Salvador, con 17 años, se hundió en las drogas y el alcohol, su pareja lo echó de casa y rezó: «’Dios, quítame esta adicción o quítame la vida’; ahora ayudo a jóvenes a confiar en Cristo» 

Camino Católico.- En 2021, Salvador regresó al hogar de su infancia en Chicago, un hombre destrozado. Su pareja y madre de sus hijos lo habían echado de su casa en Las Vegas. La adicción y una vida acelerada habían hecho que su mundo se derrumbara sobre él.

Cuando era niño, Salvador había sentido una fuerte conexión con Dios. Educado  en Chicago, en una familia católica de origen hispano, acudía a la parroquia María Madre de Misericordia, con mucha oferta de servicios y sacramentos en español. En la infancia, a Salvador le gustaba la Biblia y participaba con gusto en los retiros juveniles. Pero cuando llegó la adolescencia, la vida parroquial ya no le encajó con el círculo de nuevos amigos que había hecho, que se reían de la fe. 

De la fe a la vida destructiva

Tenía miedo de ser conocido en la escuela como el que eligió a Dios plenamente: “aquí en Chicago, crecer, no fue fácil… fue un poco duro”. En ese momento, los sacerdotes de la parroquia eran Misioneros Siervos de la Palabra de México y el párroco  lo retó  y le dijo que tenía que ser «o frío o caliente, no puedes quedar en medio». Y él optó por ser frío y alejarse de Dios y la vida cristiana..

Así, llegó con 17 años a Las Vegas, y durante diez años se volcó en un estilo de vida destructivo, hundido en la droga y el alcohol. «Me sentía como la oveja perdida», recuerda, contando su testimonio en Divine Renovation. «Podrían haberme matado o arrestado». Hoy cree que en aquella época oscura, Dios le cuidó. «A mi modo de ver, Él siempre estuvo ahí para mí. Él siempre me estaba protegiendo».

Salvador y Marquelia en su boda en Chicago miran hacia Dios como su fuente de vida nueva, renovada y abundante

Expulsado de casa por su parje y de vuelta a la parroquia 

Tras un década de vida desastrosa en Las Vegas, expulsado de casa por su pareja, Salvador, como el hijo pródigo de la parábola, sintió que tenía que volver a su origen, a Chicago, a sus padres y hermanos. «Era algo que dentro de mí me decía que regresara. Yo era un alcohólico, un drogadicto. Dentro de mí, algo me decía ‘deja de hacerlo’, como si algo dentro de mí me dijera ‘regresa a Chicago'». «Me sentía como esa oveja descarriada que Dios va a buscar. Como si dijera: «ya está bien, ¿vienes a casa conmigo?» Pero yo aún no estaba preparado».

En Chicago sus padres lo recibieron y le animaron a hablar a su parroquia de la infancia, a hablar con el sacerdote. Se trataba del padre José Murcia Abellán, de los Misioneros Servidores de la Palabra. El padre José lo primero que hizo fue insistirle en que perseverara en su nueva situación: «Quédate aquí, Las Vegas está destruyendo tu vida, allí no hay nada a dónde volver». Después, le animó a participar en uno de los cursos Alpha en la parroquia.

Salvador y su papá, Rogelio

El curso Alpha para recuperar la fe

Él no estaba muy interesado en apuntarse a Alpha… pero su pareja, que había venido de Las Vegas, fue quien les inscribió a ambos, como un punto de reconstrucción de la relación y de sus vidas, dándole una oportunidad a Dios y al Espíritu Santo.

Alpha consiste en varias sesiones de periodicidad semanal, en las que se escuchan predicaciones y testimonios, se canta, se reza, a menudo se cena o merienda, y se puede hablar en grupos pequeños, con libertad para expresar dudas e inquietudes. A menudo se hacen amigos y se suscita una gran cercanía a Dios.

A Salvador las dos primeras semanas no les sirvieron de nada. Estaba bloqueado. «Hice tantas cosas malas que no me sentía digno de estar allí», explica. En la tercera semana, alguien contó un testimonio de retorno a la Iglesia. Y ese testimonio era muy parecido a su propia experiencia: entendió que también él podía ser acogido por Dios Padre como hijo.

Y llegó el retiro de fin de semana de Alpha, siempre centrado en el Espíritu Santo, su poder y su capacidad de transformación. Incluye una oración de petición del Espíritu Santo. «Ese día sentí todo. Todo volvió a mí. Sentí algo cálido en mi interior», explica. Salvador dice que ese fin de semana experimentó a Dios de una manera poderosa y eso cambió su corazón.

Se dio cuenta de que el retiro era en el mismo lugar donde había acudido a encuentros juveniles católicos. «Era como si Dios me dijera: ‘tú perteneces aquí, no perteneces a aquel lugar, cada vez que vienes a la iglesia, regresas a Mí».

La recuperación de las adicciones y el matrimonio

Ahora ya vivía cerca de Dios, convencido de que la comunidad cristiana y la parroquia eran su lugar, pero aún tenía una esclavitud, la adicción a la droga y el alcohol. En una capilla, oró y lloró desconsolado. «Dios, quítame esta adicción o quítame la vida. No quiero vivir más. No sé mi propósito en la vida. Si no puedo hacer nada más que esto, no me siento digno».

Su hermano mayor le empujó al día siguiente a una acción concreta y decidida. «Tu adicción es una enfermedad, estás enfermo y necesitas ayuda», le dijo con claridad. Lo ayudó a ingresar a rehabilitación y a Alcohólicos Anónimos. Los tres primeros pasos de Alcohólicos Anónimos proclaman:

  1. Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol, que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables.
  2. Creemos que un Poder superior a nosotros mismos podría devolvernos el sano juicio.
  3. Decidimos poner nuestras voluntades y nuestras vidas en manos de Dios.

En invierno de 2023-2024, Salvador cumplió dos años de sobriedad.

Salvador y Marquelia en su boda, tras unos años duros, Dios reencauzó su vida y relación

El año 2023 fue también el momento de ordenar su vida familiar ante Dios, confiando en el poder del sacramento del matrimonio, y se casó con Marquelia, con quien había compartido el Curso Alpha y tantos años antes.

El día de la boda pasó algo estremecedor. Un viejo conocido, de su «vida anterior» ligada a la droga, se presentó en la boda. Se le acercó y en una mano le puso un rosario, y en la otra unas drogas. El simbolismo estaba claro: tenía que elegir una de las dos cosas, porque haría ineficaz la otra. Ese día de su boda, no sólo escogió el matrimonio, también escogió la fe y la ayuda de Dios y la oración, y rechazó el engaño y las falsedades de la adicción.

Hoy Salvador tiene una vida con propósito, una familia cristiana, una comunidad parroquial. Es voluntario en la parroquia y ayuda a jóvenes rebeldes y tentados como lo fue él en su juventud. «Mi esperanza es intentar que los jóvenes no tengan miedo de seguir plenamente a Dios y confiarle sus vidas. Quiero que Dios me use como instrumento para los jóvenes», explica.


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