras de mí, niéguese a sí mismo» ¿Qué significa “negarse a sí mismo” y por qué hacerlo? / Por P. Raniero Cantalamessa, ofmcap.


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