Doctor Alfonso del Corral, traumatólogo: “Jesucristo ha resucitado. Doy fe, tengo una experiencia personal de esto”

“Hay quien puede pensar que son alucinaciones, pero yo soy médico, soy una persona racional: aquello que experimenté, lo viví real. Esa verdad me acompañará y me da la esperanza de que Él estará ahí»

 8 de noviembre de 2012.- (Intereconomia TV / Camino CatólicoEl doctor Alfonso del Corral es un reconocido traumatólogo,  actualmente director de la Unidad de Traumatología, Ortopedia y Medicina Deportiva del Hospital Ruber Internacional. Sin embargo tuvo una fuerte popularidad como deportista puesto que fue jugador de baloncesto durante diez años, de 1978 a 1988, terminando su carrera deportiva en el Real Madrid, con quien conquistó dos Ligas, dos Copas del Rey y una Copa Korac.  Desde 1994 a 2006 fue el Director del Centro Médico del Real Madrid. Pese a su éxito y reconocimiento público, su testimonio de fe consiste en poner por obra el evangelio y va al Cottolengo del Padre Alegre a colaborar como voluntario atendiendo a los enfermos incurables y con enfermedades degenerativas,  que allí acogen. Lo ha entrevistado este sábado Gonzalo Altozano en Intereconomía TV para “No es bueno que Dios esté solo” y su testimonio de fe puede visualizarse íntegramente en el vídeo.

La conversión a Cristo del doctor Alfonso del Corral  se produjo como consecuencia del fallecimiento en accidente de tráfico de Álvaro, su hijo pequeño de seis años.  Estaba viviendo momentos de éxito en su carrera profesional puesto que acababa  de recibir un “Cum laude” de reconocimiento académico y el equipo de  fútbol del Real Madrid, con Fabio Capello en el banquillo, lograba en ese momento matemáticamente el primer título con él como director deportivo. La noticia de la muerte de su hijo le llegó en el minuto 77 de partido.  Esa espada de dolor en el corazón fue la ocasión para que Dios se hiciera presente. Durante la entrevista lo cuenta así:

«En el éxito normalmente no estás receptivo, el triunfo nos envuelve y difícilmente estamos abiertos a otra cosa que al disfrute de los sentidos. Hay quien queda destruido por el dolor y el sufrimiento, pero a la mayor parte de la gente el dolor les transforma y les hace ser mejores personas, crean o no crean. Pero si creen, normalmente su transformación es más profunda y trascendente. Yo era creyente, pero con una tradición recibida y no vivida. Ahora, aun con mis contradicciones y mis afanes por las cosas del mundo, intento ser una persona que vive su fe con cierto compromiso. Porque la experiencia que yo tuve de Dios fue con el Resucitado. Y hoy me dejaría partir las piernas por sostener que Jesucristo ha resucitado. Doy fe, tengo una experiencia personal de esto. Hay quien puede pensar que son alucinaciones, pero yo soy médico, soy una persona racional: aquello que experimenté, lo viví real. Esa verdad me acompañará y me da la esperanza de que Él estará ahí».

El doctor Alfonso del Corral sostiene por su experiencia que “Dios es mucho más que una sensación o una percepción. Así que lo importante no es esa experiencia, sino el camino posterior, esos momentos en los que ves que Él está aquí y te acompaña. El único que puede decirnos ´intentad ser como yo´ es Jesucristo. El gran problema de los cristianos es que nuestra vida no representa el espíritu evangélico, no reflejamos el rostro de Cristo y la gente sale corriendo». Tiene claro que el juicio de Dios será más un de misericordia que de justicia: «Si es por lo que hago, si es por los méritos de mi vida de aquí, no tengo ninguna posibilidad».

Los padres del doctor Alfonso del  Corral colaboraban con el Cottolengo y él recogió el testigo y se comprometió  a ayudar en ese centro que atiende a personas sin recursos y que viven de la Providencia: “Aquello es Evangelio puro, allí no hay vanidades humanas. Las hermanas que lo atienden tienen como carisma no pedir nada, confiarlo todo a la Providencia.  Pero no soy yo quien les ayuda a ellos, son los enfermos quienes nos ayudan a mí y a mi familia. Un día salí de allí llorando al conocer que una paralítica cerebral, que apenas movía un pie para dirigir la silla de ruedas, pasaba horas ante el Santísimo y le había dicho a las religiosas, las únicas con las que había desarrollado un sistema de comunicación, que rezaba por mi y mi familia. Me cambió para siempre toda mi perspectiva».

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