Homilía del Evangelio de la Epifanía del Señor: El encuentro con Cristo que cambia la vida / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap

* «Los Magos no enseñan con las palabras, sino con los hechos; no con lo que dicen, sino con lo que hacen. No titubearon, se pusieron en camino; dejaron la seguridad del propio ambiente, de moverse con gente conocida que les reverenciaba. Actuaron consecuentemente, sin vacilación. Si se hubieran puesto a calcular uno a uno los peligros, las incógnitas del viaje, habrían perdido la determinación inicial y se habrían enredado en consideraciones vanas y estériles. Una última indicación preciosa nos llega de los Magos. «Avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino». Cuando se ha encontrado a Cristo, ya no se puede volver por el mismo camino. Al cambiar la vida, cambia la vía. El encuentro con Cristo debe determinar un hito, un cambio de costumbres»

Se retiraron a su país por otro camino: Epifanía del Señor

Isaías 60, 1-6; Efesios 3, 2-3a.5-6; Mateo 2, 1-12

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap / Camino Católico. Sigamos de cerca el relato evangélico de la llegada de los Magos a Belén para descubrir en él alguna indicación práctica para nuestra vida. 

En esta narración, con el elemento histórico se mezcla el elemento teológico y simbólico. En otras palabras, el evangelista no ha intentado referir «hechos» solamente, sino inculcar también cosas que «hay que hacer», indicar modelos a seguir o a evitar en quien lee. Como toda la Biblia, también esta página está escrita «para nuestro amaestramiento».

reyesvitrales.jpgEn el relato surgen claramente tres reacciones distintas al anuncio del nacimiento de Jesús: la de los magos, la de Herodes y la de los sacerdotes. Empecemos con los modelos negativos, a evitar. Ante todo, Herodes: en cuanto se entera del acontecimiento «se sobresalta», convoca a asamblea a los sacerdotes y a los escribas, pero no para conocer la verdad, sino para tramar un engaño. Herodes representa a la persona que ya ha hecho su elección. Entre la voluntad de Dios y la suya, desde luego ha optado por la suya propia. No ve más que su interés, y está decidido a trucar cualquier cosa que amenace con perturbar este estado de cosas. Probablemente piensa hasta que cumple con su deber, defendiendo su realeza, su linaje, el bien de la nación. Asimismo ordenar la matanza de los inocentes debía parecerle, como a muchos otros dictadores de la historia, una medida requerida por el bien público, moralmente justificada. Desde este punto de vista también hoy el mundo está lleno de «herodes».

Pasamos a la actitud de los sacerdotes y de los escribas. Consultados por Herodes y por los Magos para saber dónde había de nacer el Mesías, no dudan en dar la respuesta exacta. Saben dónde ha nacido el Mesías; son capaces de indicarlo también a los demás, pero ellos no se mueven. No corren a Belén, como sería de esperar de personas que aguardaban la llegada del Mesías, sino que se quedan cómodamente en Jerusalén. «Id –dicen–, y después comunicádnoslo…». Se comportan como las indicaciones de carretera: señalan el camino a seguir, pero permanecen inmóviles a los lados de la vía. Vemos simbolizada en ellos una actitud difundida igualmente entre nosotros. Sabemos bien qué implica seguir a Jesús: «ir tras Él» y, en caso necesario, lo sabemos explicar igualmente a los demás, pero nos falta el valor y la radicalidad de ponerlo en práctica hasta el final. Si todo bautizado es por eso mismo «testigo de Cristo», entonces la actitud de los sumos sacerdotes y de los escribas debe hacer reflexionar a todos. Ellos sabían que Jesús se encontraba en Belén, «la menor aldea de Judea»; nosotros sabemos que Jesús se encuentra hoy entre los pobres, los humildes, los que sufren…

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Y vayamos finalmente con los protagonistas de esta festividad, los Magos. Ellos no enseñan con las palabras, sino con los hechos; no con lo que dicen, sino con lo que hacen. No titubearon, se pusieron en camino; dejaron la seguridad del propio ambiente, de moverse con gente conocida que les reverenciaba. Actuaron consecuentemente, sin vacilación. Si se hubieran puesto a calcular uno a uno los peligros, las incógnitas del viaje, habrían perdido la determinación inicial y se habrían enredado en consideraciones vanas y estériles.

Una última indicación preciosa nos llega de los Magos. «Avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino». Cuando se ha encontrado a Cristo, ya no se puede volver por el mismo camino. Al cambiar la vida, cambia la vía. El encuentro con Cristo debe determinar un hito, un cambio de costumbres.

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap

Evangelio

Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:

«¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo».

Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron:

«En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: «Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel»».

Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:

«Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo».

Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.

Mateo 2, 1-12


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