Homilía del Evangelio: Elías y Juan Bautista nos llaman a la penitencia y la conversión ante el alejamiento de Dios para que Él manifieste su misericordia / Por P. José María Prats

San Juan Bautista, a la izquierda, y Elias, a la derecha

«Hoy en Europa vivimos una situación de evidente alejamiento de Dios y de su Ley, y el hundimiento moral y demográfico que esto conlleva nos hace presagiar un futuro difícil, tal vez ese tiempo penitencial que encarnan la figura de Elías y de Juan Bautista. Pero si esto es así, si nos toca afrontar tiempos duros de prueba y sacrificio, no nos desanimemos, pues la Escritura nos enseña que en ello se manifiesta la misericordia de Dios que prepara su acción salvadora. Tal vez era esto lo que Zacarías quería decir cuando, contra todo pronóstico, escribió en una tablilla que su hijo debía llamarse Juan, un nombre hebreo que significa “Dios ha tenido misericordia”»

Natividad de San Juan Bautista

Isaías 49, 1-6 / Salmo 138 / Hechos 13, 22-26 / Lucas 1, 57-66.80

Elías y la viuda de Sarepta, por Bernardo Strozzi, c. 1640
Elías y la viuda de Sarepta, por Bernardo Strozzi, c. 1640

P. José María Prats / Camino Católico.- Cada año, al celebrar la solemnidad de la natividad de San Juan Bautista, patrón de nuestra parroquia, vamos profundizando en el conocimiento de su persona y misión. Este año vamos a comentar un aspecto muy destacado de nuestro patrón: su relación con el profeta Elías.

En el último oráculo del último de los profetas, el Señor dice: «Mirad, os envío al profeta Elías, antes de que venga el Día del Señor, día grande y terrible. Él convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres» (Ml 3,23-24). Los evangelios muestran cómo esta profecía se cumple

Natividad del Bautista, de Pontormo. Galleria Uffizi, Florencia
Natividad del Bautista, de Pontormo. Galleria Uffizi, Florencia

en la persona de Juan Bautista. Juan no es Elías –él mismo lo confiesa a los emisarios de los líderes judíos (Jn 1,21)– sino el que «irá delante del Señor con el espíritu y el poder de Elías … para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto» (Lc 1,17), tal como el ángel Gabriel anuncia a Zacarías en el Templo de Jerusalén.

Elías y Juan Bautista comparten, pues, un mismo espíritu y una misma misión. Se trata de un espíritu de penitencia y de denuncia de la injusticia y de la idolatría. La descripción que hacen de uno y otro los libros de los Reyes y los evangelios es muy similar: ambos vestían «con un manto de pelo y una faja de piel ceñida a su cintura» (2 Re 1,8 / Mt 3,4) y vivían con una austeridad asombrosa, ambos se atrevieron a enfrentarse a reyes corruptos (Ajab y Herodes) denunciando su injusticia a pesar de la persecución y el sufrimiento que ello les acarrearía, y ambos compartieron la misión de purificar a su pueblo preparándolo para una nueva alianza con Dios.

La vida y las circunstancias históricas de ambos profetas tienen un paralelismo muy estrecho. Elías vive en tiempos del rey Ajab, quien «ofendió con su conducta al Señor más que todos sus predecesores» (1 Re 16,30), casándose con una princesa sidonia y promoviendo el culto al dios Baal hasta el punto de quedar sólo Elías como profeta del Señor mientras los profetas de Baal eran cuatrocientos cincuenta. Ante esta situación, Dios llama por medio de Elías a su pueblo a la penitencia decretando dos años durísimos de sequía. Tras este período penitencial, convoca a su pueblo en el monte Carmelo y le da un signo inequívoco –un sacrificio consumido y arrebatado por el fuego del Señor– que

Elías, óleo por Daniele da Volterra, c. 1550.
Elías, óleo por Daniele da Volterra, c. 1550.

hace exclamar a todos: «¡El Señor es Dios!» (1 Re 18,39). Este signo proporciona al pueblo la fuerza necesaria para desarraigar la idolatría, e inmediatamente después llega una lluvia abundante y Elías corre hacia el Sinaí para renovar la alianza rota por su pueblo.

A Juan Bautista le toca también vivir en un tiempo de alejamiento de Dios en que los líderes judíos habían substituido la Ley santa de Dios por «doctrinas que eran preceptos humanos» (Mc 7,7) y habían hecho del Templo «una cueva de bandidos» (Mt 21,13). Dios llama nuevamente a su pueblo a la penitencia y a la conversión a través del ministerio de Juan, ministerio que preparará el signo por excelencia –la muerte y resurrección de Jesús– ante el cual los discípulos tendrán que exclamar: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28). Y este signo les proporcionará la fuerza para vencer sobre el poder del mal, propiciará la efusión de las aguas del Espíritu Santo y establecerá una Alianza nueva y eterna entre Dios y su pueblo.

Alejamiento de Dios, llamada a la penitencia y acción salvadora de Dios que restituye la comunión con su pueblo son tres fases que se repiten periódicamente a lo largo de la historia tal como atestiguan la vida de Elías y de Juan Bautista.

Hoy en Europa vivimos una situación de evidente alejamiento de Dios y de su Ley, y el hundimiento moral y demográfico que esto conlleva nos hace presagiar un futuro difícil, tal vez ese tiempo penitencial que encarnan la figura de Elías y de Juan Bautista. Pero si esto es así, si nos toca afrontar tiempos duros de prueba y sacrificio, no nos desanimemos, pues la Escritura nos enseña que en ello se manifiesta la misericordia de Dios que prepara su acción salvadora. Tal vez era esto lo que Zacarías quería decir cuando, contra todo pronóstico, escribió en una tablilla que su hijo debía llamarse Juan, un nombre hebreo que significa “Dios ha tenido misericordia”.

P. José María Prats

Evangelio

Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo:

«No; se ha de llamar Juan».

Anunciación del ángel a Zacarías
Anunciación del ángel a Zacarías

Le decían:

«No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre».

Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió:

‘Juan es su nombre’.

Y todos quedaron admirados.

Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo:

«Pues ¿qué será este niño?».

Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.

Lucas 1, 57-66.80

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