Gemma Calabresi: «Me ha llevado toda la vida perdonar a los asesinos de mi marido y al tocar fondo pensaba en la presencia de Dios,  que sentí la mañana en que lo mataron»

«La fe me ha ayudado mucho. Yo me decía a mí misma: ‘Como cristiana, debes perdonar’, pero cuando creía estar en un buen punto, retrocedía. Entendí que el perdón, como dice la palabra, es un don. El perdón no es una debilidad, sino una fortaleza: te libera, y te hace vivir en paz con Dios y con la humanidad. Para mí, los demás han sido fundamentales. Las oraciones que han rezado por mí, el amor y el cariño que me han demostrado…Quiero permanecer verdaderamente firme en el perdón que he dado. He hablado con un miembro del comando, el que aquella mañana conducía el coche. Nos pidió perdón a través de la prensa y de cartas, y yo lo perdoné. Directamente, entonces. Dos de mis hijos también hablaron con él, y otro de mis hijos habló con uno de ellos que era un jefe. Y a través de este encuentro puedo decir que ellos también se han encontrado con Dios» 

El testimonio de Gemma Calabresi  en El Efecto Avestruz, la serie de entrevistas de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP)

Camino Católico.-  Gemma Capra tenía 25 años cuando un comando terrorista asesinó a su marido, el comisario de policía Luigi Calabresi. Fue el 17 de mayo de 1972. Tres miembros del grupo anarquista Lotta Continua le esperaban en la puerta de su casa, en Milán. Cuando el comisario salió, le dispararon por la espalda, en plena calle. Su viuda quedó sola, con dos niños pequeños y embarazada del tercero.

50 años después de aquel asesinato, Gemma Calabresi presenta el libro La grieta y la luz (Encuentro), prologado por Irene Villa. Se trata de un relato en primera persona del viaje que ha recorrido, un tortuoso camino del odio al perdón. Aprovechando una visita a Madrid para presentar el libro, Calabresi atiende a El Efecto Avestruz, la serie de entrevistas de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), para hablar sobre un camino vital que le ha llevado medio siglo.

–¿Cómo vivió aquella mañana de mayo de 1972?

–Recuerdo que había varias personas en casa. Me decían que estaba herido en el hombro, que lo estaban operando… Cada uno decía la suya, pero nadie tenía el coraje de decir la verdad. Hasta que llegó mi párroco, y le dije: «Don Sandro, dígame la verdad». Y él, solo con el movimiento de sus labios, sin emitir ningún sonido, me dijo: «Está muerto». Me derrumbé en el sofá con un dolor lacerante, con sensación de vacío y de que ya nada a mi alrededor tenía sentido. Pero ocurrió algo.

–¿El qué?

–Mientras estaba en aquel sofá, con don Sandro sosteniéndome la mano, poco a poco –no sé si después de media hora, o una hora–, sentí una sensación física de gran paz. De fuerza. Hasta el punto de que le dije a don Sandro: «Recemos un Ave María por la familia del asesino, que tendrá un dolor mucho mayor que el mío». Y no… No era yo. Quiero decir, que yo no fui tan generosa en aquel momento de desesperación. Alguien me mostró el camino, dio testimonio a través de mí. Esa mañana, recibí de Dios el don de la fe.

Gemma Calabresi en 1972, siguiendo el coche fúnebre con los restos mortales de su marido, el comisario Luigi Calabresi

–Y entonces comenzó su camino hacia el perdón. ¿Fue algo inmediato?

–No, me ha llevado toda una vida perdonar. No fue inmediato, ha sido un largo camino. Al principio, muy al principio, tuve momentos de rabia, de tristeza, de llanto, de desánimo… Tenía incluso fantasías de venganza. No quería llevarlas a la práctica, pero me deleitaba con la idea de vengarme. Sin embargo, cada vez que tocaba fondo pensaba en la presencia de Dios, la que sentí la mañana en que asesinaron a mi marido. Y esta fuerza me hacía recomenzar, levantarme de nuevo.

–A muchos les parecerá imposible perdonar algo así.

–Al principio, nunca pensaba en la palabra «perdón», porque me parecía faltar al respeto a mi marido, pero poco a poco fui llegando allí. Y fue, precisamente, logrando restituir su humanidad a aquellas personas a las que yo veía como todo el mal del mundo. Pensando que yo no tenía derecho a relegarlos de por vida a aquel homicidio, porque eran también tantas otras cosas: buenos padres, buenos amigos… Tal vez habían ayudado a otros. Esta ha sido un poco la clave de lectura que me ha ayudado en este camino.

Gemma Calabresi, durante la entrevista con ACdP

–Ha trabajado, además, como profesora de Religión durante muchos años. Pasado aquel momento inicial, ¿ha sentido la ayuda de Dios en este camino?

–La fe me ha ayudado mucho. Pero siempre digo que el perdón no es prerrogativa de la Iglesia ni de la religión. Es un sentimiento humano con el que –tarde o temprano– todos debemos encontrarnos, y estoy convencida de que, incluso sin fe, uno puede ser capaz de perdonar, aunque no es algo que uno pueda dar porque así lo decida. Yo me decía a mí misma: «Como cristiana, debes perdonar», pero cuando creía estar en un buen punto, retrocedía. Bastaba un artículo en el periódico, una frase que no me gustara, un documental en televisión… y volvía la rabia. Entendí que el perdón, como dice la palabra, es un don. Y por tanto no puedes darlo con la razón, con la inteligencia: un don, un regalo, solo lo entregas con amor. Solo lo das con el corazón. No puedes engañarte a ti misma. Así que decidí que habría perdonado como una elección de mi vida, independientemente de que me pidieran ese perdón. E incluso sin esperar nada.

–¿Por qué ha decidido, tanto tiempo después, contar su historia en ‘La grieta y la luz’?

–Escribí este libro para devolver a la gente algo de la esperanza que me han dado a lo largo de todos estos años, con un apretón de manos, por la calle, en el supermercado, en el metro… Aún hoy me paran, me reconocen, me abrazan. Me han escrito muchas cartas, me han mandado regalitos para los niños cuando eran pequeños… Nunca me he sentido sola, me han dado mucha solidaridad. Tengo muchas ganas de decirles a todos que es posible, después de un dolor insoportable, seguir amando la vida. Que se puede creer en los demás aunque te hayan traicionado, y que se puede cambiar el juicio sobre aquellas personas a las que veías como todo el mal del mundo. Y que todavía puedes ser feliz. Este es mi mensaje. Sin duda, este es un libro doloroso, pero es sobre todo un libro de esperanza.

Gemma Capra y su marido, Luigi Calabresi, en una imagen de archivoToscana Libri

–Habla desde la esperanza. En su experiencia, ¿diría que el odio es una cárcel?

–Yo diría que sí. El odio te hace vivir mal. Te encierra en ti mismo, y te pierdes lo bonito: un atardecer, una nueva amistad… Seguramente sí, el odio es como una prisión. Solo tienes que abrir los puños y dejarlo ir. El perdón, debo decirlo, no es una debilidad, sino una fortaleza: te libera, y te hace vivir en paz con Dios y con la humanidad. Por eso no hay que encerrarse en el propio dolor, hay que hacerse ayudar. Las personas son el patrimonio más importante que tenemos, y es necesario aprender a compartir. Para mí, los demás han sido fundamentales. Las oraciones que han rezado por mí, el amor y el cariño que me han demostrado… Dar testimonio y compartir mi camino me ayuda a no retroceder más. No quiero retroceder más. Quiero permanecer verdaderamente firme en el perdón que he dado.

–En todos estos años, ¿ha podido hablar con los asesinos de su marido?

–Solo he hablado con un miembro del comando, el que aquella mañana conducía el coche. Nos pidió perdón a través de la prensa y de cartas, y yo lo perdoné. Directamente, entonces. Dos de mis hijos también hablaron con él, y otro de mis hijos habló con uno de ellos que era un jefe. Y a través de este encuentro puedo decir que ellos también se han encontrado con Dios.

Gemma Calabresi quedó viuda, con 2 hijos y embarazada al ser asesinado su esposo por terroristas: «Sentí una extraña paz interior, fue la presencia de Dios, recibí el don de la fe»


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