Homilía del Evangelio del Domingo: Vivir el Adviento es esperar la llegada del tren de Jesucristo, el único que tiene como final de trayecto la Vida / Por P. José María Prats

* «El tren de Jesucristo tiene prevista su llegada el próximo 25 de diciembre… Para poder subir a este tren hay que haber abajado las colinas del orgullo y la vanidad y levantado los valles del miedo y la cobardía, hay que haber enderezado los hábitos torcidos y barrido de nuestro corazón las ambiciones que nos enamoran de otros trenes”

Segundo domingo de Adviento – Ciclo B:

Isaías 40, 1-5.9-11 / Salmo 84 / 2 Pedro 3,8-14 / Marcos 1, 1-8

P. José María Prats / Camino Católico.- El Adviento es el tiempo de la esperanza. Como muy bien han mostrado algunos pensadores contemporáneos, la esperanza es un elemento esencial de la existencia humana. Vivimos proyectados hacia el futuro. De hecho, el sentido, y hasta el valor moral de cada instante, depende del futuro hacia el que tiende. La esperanza de un futuro más atractivo nos motiva y dinamiza, mientras que la ausencia de esta esperanza nos paraliza.

Estamos en el comienzo de un año litúrgico, iniciando un nuevo viaje. Y por ello es el momento de preguntarnos qué esperamos de este viaje: a dónde queremos llegar y qué medios nos llevan hasta ese destino.

Es como si estuviésemos en una estación ferroviaria con el deseo de ir a vivir a un lugar maravilloso, y al paso de cada tren se nos agitara el corazón por la esperanza. ¿Qué tren hemos de tomar y dónde nos llevará? Por la estación de la vida pasan muchos trenes en los que embarcan multitud de pasajeros llenos de esperanza. Pasa el tren del bienestar al que suben los que entienden el paraíso como disponer de medios para poder satisfacer cualquier deseo. Pasa también el tren del éxito profesional o social al que suben los que sueñan con el reconocimiento y el prestigio social. Está también el tren de la ciencia, para los que ponen sus esperanzas de un mundo mejor en los avances de la medicina o las tecnologías, o el tren de la política, para los que creen que un determinado orden político resolverá todos sus problemas. O incluso están disponibles esos otros trenes de corto recorrido, como el de las drogas o el del libertinaje, para los que optan por un paraíso fugaz en la próxima estación.

Estos y tantos otros trenes nos abren seductoramente sus puertas al detenerse en la estación. Todos vienen cargados de ilusión y de esperanza y son capaces de movilizar nuestras mejores energías. Pero ¿a dónde nos llevan? ¿cómo es en cada caso la estación de final de trayecto? ¿es verdaderamente un paraíso?

La persona de fe es la que comprende el encanto y el valor de muchos de estos trenes pero espera pacientemente la llegada de un tren muy especial: el tren de Jesucristo. Se trata de un tren sencillo, a menudo bastante incómodo, donde no hay vagones de primera clase, pero es el único tren que tiene como final de trayecto la Vida.

Vivir el Adviento es esperar la llegada de este tren preparando cuidadosamente el equipaje más importante: nuestras actitudes internas. «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos» –nos dice hoy Juan Bautista. E Isaías añade: «que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale». Y es que para poder subir a este tren hay que haber abajado las colinas del orgullo y la vanidad y levantado los valles del miedo y la cobardía, hay que haber enderezado los hábitos torcidos y barrido de nuestro corazón las ambiciones que nos enamoran de otros trenes.

El tren de Jesucristo tiene prevista su llegada el próximo 25 de diciembre. Os invito a esperarlo con muchísima ilusión.

P. José María Prats

Evangelio

Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Conforme está escrito en Isaías el profeta:

«Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas».

Apareció Juan bautizando en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. 

Juan llevaba un vestido de piel de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Y proclamaba:

«Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo».

Marcos 1, 1-8


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