El Papa en homilía de la Misa en Kaunas, Lituania: «Entregar la vida en el servicio y en la alegría y hacer saber que Cristo Jesús es nuestra única esperanza»

* «Jesús, sabiendo lo que sentían, les propone un antídoto a estas luchas de poder y al rechazo del sacrificio; y, para darle solemnidad a lo que va a decir, se sienta como un Maestro, los llama, y realiza un gesto: pone a un niño en el centro; un niñito que generalmente se ganaba los mendrugos haciendo los mandados que nadie quería hacer. ¿A quién pondrá en el medio hoy, aquí, en esta mañana de domingo? ¿Quiénes serán los más pequeños, los más pobres entre nosotros, aquellos que tenemos que acoger a cien años de nuestra independencia? ¿Quién no tiene nada para devolvernos, para hacer gratificante nuestro esfuerzo y nuestras renuncias? Quizás son las minorías étnicas de nuestra ciudad, o aquellos desocupados que deben emigrar. Tal vez son los ancianos solos, o los jóvenes que no encuentran sentido a la vida porque perdieron sus raíces. “En medio” significa equidistante, para que nadie se pueda hacer el distraído, ninguno pueda argumentar que “es responsabilidad de otro”, porque “yo no lo vi” o “estoy más lejos”. Sin protagonismos, sin querer ser los aplaudidos o los primeros»

Video completo de la transmisión en directo de  13 TV con la homilía del Papa traducida al español

23 de septiembre de 2018.- (Camino Católico) En su homilía durante la Misa celebrada en el Parque Santakos de Kaunas este domingo 23 de septiembre, en su segundo día del viaje apostólico a Lituania, ante 150.000 personas, el Papa Francisco ha advertido contra el afán de poder y de gloria que ensombrece “la realidad sufrida por el pueblo fiel”.

El Santo Padre señaló que ese afán de poder y gloria “constituye el modo más común de comportarse de quienes no terminan de sanar la memoria de su historia y, quizás por eso mismo, tampoco aceptan esforzarse en el trabajo del presente”. “Y entonces se discute sobre quién brilló más, quién fue más puro en el pasado, quién tiene más derecho a tener privilegios que los otros”. “Así negamos nuestra historia”, ha aseverado.

“Es una actitud estéril y vanidosa, que renuncia a implicarse en la construcción del presente al perder el contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel”. El Papa se ha referido al pasado doloroso del pueblo lituano con la ocupación nazi primero, la ocupación soviética después, y todas sus consecuencias: encarcelamientos, trabajos forzados, desplazamientos de población, torturas, asesinatos…

“La vida cristiana siempre pasa por momentos de cruz, y a veces parecen interminables. Las generaciones pasadas habrán dejado grabado a fuego el tiempo de la ocupación, la angustia de los que eran llevados, la incertidumbre de los que no volvían, la vergüenza de la delación, de la traición”, ha reconocido Francisco.

En este sentido, ha explicado que la lectura del Libro de la Sabiduría correspondiente a este domingo “nos habla acerca del justo perseguido, aquel que sufre ultrajes y tormentos por el solo hecho de ser bueno”.

El Papa ha exclamado: “Cuántos de vosotros podríais relatar en primera persona, o en la historia de algún familiar, este mismo pasaje que hemos leído”. En ese pasaje se narra cómo se somete a ultraje a un justo “hijo de Dios” para ver si el Señor lo asiste y libera de sus enemigos: “Condenémosle a una muerte humillante, pues, según él, Dios lo salvará”, dicen los enemigos del justo en la lectura.

En este sentido, Francisco ha insistido: “Cuántos también habéis visto tambalear vuestra fe porque no apareció Dios para defenderos; porque el hecho de permanecer fieles no bastó para que Él interviniera en vuestra historia”. “Lituania entera lo puede testimoniar con un escalofrío ante la sola mención de Siberia, o los guetos de Vilna y de Kaunas, entre otros”, ha señalado recordando sólo algunos de los episodios más trágicos de la historia lituana.

En su homilía, el Santo Padre también recurrió a la lectura del Evangelio de San Marcos, en la que Jesús anuncia a sus discípulos, por segunda vez, los padecimientos que iba a sufrir: “El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará”.

Sin embargo, señala Francisco, “los discípulos no querían que Jesús les hablase de dolor y cruz, no quieren saber nada de pruebas y angustias”. Por el contrario, “se interesaban por otras cosas, que volvían a casa discutiendo quién era el mayor”.

“Jesús, sabiendo lo que sentían, les propone un antídoto a estas luchas de poder y al rechazo del sacrificio; y, para darle solemnidad a lo que va a decir, se sienta como un Maestro, los llama, y realiza un gesto: pone a un niño en el centro; un niñito que generalmente se ganaba los mendrugos haciendo los mandados que nadie quería hacer”.

El Papa preguntó a los fieles presentes en el Parque Santakos: “¿A quién pondrá en el medio hoy, aquí, en esta mañana de domingo? ¿Quiénes serán los más pequeños, los más pobres entre nosotros, aquellos que tenemos que acoger a cien años de nuestra independencia? ¿Quién no tiene nada para devolvernos, para hacer gratificante nuestro esfuerzo y nuestras renuncias?”.

“Quizás son las minorías étnicas de nuestra ciudad, o aquellos desocupados que deben emigrar. Tal vez son los ancianos solos, o los jóvenes que no encuentran sentido a la vida porque perdieron sus raíces”.

El Papa concluyó: “Por eso estamos hoy acá, ansiosos de recibir a Jesús: en su palabra, en la eucaristía, en los pequeños”.

“Recibirlo para que él reconcilie nuestra memoria y nos acompañe en un presente que nos sigue apasionando por sus desafíos, por los signos que nos deja, para que lo sigamos como discípulos, porque no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en el corazón de los discípulos de Cristo, y así sentimos como nuestros los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y afligidos”, finalizó. En el vídeo de 13 TV se visualiza y escucha la homilía del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente:

Queridos hermanos:

San Marcos dedica toda una parte de su evangelio a la enseñanza de los discípulos. Pareciera que Jesús, a mitad de camino hacia Jerusalén, quiso que los suyos volvieran a elegir sabiendo que ese seguimiento suponía momentos de prueba y de dolor.

El evangelista relata ese período de la vida de Jesús recordando que en tres ocasiones él anunció su pasión; ellos expresaron tres veces su desconcierto y resistencia, y el Señor en las tres oportunidades quiso dejarles una enseñanza. Nosotros acabamos de escuchar la segunda de esas tres secuencias (cf. Mc 9,30-37).

La vida cristiana siempre pasa por momentos de cruz, y a veces parecen interminables. Las generaciones pasadas habrán dejado grabado a fuego el tiempo de la ocupación, la angustia de los que eran llevados, la incertidumbre de los que no volvían, la vergüenza de la delación, de la traición.

El libro de la Sabiduría nos habla acerca del justo perseguido, aquel que sufre ultrajes y tormentos por el solo hecho de ser bueno (cf. 2,10-20). Cuántos de vosotros podríais relatar en primera persona, o en la historia de algún familiar, este mismo pasaje que hemos leído.

Cuántos también habéis visto tambalear vuestra fe porque no apareció Dios para defenderos; porque el hecho de permanecer fieles no bastó para que él interviniera en vuestra historia. Kaunas sabe de esto; Lituania entera lo puede testimoniar con un escalofrío ante la sola mención de Siberia, o los guetos de Vilna y de Kaunas, entre otros; y puede decir al unísono con el apóstol Santiago, en el fragmento de su carta que hemos escuchado: ambicionan, matan, envidian, combaten y hacen la guerra (cf. 4,2).

Pero los discípulos no querían que Jesús les hablase de dolor y cruz, no quieren saber nada de pruebas y angustias. Y san Marcos recuerda que se interesaban por otras cosas, que volvían a casa discutiendo quién era el mayor.

Hermanos: el afán de poder y de gloria constituye el modo más común de comportarse de quienes no terminan de sanar la memoria de su historia y, quizás por eso mismo, tampoco aceptan esforzarse en el trabajo del presente. Y entonces se discute sobre quién brilló más, quién fue más puro en el pasado, quién tiene más derecho a tener privilegios que los otros.

Y así negamos nuestra historia, «que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio, de constancia en el trabajo que cansa» (Exhort. ap. Evangeli gaudium, 96).

Es una actitud estéril y vanidosa, que renuncia a implicarse en la construcción del presente al perder el contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel. No podemos ser como esos “expertos” espirituales, que solo juzgan desde afuera y se entretienen en un continuo hablar sobre “lo que habría que hacer” (cf. ibíd.).

Jesús, sabiendo lo que sentían, les propone un antídoto a estas luchas de poder y al rechazo del sacrificio; y, para darle solemnidad a lo que va a decir, se sienta como un Maestro, los llama, y realiza un gesto: pone a un niño en el centro; un niñito que generalmente se ganaba los mendrugos haciendo los mandados que nadie quería hacer.

¿A quién pondrá en el medio hoy, aquí, en esta mañana de domingo? ¿Quiénes serán los más pequeños, los más pobres entre nosotros, aquellos que tenemos que acoger a cien años de nuestra independencia? ¿Quién no tiene nada para devolvernos, para hacer gratificante nuestro esfuerzo y nuestras renuncias?

Quizás son las minorías étnicas de nuestra ciudad, o aquellos desocupados que deben emigrar. Tal vez son los ancianos solos, o los jóvenes que no encuentran sentido a la vida porque perdieron sus raíces. “En medio” significa equidistante, para que nadie se pueda hacer el distraído, ninguno pueda argumentar que “es responsabilidad de otro”, porque “yo no lo vi” o “estoy más lejos”. Sin protagonismos, sin querer ser los aplaudidos o los primeros.

Allá, en la ciudad de Vilna, le tocó al río Vilna aportar su caudal y perder su nombre ante el Neris; acá, es el mismo Neris el que pierde su nombre aportando su caudal al Nemunas.

De eso se trata, de ser una Iglesia “en salida”, de no tener miedo a salir y entregarnos aun cuando parezca que nos disolvemos, de perder en pos de los más pequeños, de los olvidados, de aquellos que habitan en las periferias existenciales. Pero sabiendo que ese salir implicará también en ocasiones un detener el paso, dejar de lado ansiedades y urgencias, para saber mirar a los ojos, escuchar y acompañar al que se quedó al borde del camino.

A veces tocará comportarse como el padre del hijo pródigo, que se queda a la puerta esperando su regreso, para abrirle apenas llegue (cf. ibíd., 46); y otras, como los discípulos que tienen que aprender que cuando se recibe a un pequeño es al mismo Jesús a quien se recibe.

Porque por eso estamos hoy acá, ansiosos de recibir a Jesús: en su palabra, en la eucaristía, en los pequeños. Recibirlo para que él reconcilie nuestra memoria y nos acompañe en un presente que nos sigue apasionando por sus desafíos, por los signos que nos deja, para que lo sigamos como discípulos, porque no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en el corazón de los discípulos de Cristo, y así sentimos como nuestros los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y afligidos (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. ap. Gaudium et spes, 1).

Por eso, y porque como comunidad nos sentimos verdadera e íntimamente solidarios del género humano —de esta ciudad y de toda Lituania— y de su historia (cf. ibíd.), queremos entregar la vida en el servicio y en la alegría, y así hacer saber a todos que Cristo Jesús es nuestra única esperanza.

Francisco

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