El Papa en la Audiencia 21-11-18: «Como lo dijo el Señor Jesús, en el corazón del hombre nacen los deseos malvados y la impureza»

* «Es vano pensar en poder corregirse sin el don del Espíritu Santo. Es vano pensar en purificar nuestro corazón solo con  un esfuerzo titánico de nuestra voluntad: eso no es posible. Debemos abrirnos a la relación con Dios, en verdad y en libertad: solo de esta manera nuestras fatigas pueden dar frutos, porque es el Espíritu Santo el que nos lleva adelante. Dios es el único capaz de renovar nuestro corazón, a condición de que le abramos el corazón. Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5, 3). Sí, benditos  aquellos que dejan de engañarse creyendo que pueden salvarse de su debilidad sin la misericordia de Dios, que es la sola que  puede sanar el corazón. Solo la misericordia del Señor sana el corazón.  Bienaventurados los que reconocen sus malos deseos y con un corazón arrepentido y humilde, no se presentan ante Dios y ante los hombres como justos, sino como pecadores»

Video completo de la transmisión en directo realizada por 13 TV de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa ha hecho en nuestro idioma

* «Hoy, memorial litúrgico de la Presentación de la Santísima Virgen María en el Templo, celebramos el Día pro Orantibus, dedicado al recuerdo de las comunidades religiosas de clausura: ¡hay muchas! Es una ocasión muy  oportuna para agradecer al Señor  el don de tantas personas que, en monasterios y ermitas, se dedican totalmente a Dios en la oración, en el silencio y en el retiro. ¡Que no le falte a estas comunidades, el afecto, la cercanía y el apoyo, también material, de toda la Iglesia!»                               

21 de noviembre de 2018.- (CaminoCatólico.com)  Tal como lo dijo el Señor Jesús, en el corazón del hombre nacen los deseos malvados y la impureza del hombre, que lleva a la destrucción de su relación con Dios. Por ello hay que «desenmascarar» esos deseos del corazón, abriéndose a la relación con Dios, en la verdad y en la libertad, porque Él es el único capaz de renovar nuestro corazón.

Todos los pecados nacen de un deseo malvado. Allí comienza a ‘moverse’ el corazón, y uno entra en esa onda y termina en una transgresión. Pero no es una trasgresión formal, legal, es una trasgresión que hiere a sí mismo y hiere a los demás: fue ésta la advertencia del Papa Francisco, en el miércoles 21 de noviembre, durante la catequesis de la Audiencia General reflexionando sobre el último de los mandamientos del decálogo: «No codiciarás los bienes de tu prójimo, ni la mujer de tu prójimo».

A simple vista – dijo el Papa- parece coincidir con los mandamientos: «No cometerás adulterio» o «no robarás». Sin embargo, hay una diferencia. En este epílogo el Señor nos propone llegar al fondo del sentido del decálogo y evitar que pensemos que basta un cumplimiento nominal y farisaico para conseguir la salvación. La diferencia estriba en el verbo empleado: “no codiciarás”; con este verbo se subraya que, en el corazón del hombre —como dice Jesús en el Evangelio—, nace la impureza y los deseos malvados que rompen nuestra relación con Dios y con los hombres.

En este sentido, precisó que es en vano pensar que uno se puede corregir a uno mismo sin el don del Espíritu Santo: hay que abrirse a la relación con Dios, en la verdad y en la libertad, -dijo –  porque Él es el único capaz de renovar nuestro corazón.

“Nos engañamos a nosotros mismos si pensamos que nuestra debilidad se supera solo con nuestras fuerzas, en virtud de una observancia externa. Debemos suplicar, como mendigos, la humildad y la verdad que nos pone frente a nuestra pobreza, para poder aceptar que solo el Espíritu Santo puede corregirnos, dando a nuestros esfuerzos el fruto deseado. Esa verdad es apertura auténtica y personal a la misericordia de Dios que nos transforma y renueva”, dijo

En sus saludos a los peregrinos de lengua española, recordando la celebración de la Presentación de la Virgen María en el Templo, animó a que “siguiendo su ejemplo, sean testigos de la misericordia de Dios en medio del mundo, comunicando la ternura y la compasión que han experimentado en sus propias vidas”. En el vídeo superior de 13 TV se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Nuestros encuentros sobre el Decálogo nos llevan hoy al último mandamiento. Lo escuchamos al principio. Estas no son solo las últimas palabras del texto, sino mucho más: son el cumplimiento del viaje a través del Decálogo, que llegan al fondo de todo lo que encierra. En efecto, a simple vista, no agregan un nuevo contenido: las palabras «no codiciarás la mujer de tu prójimo […], ni los bienes de tu prójimo » están al menos latentes en los mandamientos sobre el adulterio y el  robo. ¿Cuál es entonces la función de estas palabras? ¿Es un resumen? ¿Es algo más?

Tengamos muy en cuenta que todos los mandamientos tienen la tarea de indicar el límite de la vida, el límite más allá del cual el hombre se destruye  y destruye a su prójimo, estropeando su relación con Dios. Si vas más allá, te destruyes, también destruyes la relación con Dios y la relación con los demás. Los mandamientos señalan esto. Con esta última palabra, se destaca el hecho de que todas las transgresiones surgen de una raíz interna común: los deseos malvados. Todos los pecados nacen de un deseo malvado. Todos. Allí empieza a moverse el corazón, y uno entra en esa onda, y acaba en una transgresión. Pero no en una transgresión formal, legal: en una transgresión que hiere a uno mismo y a los demás.

En el Evangelio, el Señor Jesús dice explícitamente: «Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraudes, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre”.»(Mc 7,21-23).

Entendemos así que todo el itinerario del  Decálogo no tendría ninguna utilidad si no llegase a tocar este nivel, el corazón del hombre. ¿De dónde nacen todas estas cosas feas? El Decálogo se muestra lúcido y profundo en este aspecto: el punto de llegada –el último mandamiento- de este viaje es el corazón, y si éste, si el corazón,  no se libera, el resto sirve de poco. Este es el reto: liberar el corazón de todas estas cosas malvadas y feas. Los preceptos de Dios pueden reducirse a ser solo la hermosa fachada de una vida que sigue siendo una existencia de esclavos y no de hijos. A menudo, detrás de la máscara farisaica de la sofocante corrección, se esconde algo feo y sin resolver.

En cambio, debemos dejarnos desenmascarar por estos mandatos  sobre el deseo, porque nos muestran nuestra pobreza, para llevarnos a una santa humillación. Cada uno de nosotros puede preguntarse: Pero ¿qué deseos feos siento a menudo? ¿La envidia, la codicia, el chismorreo? Todas estas cosas vienen desde dentro. Cada uno puede preguntárselo y le sentará bien. El hombre necesita esta bendita humillación, esa por la que descubre que no puede liberarse por sí mismo, esa por la que clama a Dios para que lo salve. San Pablo lo explica de una manera insuperable, refiriéndose al mandamiento de no desear (cf. Rom 7: 7-24).

Es vano pensar en poder corregirse sin el don del Espíritu Santo. Es vano pensar en purificar nuestro corazón solo con  un esfuerzo titánico de nuestra voluntad: eso no es posible. Debemos abrirnos a la relación con Dios, en verdad y en libertad: solo de esta manera nuestras fatigas pueden dar frutos, porque es el Espíritu Santo el que nos lleva adelante.

La tarea de la Ley Bíblica no es la engañar al hombre con que  una obediencia literal lo lleve a una salvación amañada  y, además, inalcanzable. La tarea de la Ley es llevar al hombre a su verdad, es decir, a su pobreza, que se convierte en apertura auténtica, en apertura personal a la misericordia de Dios, que nos transforma y nos renueva. Dios es el único capaz de renovar nuestro corazón, a condición de que le abramos el corazón: es la única condición; Él lo hace todo; pero tenemos que abrirle el corazón.

Las últimas palabras del Decálogo educan a todos a reconocerse como mendigos; nos ayudan a enfrentar el desorden de nuestro corazón, para dejar de vivir egoístamente y volvernos pobres de espíritu, auténticos ante la presencia del Padre, dejándonos redimir por el Hijo y enseñar por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el maestro que nos enseña. Somos mendigos, pidamos esta gracia.

«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5, 3). Sí, benditos  aquellos que dejan de engañarse creyendo que pueden salvarse de su debilidad sin la misericordia de Dios, que es la sola que  puede sanar el corazón. Solo la misericordia del Señor sana el corazón.  Bienaventurados los que reconocen sus malos deseos y con un corazón arrepentido y humilde, no se presentan ante Dios y ante los hombres como justos, sino como pecadores. Es hermoso lo que Pedro le dijo al Señor: “Aléjate de mí, Señor, que soy un pecador”. Hermosa oración ésta: “Aléjate de mí, Señor, que soy un pecador”.

Estos son los que saben tener compasión, los que saben tener misericordia de los demás, porque la experimentan en ellos mismos.

Después, al saludar a los peregrinos de lengua española, el Papa ha dicho:

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy reflexionamos sobre el ultimo mandamiento: «No codiciaras los bienes de tu prójimo, ni la mujer de tu prójimo». A simple vista parece coincidir con los mandamientos: «No cometerás adulterio» o «no robaras». Sin embargo, hay una diferencia. En este epilogo el Señor nos propone llegar al fondo del sentido del decálogo y evitar que pensemos que basta un cumplimiento nominal y farisaico para conseguir la salvación. La diferencia estriba en el verbo empleado: «no codiciarás»; con este verbo se subraya que, en el corazón del hombre -como dice Jesús en el evangelio-, nace la impureza y los deseos malvados que rompen nuestra relación con Dios y con los hombres.

Por eso, nos engañamos a nosotros mismos si pensamos que nuestra debilidad se supera solo con nuestras fuerzas, en virtud de una observancia externa. Debemos suplicar, como mendigos, la humildad y la verdad que nos pone frente a nuestra pobreza, para poder aceptar que solo el Espíritu Santo puede corregirnos, dando a nuestros esfuerzos el fruto deseado. Esa verdad es apertura autentica y personal a la misericordia de Dios que nos transforma y renueva.

Bienaventurados los pobres de espíritu; aquellos que, no fiándose de sus propias fuerzas, se abandonan en Dios, que con su misericordia cura sus faltas y les da una vida nueva.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. En este día que celebramos la Presentación de la Virgen Marina en el Templo, los animo a que, siguiendo su ejemplo, sean testigos de la misericordia de Dios en medio del mundo, comunicando la ternura y la compasión que han experimentado en sus propias vidas. Muchas gracias.

 

El Papa ha dicho al final de la catequesis:

Dirijo un pensamiento particular a los jóvenes, los ancianos, los enfermos y los recién casados. Hoy celebramos la memoria de la Presentación de la Santísima Virgen María. Miremos a aquella que generó a Cristo y venerémosla como Madre y poderoso Auxilio  de los cristianos. De ella aprendemos qué es consagrarnos por completo al proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros y para el mundo entero.

Hoy, memorial litúrgico de la Presentación de la Santísima Virgen María en el Templo, celebramos el Día pro Orantibus, dedicado al recuerdo de las comunidades religiosas de clausura: ¡hay muchas! Es una ocasión muy  oportuna para agradecer al Señor  el don de tantas personas que, en monasterios y ermitas, se dedican totalmente a Dios en la oración, en el silencio y en el retiro. ¡Que no le falte a estas comunidades, el afecto, la cercanía y el apoyo, también material, de toda la Iglesia!

Francisco

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