Homilía del evangelio del Domingo: Sólo la humildad puede proyectarnos hacia la sublimidad del conocimiento de Dios / Por P. José María Prats

* “El conocimiento de las Escrituras y de la doctrina cristiana es muy importante, pero para que se convierta en fuente de vida debe ir acompañado de la fe y de la acción del Espíritu Santo. Como dice San Agustín, conocimiento y fe son como dos remos de una barca que, apoyándose mutuamente, la van introduciendo cada vez más profundamente en el misterio de Dios. «Credo ut intelligam et intelligo ut credam»: creo para poder entender y procuro entender para aumentar mi fe”

Domingo XXXI del tiempo ordinario – Ciclo A:

Malaquías 1, 14b-2, 2b.8-10 / Salmo 130 / 1 Tesalonicenses 2, 7b-9.13 / Mateo 23, 1-12

P. José María Prats / Camino Católico.- El evangelio de hoy nos presenta la actitud de los escribas y fariseos de la época de Jesús, que «se habían sentado en la cátedra de Moisés»; conocían muy bien la Sagrada Escritura y la enseñaban al pueblo, pero no se sometían a ella, sino que la utilizaban como un instrumento de poder y prestigio: «Todo lo que hacen es para que los vea la gente … les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros». Por eso Jesús pide a sus discípulos y a la gente que «hagan y cumplan lo que ellos dicen pero que no hagan lo que ellos hacen».

Esta actitud de los escribas y fariseos nos invita a reflexionar sobre la relación entre el conocimiento y la fe, pues demuestra que un gran conocimiento de la palabra de Dios no va necesariamente acompañado por la fe. De hecho, existen eruditos y orientalistas que conocen mejor que nadie las Escrituras, las lenguas y las culturas bíblicas, pero no tienen fe.

La clave de todo es cómo nos situamos existencialmente ante la palabra de Dios: si la acogemos humildemente como instancia suprema que merece nuestra obediencia incondicional o si nos ponemos por encima de ella haciendo que prevalezcan nuestros criterios e intereses, tal como hacían los escribas y fariseos, que la habían convertido en un instrumento de poder y prestigio, o como han hecho algunos eruditos ateos, que la han estudiado desde presupuestos ideológicos. En estos casos, el conocimiento que se obtiene de la palabra de Dios se revela estéril, incapaz de liberar y transformar al hombre.

El conocimiento de las Escrituras y de la doctrina cristiana es muy importante, pero para que se convierta en fuente de vida debe ir acompañado de la fe y de la acción del Espíritu Santo. Como dice San Agustín, conocimiento y fe son como dos remos de una barca que, apoyándose mutuamente, la van introduciendo cada vez más profundamente en el misterio de Dios. «Credo ut intelligam et intelligo ut credam»: creo para poder entender y procuro entender para aumentar mi fe. Es decir, sólo desde la fe podemos llegar a una comprensión profunda y existencial de la palabra de Dios; y al mismo tiempo, el progreso en el verdadero conocimiento de esta palabra afianza e incrementa nuestra fe.

Del mismo modo que resultan muy tristes los casos de las personas que, como los escribas y fariseos o los eruditos ateos, fracasan en la fe a pesar de su gran conocimiento doctrinal, los casos contrarios son muy bonitos. He conocido personas analfabetas o disminuidas psíquicamente con una fe gigante edificada sobre un conocimiento muy rudimentario de la Biblia y la doctrina cristiana. Ellas han interiorizado y vivido con tal intensidad las pocas nociones que recibieron en su infancia y juventud que están rebosantes de luz y sabiduría. La clave, como dice Jesús, es la humildad: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños» (Lc 10,21).

Como decía Ortega y Gasset, el hombre contemporáneo, lleno de autocomplacencia, se niega a someterse a cualquier instancia fuera de sí mismo, y se queda así atrapado en la mediocridad de sus opiniones, apetitos o gustos. Sólo la humildad puede sacarnos de este encierro y proyectarnos hacia la sublimidad del conocimiento de Dios. Nos lo ha dicho hoy el Señor: «el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos y les dijo:

«En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame “Rabbí”.

»Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “Rabbí”, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie “Padre” vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar “Directores”, porque uno solo es vuestro Director: el Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».

Mateo 23, 1-12


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